La mano delicada dé Miley se cerró en la encallecida mano de él un instante. Ella intentaba decirle así
que lo comprendía.
—Sé que no es fácil y
menos aún porque no tienes a una mujer que te apoye, pero, ¿no se te ha
ocurrido que quizá lo estás haciendo todo mejor de lo que piensas?
—Si fuera así, dudo de
que trataran de ganarse tu compasión, Miley.
—He estado pensando en
eso —los ojos de Miley reflejaban seriedad—. No creo que lo que Angie y Noel han
hecho sea tan terrible, tan poco corriente. Quizá tú hayas sido un adolescente
sin problemas. Yo fui una calamidad y me pasaba la mitad del tiempo hablando
con los demás de lo mal que me trataban en casa. Sin embargo, me la pasaba de
maravilla en casa, mis padres eran comprensivos y cariñosos, pero era más
divertido inventarme historias y hacerme la víctima. A los adolescentes les
gusta lamentarse, eso los divierte.
—Quizá mis hijas tenían
razones para quejarse.
—Y quizá tú eres
demasiado duro contigo mismo.
—No lo creo. Antes
solíamos hablar mucho. De repente ya no sé nada de ellas y mis opiniones son tontas...
Miley volvió a sonreír.
—Nick, las chicas te
quieren. Ya se les pasará.
—Nunca —gruñó Nick con
un dejo de humor—. Jamás podré hacer una llamada de negocios desde casa los
próximos seis años, porque debes creerme, jamás se irán de casa. Nunca se casarán.
Cualquier muchacho en su sano juicio que eche una mirada al cuarto de baño de
las chicas en el primer piso... —Nick se puso rígido de repente—. ¿Y quién es
ese tal Johnny que mencionaste?
Miley iba a contestar,
pero se contuvo.
—Pregúntale a Noel.
—En otras palabras: no
me lo dirás —murmuró él—. Mataré a ese mequetrefe. Tengo entendido que es un
malandrín, ¿verdad?
—Pregúntaselo a tu hija
—porfió Miley con una risilla.
—Te lo pregunto a ti.
Por favor, ayúdame —Nick no supo por qué había dicho eso, pero ya era tarde
para rectificar—. No te estoy pidiendo que resuelvas mis problemas, pero hay
veces en las que agradecería poder hablar con alguien, recibir consejos. Consejos
de una mujer.
Miley negó con la cabeza
con rapidez, con demasiada rapidez.
—Soy la última persona
que te podría aconsejar. No sólo no tengo hijas, sino que nunca he tratado a
ninguna niña. Mis opiniones no cuentan.
—Pero eres mujer. Y mis
hijas te admiran. Se pasan la vida repitiendo lo que les dices. Tú debes saber
más que yo sobre cuestiones de tu propio sexo.
Miley lo miró de una
manera que él no supo interpretar. Apareció en sus ojos una calidez, un brillo
que aceleraría el pulso de cualquier hombre, pero en seguida se desvaneció. Miley miró el reloj de pared y se puso de pie de un salto.
—¡Caramba! ¿Te das
cuenta de cuánto tiempo hemos estado hablando? Es más de la una. Mañana tengo
que trabajar y tú también.
Nick se puso de pie
también, pero ella fue hacia la puerta antes que él. Era como si quisiera
escaparse. Sin embargo, titubeó un momento en la puerta.
—Nick, de verdad creo
que si necesitas ayuda se la estás pidiendo a la persona equivocada, pero si me
necesitas... ya sabes dónde vivo. Creo que no te sentirías muy cómodo comprando
sostenes con Angie. Ese tipo de cosas las podría hacer yo y con gusto.
—Bien —dijo Nick. Le
abrió la puerta a su vecina y ella murmuró algunas frases de cortesía.
Había vuelto a
convertirse en una extraña. En cierto sentido nunca habían sido más que
extraños, pero él había sentido algo más esa noche, algo especial, algo real...
algo muy importante para él.
Quería decirla que ella
había sido muy amable al ir a verlo y hablar con él... pero no sabía cómo
hacerlo.
Y como no conocía otra
forma de dar las gracias, se inclinó hacia ella con lentitud. Miley no se apartó
al sentir el roce de sus labios. Se quedó paralizada, lo cual desconcertó a Nick. No era posible que estuviera asustada; Nick nunca asustaba a las mujeres.
Sólo le había dado un beso de buenas noches, de agradecimiento. No podía
interpretarlo mal.
Cuando Nick apartó los
labios, Miley lo siguió mirando fijamente hasta que el ambiente se puso tenso. Nick tardó un momento en comprender.
Miley, su vecina,
tenía tal confianza en sí misma que podía intimidar a un hombre con su sola
presencia.
Pero
Miles, esa Miles que lo
miraba tiernamente, casi asustada, no.
Miley tenía un control
casi total sobre sus sentimientos.
Miles no siempre podía
controlarlos.
Todavía estaban de pie
en el umbral de la puerta abierta. El aire acondicionado los abanicaba por un
lado. El calor de la noche les llegaba por el otro lado. Nick sintió como si
estuvieran atrapados entre el frío de la soledad y el calor del amor.
Nick atravesó el umbral.
Tomándole la barbilla con una mano, le sostuvo la cara. El pulso de la joven se
aceleró al sentir esa caricia. Ella trató de mover la cabeza, y Nick pensó que
la piel de su vecina era demasiado suave para soportar el roce de sus manos
callosas, que ya habían perdido la costumbre de acariciar.
Sedosas madejas rojas
brillaron entre los dedos de él cuando ella bajó la cabeza. Nick descubrió de
repente que besar a
Miley sería muy diferente que besar a cualquier otra.
Ella se quedó quieta. Nick sólo le rozó los labios con suavidad. Y otra vez tuvo la extraña sensación
de que no había echado de menos a una mujer todo ese tiempo. Había echado de
menos a Miley.
Y los suaves labios de
ella, tan inmóviles, de repente cobraron vida bajo los de él. Las manos de Miley subieron por los brazos de Mick, muy lentamente y entonces él la abrazó con más
fuerza.
Miley se estremeció cuando
sus pequeños senos tocaron el pecho desnudo de su vecino. Rodeó con los brazos
el cuello de él.
Nick había pensado,
desde que murió su mujer, que un hombre podía vivir sin pasión. Podía
endurecerse; podría vivir solo si fuese necesario; podía controlar sus deseos,
negarlos. Pero sólo durante cierto tiempo. No para siempre.
Eso era lo que él había
pensado, pero no sabía qué sentía una mujer al respecto. La pasión de Miley era
salvaje... como la inocencia misma.
Miley lo había
desconcertado durante mucho tiempo. Pero ya no. Podía sentir que estaba tan
sola como él mismo; podía percibir su recelo, su temor, a pesar de que su boca
se movía bajo la de él, anhelante, ávida. No era una mera atracción sexual. Era
algo más profundo y peligroso que el sexo. Era la búsqueda de la comunicación
absoluta, del entendimiento y la pasión que iba más allá de los sentidos.
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