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lunes, 26 de marzo de 2012

Ola de Calor: Capitulo 8


—Así que quiere usted una repisa. ¿Pero de qué estilo la quiere, barroca, gótica...? —sosteniendo el teléfono entre la oreja y el hombro, Miley escribía el pedido. Cuando se abrió la puerta de su minúscula oficina, todavía estaba hablando.
Selena, vestida al estilo siglo diecinueve modernizado igual que su jefa, sólo balbuceó una palabra:
—Auxilio.
Miley sonrió, terminó de hablar por teléfono lo antes que pudo y luego fue a la tienda. El local estaba atestado de clientes. La ayudante de Miley, Selena, tenía treinta y nueve años y el pelo rizado color castaño. Le encantaban las galletas de mermelada.
Dos de los clientes eran coleccionistas de muñecas de porcelana. Miley los atendió primero, luego fue hacia las tres señoras de pelo cano que estaban delante del mostrador de joyas.
—¡Señorita Finley! —exclamó una de las damas—. La semana pasada tenía usted una sortija de granate en este escaparate, una piedra rodeada por perlas pequeñas. Tenía una inscripción.
—Lo recuerdo. ¿Quiere verla otra vez?                                       
La señora de mejillas sonrosadas quería verla, pero no comprarla, y Miley no puso ninguna objeción. Mientras hablaba con ella sobre joyas antiguas, Miley recorrió la tienda con mirada posesiva.
Todo el lugar estaba lleno de aromas y preciosos objetos cuyo objetivo era cautivar a los amantes de las antigüedades. Miley era inteligente y sabía disponerlo todo de manera estratégica: a los clientes les gustaba explorar, sentir que descubrían "un hallazgo". Las repisas, los cajones abiertos e incluso el suelo estaban astutamente sembrados de "hallazgos": un arpa del siglo diecinueve, un caballo mecedora, lámparas de cristal, botas altas estilo fin de siglo para dama, mantillas de encaje, cucharas de plata estilo "art nouveau" y muñecas victorianas.
Para los clientes que no sucumbían al ver esos objetos, Miley procuraba atraerlos por el olfato. Vendía sacos perfumados y jabón. Los aromas de naranja y canela, rosas y limón habían invadido desde hacía mucho tiempo la tienda. Si al oler esas delicias los clientes no compraban, Miley apelaba a un tercer sentido: el gusto.
Algunas tiendas servían café para los clientes. Miley ofrecía ponche o té. Cuando algún comprador se acomodaba en los sillones mullidos para descansar un poco mientras buscaba preciosos objetos, se le ofrecía un merengue, galletas de mermelada o, cuando Selena tenía tiempo, un trozo de alguna deliciosa tarta. Por supuesto, al lado de la caja registradora había a la venta galletas y pastelillos estilo siglo diecinueve.
Las tres señoras de pelo cano recorrían la tienda. Entraron otras dos clientas. Miley supo con sólo mirarlas que ninguna de las dos era una derrochadora. Miley adoraba su tienda, pero antes de llevar ni un mes en el negocio fue consciente de que las ganancias que tendría no le permitirían nadar en la abundancia.
Selena le ofreció una taza de té y un panecillo. Miley se los tomó y habría vuelto a trabajar si la campanilla no hubiera sonado de nuevo.
Nick entró en la tienda con toda rapidez, pero en seguida se detuvo con una cómica expresión de susto en la cara. Todas las mujeres que había allí se volvieron para mirarlo. Miley supuso que se sentía abochornado. Pocos hombres entraban en la tienda con pantalones vaqueros viejos, botas de trabajo llenas de polvo y un casco en la cabeza. La camiseta blanca que llevaba estaba impecable, pero sus hombros eran demasiado anchos para la mayor parte de los pasillos y, a menos que respirara con mucho cuidado, en ese momento estaba a punto de tirar al suelo un montón de mantillas. Selena, experta en evitar desastres, dejó la caja registradora y corrió hacia él. Se detuvo, pensativa, cuando se dio cuenta de que el desconocido había visto y reconocido a Miley.     
Los ojos de Nick se posaron en ella con avidez. Era la misma mirada que le había dirigido tres noches antes, poco antes que ella recobrara la cordura y se apartara de él después de que la besara.
Había algo peligroso en Nick y no era que estuviera a punto de tirar los estantes de las mantillas. Su peligro residía en su sonrisa tierna, en su forma de ladear los hombros para no causar destrozos, en sus ojos azules como el mar que no se despegaban de Miley mientras iba hacia él.
—No respires, no parpadees, no te muevas —ordenó Miley.
—No lo haré, créeme.
Miley llegó a tiempo de evitar que se cayeran las mantillas y le sonrió abiertamente.
—Si te reduces unos treinta centímetros y aprietas los codos contra el cuerpo, podríamos lograr que atravesaras la tienda. Mi oficina está en la parte de atrás —su sonrisa se desvaneció al ver la expresión del recién llegado—. Debe ser muy serio lo que vienes a decirme para haber dejado tu trabajo. ¿Qué pasa?
—¿Cómo?
—¿Vienes a contarme algún problema de Angie y Noel?
Nick titubeó.
—Pues... sí.
Así que no iba a verla para hablar de las chicas, pensó Miley. Nick podía construir grandes barcos, pero le costaba mucho trabajo idear pequeñas mentiras. Era sincero y honrado, algo que Miley había descubierto tres noches antes. Quizás esas cualidades explicaban que ella hubiera perdido la cabeza por un momento.
La mirada de Nick se posó en el pelo de la joven. Se lo había rizado a la antigua; llevaba una blusa de cuello alto con un broche y tenía la nariz empolvada. En los labios de él se dibujó una sonrisa.
—Siempre me ha intimidado —murmuró.
—¿El qué?
—Tu expresión de doncella inaccesible, virginal. Y sospecho que no te vistes así por tus clientes, sino porque te encanta hacerlo.
En ese momento Selena se acercó a Nick con una bandeja llena de galletas. Selena veía un hombre y le daba de comer, era algo instintivo y automático en ella, como un reflejo. Nick, totalmente fascinado en esa tienda, se detenía a cada dos pasos para examinar algo en los estantes o el suelo. Cuando por fin dejó de husmear, Ed, un ayudante de Miley de pelo ensortijado, apareció por la puerta de atrás con una caja que la dueña debía revisar.
—No tardaré ni un minuto, Nick.
—Aquí te espero. Me entretendré mirando; no te preocupes por mí.
Pero ella se preocupaba. Quería saber por qué estaba él allí, qué era lo que quería decirle. Por desgracia no había tiempo. En cuanto Miley revisó la entrega de Ed, el teléfono sonó y llegó un camión lleno de mercancías. 
Miley vio a Nick deambular por la tienda. Cada vez que volvía la cabeza veía los ojos de Nick fijos en ella como los de un hombre que trataba de encajar las piezas de un rompecabezas con formas de mujer. Miley se mostró algo impaciente con una clienta, algo que nunca hacía, y luego perdió de vista a Nick.                                                                 

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espero que les guste :) 

1 comentario:

  1. hahhaha me encato, ¿para que habra venido Nick? h0ivjkcv siguela

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Gracias por tu comentario :) ♥