Tres
noches después, Nick llegó a Cherry Lane y pulsó el timbre del pequeño
rancho de la familia Polcenek. Si Miley no le hubiera descalabrado la vida, si
hubiera conseguido dormir más de cinco minutos seguidos desde su marcha, habría
reído al recordar todas las veces que había pulsado ese timbre cuando era niño,
para echar a correr antes de que abrieran la puerta.
Pero no
se rió ni salió corriendo.
La
puerta se abrió y se encendió la luz del porche. Miley asomó la cabeza y sus
ojos se abrieron con sorpresa.
—Nick, ¿qué haces aquí?
—El
plazo de nuestro trato no se ha cumplido —dijo con voz tranquila, aunque tenía
ganas de secuestrarla o de retorcer su lindo pescuezo. Las consecuencias
legales de cualquiera de esas opciones le pasaron por la mente, y sacó el
anillo del bolsillo.
Ella
miró el anillo con dolor. Echó una ojeada hacia la casa por encima del hombro,
salió al porche y cerró la puerta tras ella. La noche era fresca y se abrazó el
cuerpo con los brazos.
—Lo
siento —dijo—. Ya no podía seguir simulando. Me sentía como si fuera un fraude
para todos.
—No
para mí —objetó él, dolido por su tono desolado.
—Para
ti, para mí —interpuso ella—. Era demasiado confuso. Primero se supone que
tengo que actuar como si te amara ante la gente. Después nos convertimos en
amantes, pero se supone que no puedo enamorarme de ti —movió la cabeza y se
mordisqueó el labio—. No podía soportarlo más.
—Te has
sentido mal por culpa de la gente —comenzó Nick, intentando comprenderla.
—No es
la gente. Soy yo.
—¿Por
qué? —preguntó él, perdiendo la paciencia. Lanzó una maldición—. El domingo no
parecías nada confusa.
—Ya lo
sé, pero… —Miley notó que le ardían las mejillas.
—¿Pero
qué?
—No lo
vas a entender —Miley irguió la barbilla—. No es lógico —admitió—. No puedo
explicarlo.
—Inténtalo
—insistió Nick, consciente de que la estaba forzando pero
ansioso de respuestas—. ¿Cómo puedes hacerme el amor como si fuera lo más
importante del mundo entero y desaparecer al día siguiente?
—Ya te
he dicho que no puedo explicarlo —dijo ella, retorciéndose las manos.
—Y yo
te dije que te quedaras con el maldito anillo —replicó Nick,
comenzando a perder
el control.
—No
puedo quedarme con el anillo. Cada vez que lo mirara me echaría a llorar. No
puedo…
—¡A llorar!
—Por
favor, baja la voz. Esto ya es bastante difícil. Me va a costar muchísimo
superar…
—¿Superar
qué? —desconcertado por completo, Nick sentía ganas de aullarle a la
luna como un perro. Entonces la miró y percibió el primer destello de ira en
sus ojos.
—Esto
es muy fácil para ti. Tú puedes encender o apagar tus sentimientos a voluntad,
yo no. Me pediste que actuara como tu prometida, que simulara adorarte, que
simulara amarte. Te diré cuál es mi problema, señor Comando. Yo no simulaba. Me
enamoré de ti. ¿Te parece suficientemente lioso? —preguntó con los ojos
brillantes de lágrimas.
No le
dio posibilidad de responder.
—No te
preocupes. Sé que no me quieres. Así que muestra un poco de compasión. Déjame
en paz para que consiga olvidarme de ti —soltó una risa que sonó como un
sollozo—. O pondré a mi padre y a mi hermano a perseguirte.
Asombrado,
vio como la puerta se cerraba tras ella. Se quedó mirando la puerta fijamente,
intentando comprender su confesión. Sus palabras le resonaban en la cabeza como
un gong.
Miley lo amaba. Sintió que lo invadía una oleada de calor, pero inmediatamente llegó
el jarro de agua fría. No quería volver a verlo nunca.
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