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sábado, 24 de marzo de 2012

Ola de Calor: Capitulo 5


Miley siguió con el dedo una gota de agua que descendía por su botella de cerveza. Todavía no la había abierto.
—Ahora que lo pienso, no puedo entender cómo pude creerlas. Debí suponer que mentían al quejarse tanto. Siempre se les ilumina la cara cuando se menciona tu nombre, y no sería así si no te ocuparas de ellas. Todo lo que puedo decir es que quiero a tus hijas y tiendo a protegerlas, mientras que a ti no te conocía en realidad; aún no te conozco. De cualquier manera, creo que te debo una disculpa.
—No me debes nada —por fin se le ocurrió a Nick que debía darle un vaso a su visitante. Se puso de pie, tomó un vaso, abrió la botella y vertió el contenido en el vaso—. Si mis hijas querían que te compadecieras de ellas, quizá era porque necesitan compasión —admitió a regañadientes—. Me acuso de no pasar suficiente tiempo con ellas. Quizá soy culpable de mucho más que eso. Ya sabes que soy ingeniero naval...
—Sí.
—Y hay muchos ingenieros en el negocio, pero pocos que trabajan sólo con madera, lo cual significa que tengo una demanda ilimitada si así lo deseo. Hace dos años, quería trabajar sin descanso. Quería tener tanto trabajo que no pudiera respirar, dormir, comer o pensar. De modo que lo busqué y lo conseguí.
Hizo con la mano un gesto de impotencia y desazón.
—No era que no pensara en Angie y Noel, pero me parecía que ellas estaban bien. Los tres tuvimos dos años para prepararnos para la muerte de Nicole; el fin fue más un alivio que un golpe duro. Y ellas parecían aceptarlo mejor que yo, con más madurez. Pero no eran, ni son maduras. Sin embargo, cuando me di cuenta ya estaba hasta el cuello de contratos de construcción.
—No necesitas explicarme todo esto —murmuró Miley.
Pero él lo hizo. Necesitaba explicárselo a alguien. Y la mujer que estaba sentada enfrente de él, con la cara apoyada en las manos y expresión tierna en los ojos, lo escuchaba. Nick podía recordar a otras personas que habían querido escucharlo, pero que jamás habían demostrado un afán sincero por compartir su pena con él y comprenderlo.
—Hace algunos meses, comencé a tener menos trabajo. Contraté algunos ayudantes y dejé de aceptar nuevos contratos, aunque no podía reducir mi volumen de trabajo de la noche a la mañana. Tú tienes un negocio propio.
—Sé lo que quieres decir.
Nick sabía que ella lo entendía.
—De cualquier manera, he hecho lo posible para tener menos trabajo, pero he visto que trabajar las horas normales no resuelve nada. Miley. —le dio un trago a su cerveza—... estoy asustado.
—¿Asustado?
—Asustado —corroboró Nick.
—Me parece difícil creer que un hombrón como tú pueda estar asustado.
—Hablo en serio, Miley... Tengo miedo por mis hijas.
—¿Por qué? Ellas te adoran.
—Eso es precisamente lo que quiero decir. El papel de padre es muy difícil. No hablo sólo de miedo, sino de pavor. Me siento perdido y confuso cuando tengo que hablar de compresas, pantalones apretados, maquillaje y chicos —vaciló al ver que el rubor teñía las mejillas de su interlocutora—. ¿Te he ofendido? Sé que Noel se cohíbe cada vez que menciono algún producto femenino, pero me parece tonto fingir que no sé...
—Soy un poco mayor que Noel. Confía en mí, puedo soportar esta conversación sin que me vaya a desmayar.
De cualquier manera, el rubor que cubrió la cara de la joven fascinó a Nick. La pelirroja tenía algo de anticuada y púdica. Nick no sabía que hubiese todavía alguna mujer que fuera recatada. ¡Y con esos ojos tan vivarachos!
—A mí me educaron para llamar al pan, pan y al vino, vino. Nunca me enseñaron a valerme de eufemismos. Toda mi familia estaba formada por hombres, aparte de mamá, y quizá por eso siempre acabo en un aprieto.
—¿En un aprieto? —repitió ella.
—Con mis hijas. Pensé que podía guiarlas en su etapa adolescente. Gran error —lanzó un suspiro desalentado, y vio que su interlocutora sonreía—. Por ejemplo, hace algunos meses, le compré a Noel unos calmantes especiales paraa el periodo. Bueno, era evidente que ella... Cada mes ella está.
—¿Un poco susceptible?
—¿Un poco? Si la miras se pone a llorar. Le hablas y llora. Le preguntas si quiere un vaso de leche y sale del cuarto dando un portazo. Después de unos días vuelve a ser la misma de siempre, pero mientras tanto...
—Lo comprendo.
—¿En verdad? Porque Dios sabe que lo he intentado, pero no lo entiendo. Pero si puedes entender eso, quizá podrás explicarme lo del teléfono.
—¿El teléfono?
—Sí. El teléfono. Si hubiera un incendio, no habría manera de llamar a esta casa. Las chicas se pasan la vida colgadas del teléfono. Se peinan, friegan los platos, hacen los deberes e incluso se pintan las uñas mientras hablan por teléfono. ¿Crees que es normal en las mujeres? ¿Por qué les gusta tanto hablar por teléfono? ¿No hay ningún remedio contra eso? Y... ¡mierda! ¿Quieres dejar de reírte?
—No me estoy riendo.
—Estabas a punto —gruñó Nick, pero el brillo que vio en los ojos de su vecina le encantó.
Igual que ella. Estaba lo bastante cerca para oler su perfume. No era francés ni exótico como él había pensado. Era un aroma fresco, ligero e inocente. A Nick le intrigaba cada vez más esa mujer tan contradictoria. ¿Cómo podía haber vivido cinco años en la casa de al lado sin haberla oído reírse nunca?
De modo que siguió con su retahíla de lamentaciones de padre.
—Esto de ser padre antes era muy divertido. Cuando mis hijas eran más pequeñas, solíamos ir a Hunting Island para pescar y recoger caracoles en la playa. Todo lo que necesitábamos era una mochila cada uno y una cesta con comida. Ahora Noel necesita cuarenta y siete maletas, la más grande llena de aparatos eléctricos, antes de que... ¿no te estarás riendo de mí otra vez?
—No. Te lo juro. No.
—Y las dos se han vuelto cerradas. Nunca lo habían sido. Eran unas niñas abiertas, francas y alegres. Noel me preguntó si podía ponerse pendientes y yo le dije que sí. Ahora sus orejas parecen un árbol de navidad. ¿Debería haberle dicho que no?
—Bueno, está de moda llevar varios pendientes a la vez.
—¿Y enseñar el trasero está de moda también? Porque ella dice que sí. ¿Cómo puedo saber esas cosas? Todas las amigas que invita a casa son iguales... horribles. Hace años que no le veo los ojos. Los esconde detrás de toneladas de rimel. Siempre trae a casa buenas notas, eso sí. Sus profesores y profesoras la adoran. Yo confío en ella y le concedo suficiente libertad, pero... a veces me pregunto si no le estoy dando demasiada...

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