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sábado, 24 de marzo de 2012

EL PLAYBOY ENAMORADO: Capitulo 4



A la noche siguiente, Miley jugó voleibol con su equipo. Aquella era una de sus aficiones favo­ritas, pero había estado tan inmersa en su nuevo trabajo de niñera que al principio le costó bas­tante concentrarse. Su viejo amigo y compañero de equipo, Liam, había bromeado con ella hasta hacerla salir de su ensimismamiento. Des­pués del partido y tras una corta ducha en el gimnasio, se reunió con sus compañeros para to­mar una cerveza en el bar de al lado. Pero seguía teniendo la mente en Molly y en Nicholas: se imaginaba a la niña llorando a moco tendido, con la cara roja, y a su padre desanimado y deses­perado, así que Miley se marchó pronto.
Cuando atravesó la grandiosa puerta de ma­dera de la entrada, aguzó el oído para escuchar algún sollozo. En su lugar, oyó la voz de barítono de Nicholas saliendo de la cocina. Miley avanzó en silencio por el pasillo y escuchó que sus palabras iban acompañadas por balbuceos alegres que surgían de la boca de Molly. ¿Alegres? Miley ahogó una exclamación de sorpresa y se quedó en la puerta de la cocina.
-¿Te gusta el helado Baronessa de fresa? -dijo Nicholas-. Tienes un gusto excelente. ¿Quieres que te cuente su historia?
Molly emitió un balbuceo inteligible, pero, de nuevo, era un sonido alegre.
-Sabía que te interesaría. Tu bisabuelo Marco llego a América desde Italia y se enamoró de una chica llamada Angélica, que hacía postres de he­lado. Se fugaron para casarse en secreto el día de San Valentín, y más tarde abrieron una gelateria, que es como se dice heladería en italiano. ¿Eres capaz de decir gelateria?
Le siguió otro balbuceo inteligible, y Miley son­rió con arrobo ante la ridícula pregunta de Ni­cholas.
-No importa -continuó él-. Estoy seguro de que mi padre se encargará de que aprendas algo de italiano. Pero volvamos a la historia. Marco llamó a la heladería «Baronessa» porque su ape­llido, nuestro apellido, significa «barón». La he­ladería se hizo muy popular entre la gente. Fue todo un éxito. Los años pasaron, y mi padre, Paul, que es Master en Económicas por la uni­versidad de Harvard, expandió el negocio a nivel nacional. Y ahora, los helados Baronessa pueden encontrarse en las tiendas de gourmet de todo el mundo... y también por todo tu cuerpo, pe­queña -aseguró tras una breve pausa-. Me temo que vas a necesitar otro baño, y algo me dice que no va a ser una medida tan popular como el he­lado de fresa.
-Parece que por aquí han estado de fiesta... -dijo Miley asomando la cabeza.
Nicholas escuchó a Molly proferir unos grititos de alegría y sintió una oleada de alivio ante la presencia de  Miley. Ella se acercó hasta la niña con una sonrisa, tomó una servilleta y comenzó a limpiarle la carita.
-Ten cuidado -advirtió Nicholas cuando Miley sacó a la niña de la trona-. Tiene el pijama lleno de helado, y puede mancharte.
-No me importa -respondió ella encogién­dose de hombros-. No soy demasiado remilgada. 
Y no lo era. Nicholas no estaba acostumbrado a mujeres poco remilgadas. Siguió a Miley por las escaleras con la vista clavada en la curva que los pantalones vaqueros le hacían en el trasero. Re­cordó la visión de su cuerpo semidesnudo en el baño, y se imaginó aquella figura tan atlética des­nuda. Tenía la sospecha de que  Miley tendría una musculatura suave y bien formada, con unas piernas capaces de enredarse sin problemas alre­dedor de la cintura de un hombre...
Nicholas contuvo un gemido. Por el amor de Dios, aquella era la niñera de su hija. Y ni si­quiera era su tipo: era muy distinta a las mujeres impecablemente peinadas con las que solía salir.
Miley tenía un pelo salvaje, al que no podía domi­nar ni cuando se lo peinaba hacia atrás. La ima­gen prohibida de una Miley desnuda con el cabe­llo rojo flotando al viento y en el rostro una expresión de éxtasis se apoderó de su mente.
Nicholas frunció el ceño y contuvo otro sus­piro. Tal vez hacía demasiado tiempo que no se llevaba a una mujer a la cama. Seguía asistiendo a los actos públicos con damas hermosas, pero había estado demasiado concentrado en el he­cho de haberse convertido en padre como para ocuparse de sus necesidades sexuales.
Nicholas trató de apartar aquellos turbadores pensamientos de su mente mientras se reunía con Miley en el baño de la niña. Miley abrió el grifo y la bañera comenzó a llenarse.
-¿Qué tal el partido?
-Muy bien, gracias por preguntar. Por su­puesto, hemos ganado -aseguró ella con un bri­llo de competitividad en la mirada-. Llevamos tres años sin sufrir una derrota. Es un equipo mixto, y los chicos no dudan en azuzar a las mu­jeres cuando no somos los suficientemente agre­sivas.
-¿No es ninguno de esos chicos especial para ti?
-Todo son especiales —aseguró Miley mientras comenzaba a desnudar a Molly—. Pero para ellos yo soy como uno más.
-No pueden estar tan ciegos -dijo él.
-Gracias, eres muy amable -respondió Miley girándose para sonreírle mientras metía a la niña en el agua tras comprobar la temperatura-.Y hablando de personas especiales, ¿qué me di­ces de ti?
-Molly es la única chica especial en mí pre­sente y en mi futuro -afirmó Nicholas con un deje de amargura al recordar a la madre de su hija-. Estoy decidido a mantener solo relaciones a corto plazo con las mujeres.
-Ya, seguro -respondió Miley con una mueca de desconfianza mientras le frotaba la barriguita a Molly.
-Qué pasa, ¿no me crees? -preguntó Nicholas, claramente ofendido por su reacción-. Siempre soy muy claro con las mujeres respecto a mis in­tenciones. No les queda ni la menor duda.
-Tal vez no, pero les queda la esperanza -afirmó Miley pasándole la esponja a la niña por el resto del cuerpo.
-¿La esperanza de qué?
-De que te enamores locamente de ellas -con­testó Miley, como si fuera la respuesta más obvia del mundo.
-Nunca volveré a enamorarme locamente de nadie -aseguró él con una mueca cínica-. Los fi­nales felices no existen.
Miley frunció el ceño como si no estuviera de acuerdo con él pero tuviera que morderse la len­gua. Nicholas sospechó que le costaría mucho trabajo hacerlo cuando tenía una opinión for­mada respecto a algo. Miley sacó a Molly de la ba­ñera y la envolvió en una toalla. Con un movi­miento rápido, se la puso a su padre entre los brazos.
-No sé qué decirte -aseguró Miley señalando con un gesto a la niña-. Pero me parece que esta vez has ganado la partida.
Nicholas miró en los ojos inocentes de su hija y sintió que el corazón se le agrandaba con un sentimiento de protección y amor.
-Supongo que sí -dijo sonriendo a Molly.

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