—Así que quiere usted
una repisa. ¿Pero de qué estilo la quiere, barroca, gótica...? —sosteniendo el
teléfono entre la oreja y el hombro, Miley escribía el pedido. Cuando se abrió la
puerta de su minúscula oficina, todavía estaba hablando.
Selena, vestida al
estilo siglo diecinueve modernizado igual que su jefa, sólo balbuceó una
palabra:
—Auxilio.
Miley sonrió, terminó de
hablar por teléfono lo antes que pudo y luego fue a la tienda. El local estaba
atestado de clientes. La ayudante de Miley, Selena, tenía treinta y nueve años y
el pelo rizado color castaño. Le encantaban las galletas de mermelada.
Dos de los clientes eran
coleccionistas de muñecas de porcelana. Miley los atendió primero, luego fue
hacia las tres señoras de pelo cano que estaban delante del mostrador de joyas.
—¡Señorita Finley!
—exclamó una de las damas—. La semana pasada tenía usted una sortija de granate
en este escaparate, una piedra rodeada por perlas pequeñas. Tenía una
inscripción.
—Lo recuerdo. ¿Quiere
verla otra vez?
La señora de mejillas
sonrosadas quería verla, pero no comprarla, y Miley no puso ninguna objeción.
Mientras hablaba con ella sobre joyas antiguas, Miley recorrió la tienda con
mirada posesiva.
Todo el lugar estaba lleno
de aromas y preciosos objetos cuyo objetivo era cautivar a los amantes de las
antigüedades. Miley era inteligente y sabía disponerlo todo de manera
estratégica: a los clientes les gustaba explorar, sentir que descubrían
"un hallazgo". Las repisas, los cajones abiertos e incluso el suelo
estaban astutamente sembrados de "hallazgos": un arpa del siglo
diecinueve, un caballo mecedora, lámparas de cristal, botas altas estilo fin de
siglo para dama, mantillas de encaje, cucharas de plata estilo "art
nouveau" y muñecas victorianas.
Para los clientes que no
sucumbían al ver esos objetos, Miley procuraba atraerlos por el olfato. Vendía
sacos perfumados y jabón. Los aromas de naranja y canela, rosas y limón habían
invadido desde hacía mucho tiempo la tienda. Si al oler esas delicias los
clientes no compraban, Miley apelaba a un tercer sentido: el gusto.
Algunas tiendas servían
café para los clientes. Miley ofrecía ponche o té. Cuando algún comprador se
acomodaba en los sillones mullidos para descansar un poco mientras buscaba
preciosos objetos, se le ofrecía un merengue, galletas de mermelada o, cuando Selena tenía tiempo, un trozo de alguna deliciosa tarta. Por supuesto, al lado
de la caja registradora había a la venta galletas y pastelillos estilo siglo
diecinueve.
Las tres señoras de pelo
cano recorrían la tienda. Entraron otras dos clientas. Miley supo con sólo
mirarlas que ninguna de las dos era una derrochadora. Miley adoraba su tienda,
pero antes de llevar ni un mes en el negocio fue consciente de que las
ganancias que tendría no le permitirían nadar en la abundancia.
Selena le ofreció una
taza de té y un panecillo. Miley se los tomó y habría vuelto a trabajar si la
campanilla no hubiera sonado de nuevo.
Nick entró en la tienda
con toda rapidez, pero en seguida se detuvo con una cómica expresión de susto
en la cara. Todas las mujeres que había allí se volvieron para mirarlo. Miley supuso que se sentía abochornado. Pocos hombres entraban en la tienda con
pantalones vaqueros viejos, botas de trabajo llenas de polvo y un casco en la
cabeza. La camiseta blanca que llevaba estaba impecable, pero sus hombros eran
demasiado anchos para la mayor parte de los pasillos y, a menos que respirara
con mucho cuidado, en ese momento estaba a punto de tirar al suelo un montón de
mantillas. Selena, experta en evitar desastres, dejó la caja registradora y
corrió hacia él. Se detuvo, pensativa, cuando se dio cuenta de que el
desconocido había visto y reconocido a Miley.
Los ojos de Nick se
posaron en ella con avidez. Era la misma mirada que le había dirigido tres
noches antes, poco antes que ella recobrara la cordura y se apartara de él
después de que la besara.
Había algo peligroso en Nick y no era que estuviera a punto de tirar los estantes de las mantillas. Su
peligro residía en su sonrisa tierna, en su forma de ladear los hombros para no
causar destrozos, en sus ojos azules como el mar que no se despegaban de Miley mientras iba hacia él.
—No respires, no
parpadees, no te muevas —ordenó Miley.
—No lo haré, créeme.
Miley llegó a tiempo de
evitar que se cayeran las mantillas y le sonrió abiertamente.
—Si te reduces unos
treinta centímetros y aprietas los codos contra el cuerpo, podríamos lograr que
atravesaras la tienda. Mi oficina está en la parte de atrás —su sonrisa se
desvaneció al ver la expresión del recién llegado—. Debe ser muy serio lo que
vienes a decirme para haber dejado tu trabajo. ¿Qué pasa?
—¿Cómo?
—¿Vienes a contarme
algún problema de Angie y Noel?
Nick titubeó.
—Pues... sí.
Así que no iba a verla
para hablar de las chicas, pensó Miley. Nick podía construir grandes barcos, pero
le costaba mucho trabajo idear pequeñas mentiras. Era sincero y honrado, algo
que Miley había descubierto tres noches antes. Quizás esas cualidades explicaban
que ella hubiera perdido la cabeza por un momento.
La mirada de Nick se
posó en el pelo de la joven. Se lo había rizado a la antigua; llevaba una blusa
de cuello alto con un broche y tenía la nariz empolvada. En los labios de él se
dibujó una sonrisa.
—Siempre me ha
intimidado —murmuró.
—¿El qué?
—Tu expresión de
doncella inaccesible, virginal. Y sospecho que no te vistes así por tus
clientes, sino porque te encanta hacerlo.
En ese momento Selena se acercó a Nick con una bandeja llena de galletas. Selena veía un hombre y le
daba de comer, era algo instintivo y automático en ella, como un reflejo. Nick,
totalmente fascinado en esa tienda, se detenía a cada dos pasos para examinar
algo en los estantes o el suelo. Cuando por fin dejó de husmear, Ed, un
ayudante de Miley de pelo ensortijado, apareció por la puerta de atrás con una
caja que la dueña debía revisar.
—No tardaré ni un
minuto, Nick.
—Aquí te espero. Me
entretendré mirando; no te preocupes por mí.
Pero ella se
preocupaba. Quería saber por qué estaba él allí, qué era lo que quería decirle.
Por desgracia no había tiempo. En cuanto Miley revisó la entrega de Ed, el
teléfono sonó y llegó un camión lleno de mercancías.
Miley vio a Nick deambular por la
tienda. Cada vez que volvía la cabeza veía los ojos de Nick fijos en ella como
los de un hombre que trataba de encajar las piezas de un rompecabezas con
formas de mujer. Miley se mostró algo impaciente con una clienta, algo que nunca
hacía, y luego perdió de vista a Nick.
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espero que les guste :)
hahhaha me encato, ¿para que habra venido Nick? h0ivjkcv siguela
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