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sábado, 24 de marzo de 2012

Ola de Calor: Capitulo 6


La mano delicada dé Miley se cerró en la encallecida mano de él un instante. Ella intentaba decirle así que lo comprendía.
—Sé que no es fácil y menos aún porque no tienes a una mujer que te apoye, pero, ¿no se te ha ocurrido que quizá lo estás haciendo todo mejor de lo que piensas?
—Si fuera así, dudo de que trataran de ganarse tu compasión, Miley.
—He estado pensando en eso —los ojos de Miley reflejaban seriedad—. No creo que lo que Angie y Noel han hecho sea tan terrible, tan poco corriente. Quizá tú hayas sido un adolescente sin problemas. Yo fui una calamidad y me pasaba la mitad del tiempo hablando con los demás de lo mal que me trataban en casa. Sin embargo, me la pasaba de maravilla en casa, mis padres eran comprensivos y cariñosos, pero era más divertido inventarme historias y hacerme la víctima. A los adolescentes les gusta lamentarse, eso los divierte.
—Quizá mis hijas tenían razones para quejarse.
—Y quizá tú eres demasiado duro contigo mismo.
—No lo creo. Antes solíamos hablar mucho. De repente ya no sé nada de ellas y mis opiniones son tontas...
Miley volvió a sonreír.
—Nick, las chicas te quieren. Ya se les pasará.
—Nunca —gruñó Nick con un dejo de humor—. Jamás podré hacer una llamada de negocios desde casa los próximos seis años, porque debes creerme, jamás se irán de casa. Nunca se casarán. Cualquier muchacho en su sano juicio que eche una mirada al cuarto de baño de las chicas en el primer piso... —Nick se puso rígido de repente—. ¿Y quién es ese tal Johnny que mencionaste?
Miley iba a contestar, pero se contuvo.
—Pregúntale a Noel.
—En otras palabras: no me lo dirás —murmuró él—. Mataré a ese mequetrefe. Tengo entendido que es un malandrín, ¿verdad?
—Pregúntaselo a tu hija —porfió Miley con una risilla.
—Te lo pregunto a ti. Por favor, ayúdame —Nick no supo por qué había dicho eso, pero ya era tarde para rectificar—. No te estoy pidiendo que resuelvas mis problemas, pero hay veces en las que agradecería poder hablar con alguien, recibir consejos. Consejos de una mujer.
Miley negó con la cabeza con rapidez, con demasiada rapidez.
—Soy la última persona que te podría aconsejar. No sólo no tengo hijas, sino que nunca he tratado a ninguna niña. Mis opiniones no cuentan.
—Pero eres mujer. Y mis hijas te admiran. Se pasan la vida repitiendo lo que les dices. Tú debes saber más que yo sobre cuestiones de tu propio sexo.
Miley lo miró de una manera que él no supo interpretar. Apareció en sus ojos una calidez, un brillo que aceleraría el pulso de cualquier hombre, pero en seguida se desvaneció. Miley miró el reloj de pared y se puso de pie de un salto.
—¡Caramba! ¿Te das cuenta de cuánto tiempo hemos estado hablando? Es más de la una. Mañana tengo que trabajar y tú también.
Nick se puso de pie también, pero ella fue hacia la puerta antes que él. Era como si quisiera escaparse. Sin embargo, titubeó un momento en la puerta.
—Nick, de verdad creo que si necesitas ayuda se la estás pidiendo a la persona equivocada, pero si me necesitas... ya sabes dónde vivo. Creo que no te sentirías muy cómodo comprando sostenes con Angie. Ese tipo de cosas las podría hacer yo y con gusto.
—Bien —dijo Nick. Le abrió la puerta a su vecina y ella murmuró algunas frases de cortesía.
Había vuelto a convertirse en una extraña. En cierto sentido nunca habían sido más que extraños, pero él había sentido algo más esa noche, algo especial, algo real... algo muy importante para él.
Quería decirla que ella había sido muy amable al ir a verlo y hablar con él... pero no sabía cómo hacerlo.
Y como no conocía otra forma de dar las gracias, se inclinó hacia ella con lentitud. Miley no se apartó al sentir el roce de sus labios. Se quedó paralizada, lo cual desconcertó a Nick. No era posible que estuviera asustada; Nick nunca asustaba a las mujeres. Sólo le había dado un beso de buenas noches, de agradecimiento. No podía interpretarlo mal.
Cuando Nick apartó los labios, Miley lo siguió mirando fijamente hasta que el ambiente se puso tenso. Nick tardó un momento en comprender.
Miley, su vecina, tenía tal confianza en sí misma que podía intimidar a un hombre con su sola presencia.
Pero  Miles, esa Miles que lo miraba tiernamente, casi asustada, no.
Miley tenía un control casi total sobre sus sentimientos.
Miles no siempre podía controlarlos.
Todavía estaban de pie en el umbral de la puerta abierta. El aire acondicionado los abanicaba por un lado. El calor de la noche les llegaba por el otro lado. Nick sintió como si estuvieran atrapados entre el frío de la soledad y el calor del amor.
Nick atravesó el umbral. Tomándole la barbilla con una mano, le sostuvo la cara. El pulso de la joven se aceleró al sentir esa caricia. Ella trató de mover la cabeza, y Nick pensó que la piel de su vecina era demasiado suave para soportar el roce de sus manos callosas, que ya habían perdido la costumbre de acariciar.
Sedosas madejas rojas brillaron entre los dedos de él cuando ella bajó la cabeza. Nick descubrió de repente que besar a  Miley sería muy diferente que besar a cualquier otra.
Ella se quedó quieta. Nick sólo le rozó los labios con suavidad. Y otra vez tuvo la extraña sensación de que no había echado de menos a una mujer todo ese tiempo. Había echado de menos a Miley.
Y los suaves labios de ella, tan inmóviles, de repente cobraron vida bajo los de él. Las manos de Miley subieron por los brazos de Mick, muy lentamente y entonces él la abrazó con más fuerza.
Miley se estremeció cuando sus pequeños senos tocaron el pecho desnudo de su vecino. Rodeó con los brazos el cuello de él.
Nick había pensado, desde que murió su mujer, que un hombre podía vivir sin pasión. Podía endurecerse; podría vivir solo si fuese necesario; podía controlar sus deseos, negarlos. Pero sólo durante cierto tiempo. No para siempre.        
Eso era lo que él había pensado, pero no sabía qué sentía una mujer al respecto. La pasión de Miley era salvaje... como la inocencia misma.
Miley lo había desconcertado durante mucho tiempo. Pero ya no. Podía sentir que estaba tan sola como él mismo; podía percibir su recelo, su temor, a pesar de que su boca se movía bajo la de él, anhelante, ávida. No era una mera atracción sexual. Era algo más profundo y peligroso que el sexo. Era la búsqueda de la comunicación absoluta, del entendimiento y la pasión que iba más allá de los sentidos.

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