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miércoles, 21 de marzo de 2012

EL PLAYBOY ENAMORADO: Prólogo


Ella había sido una belleza de ojos azules con un cuerpo capaz de volver loco a cualquiera. También tenía un corazón de acero con el que podía cortar a un hombre en pedacitos.
Si Nicholas Barone hubiera sido supersticioso, habría pensado que sobre él había caído la mal­dición del día de San Valentín que supuesta­mente azotaba a su familia. Casi dos años atrás, el 14 de febrero, tenía el anillo preparado y estaba dispuesto a declararse a Delta Goodrem.
Recordó cómo había utilizado su llave para entrar en el apartamento de Delta, deseando sorprenderla, justo a tiempo para escucharla de­cir por teléfono a una amiga que aquella noche iba a «atrapar a uno de los grandes».Completa­mente segura de su encanto, Delta le había prodigado un sinfín de atenciones perfecta­mente calculadas para conseguir su objetivo, tal y como descubrió Nicholas más tarde. Había fin­gido estar loca por él solo para conseguir meter las manos en la fortuna de su familia.
Nicholas todavía sentía una pizca de amargura al recordar la desagradable escena que había te­nido lugar a continuación. Viendo que era inútil negar lo evidente, Delta había desplegado todos sus encantos femeninos para intentar apla­carlo. Tal vez Nicholas fuera cien por cien ameri­cano, pero tenía sangre italiana corriendo por sus venas, y se juró a sí mismo que aquello se ha­bía terminado.
Incluso todavía ahora, sentado en la oscuridad del cuarto de su hija aquel día de Enero, sintió cómo volvía a asaltarlo una oleada de rabia. Ni­cholas dirigió entonces la mirada hacia aquella hija de un año cuya existencia había ignorado hasta diez días atrás. Nada más terminar con Delta, ésta había encontrado otro hombre con una cuenta corriente más que saneada y, al pare­cer, había intentado hacer pasar a Molly por su hija.
Nicholas exhaló un profundo suspiro y dejó escapar en él algo de su amargura. Mientras en­contraba consuelo observando la inocencia y la vulnerabilidad de Molly, escuchó el sonido de unos pasos a su espalda. Sospechó que se trataría de sus padres. Aunque su padre lo negara, en lo que se refería a sus ocho hijos, ambos eran profe­sionales de la preocupación. Nicholas se dio la vuelta al sentir la mano de su madre sobre el brazo. Su padre, un hombre que siempre se las había arreglado para inspirar ternura a pesar de medir cerca de un metro noventa, sacudió la ca­beza mientras clavaba la vista en la cuna.

-Nunca le perdonaré a esa mujer el haberte ocultado que tenías una hija -dijo sin poder di­simular la rabia-. Cuando pienso que nunca te hubieras enterado si Delta no hubiera muerto...
-No debemos malgastar energía perdonando a Delta -respondió Nicholas, cuya propia ira era un reflejo de la de su padre-. Está muerta. Y yo tengo que emplear todas mis fuerzas en ayu­dar a Molly a acostumbrarse a vivir conmigo y aceptarme como padre…
-Molly te aceptará enseguida -aseguró su ma­dre apretándole suavemente el brazo-. Sigo di­ciendo que yo podría cuidar de ella.
-No quiero que te agotes -intervino Paul Barone pasando un brazo alrededor de los hom­bros de su esposa-. Todavía consigues que los hombres giren la cabeza para mirarte cuando en­tras en una habitación, pero no puedes andar día y noche detrás de una niña de un año.
Denise Barone no había nacido en Italia, pero eso no significaba que no supiera defender su te­rritorio.
-Si tú puedes seguir dirigiendo la mayor em­presa heladera de América, ¿por qué no puedo yo correr detrás de mi nieta? -preguntó levan­tando la barbilla con aire desafiante.
-Puedo seguir dirigiéndola porque Nicholas es mi mano derecha y confío en él. Mis hijos han dejado por fin el nido, y creo que me he ganado el derecho de tener toda la atención de mi es­posa al final del día, ¿no?
Nicholas compuso una mueca ante lo posesivo que era su padre. Su madre tenía sesenta y siete años y, para Paul, seguía siendo la luz de su vida.
-Te agradezco que te hayas ocupado de Molly estos últimos diez días, y me gustaría que siguieras pendiente de ella -le aseguró Nicholas a su madre.
Sabía que Denise era perfectamente capaz de hacerse cargo de la niña, pero también era cons­ciente de que su hija reclamaba muchísima aten­ción. La pobre niña lloraba con frecuencia desde que había llegado a su casa.
-Molly ha perdido a su madre, y sé que tengo que crear una atmósfera estable a su alrededor. Mi asistenta hace muy bien su trabajo, pero los niños no son su fuerte. Dadas las exigencias de mi trabajo, necesito una niñera. Ya he contac­tado con un par de agencias.
-¿Estás seguro de que es lo mejor? -preguntó su madre con incertidumbre mientras observaba la cuna.
-Lo estoy -respondió Nicholas. -Nicholas tiene razón. Él se ocupará de la bambina y nosotros ejerceremos de abuelos -dijo su padre.
-¿Y podré visitarla siempre que quiera? -pre­guntó su madre.
Nicholas sintió que se le enternecía el cora­zón. Su madre ya se había encariñado con su pri­mera nieta a pesar de sus continuos sollozos.
 -Por supuesto. Todos los días, si te apetece.
 -Es una niña preciosa -aseguró Denise girán­dose hacia él-. Es igualita que tú cuando eras bebé: pelo negro y rizado, ojos color chocolate, y esa bar­billa desafiante, igual a la de tu padre... tu padre es un buen hombre, Nicholas, y tú también. Molly tiene mucha suerte.
Nicholas sintió que se le encogía el corazón. Aquel voto de confianza de su madre era como un bálsamo para su alma confundida. Todavía se estaba recuperando de la noticia de enterarse con treinta y cinco años de que era padre, y, el Cielo lo sabía, no era ningún experto en niñas de un año.
-Gracias, mamá.
-Es la pura verdad -respondió ella besándolo en la mejilla-. Iré por mi abrigo.
-Enseguida voy -dijo Paul apretando la mano de su esposa.
En cuanto Denise hubo salido, su padre se aclaró la garganta antes de hablar.
-Si necesitas cualquier cosa, llámame de in­mediato.
-Sabré manejarme -respondió Nicholas asin­tiendo con la cabeza.
-Eso ya lo sé -aseguró su padre-. Siempre has sabido superar todas las dificultades. Me hubiera gustado que encontraras un amor como el que compartimos tu madre y yo.
-Y en lugar de eso, encontré a Delta -res­pondió Nicholas con amargura.
-Eres joven -protestó Paul- Aún te queda mucha vida por delante.
-Toda mi atención está centrada ahora en ve­lar por mi hija. Teniendo una niñera, no necesi­taré ninguna esposa.
-Una niñera no puede hacerse cargo de todas las necesidades de un hombre.
-Un hombre no tiene por qué casarse para sa­tisfacer ese tipo de necesidades -contestó Nicho­las secamente.
-Algún día comprenderás lo que necesita el corazón -aseguró su padre blandiendo el dedo índice hacia él-. Pero por ahora tienes razón. Debes concentrarte en cuidar de tu hija. Ibas a pedirle a Delta que se casara contigo el día de San Valentín, ¿verdad? -preguntó Paul tras du­dar unos instantes.
Nicholas sabía que su padre estaba pensando en la maldición de San Valentín, que había de­jado su marca en más de una generación de los Barone. Su padre nunca había dicho que creyera en ella ni que dejara de creer, pero se refería a ella con cierto recelo.
-Sí, así es. Pero discutimos y ella se marchó de la ciudad.
Siguió entonces un silencio pensativo. Paul dirigió la vista hacia Molly.
-Si la maldición es cierta, en esta ocasión a ti te ha traído un regalo.



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BUENO ESTO ES DEDICADO A SARII, AUNQUE NO PROMETO SUBIRLA TODOS LOS DIAS XQ NO VOY A TENER MUCHO TIEMPO. LA VOY A SUBIR :) ESPERO QUE TE GUSTE SARII, UN BESITO (:

3 comentarios:

  1. ah ahhh muero muerooo ahhh ya la ame me enamore de esta novela enceiro ahh yaa la amoooo ahh me casaria con ella, novela serias tan amable de casarte conmigo? haha espeor que diga que si si no grrrr

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  2. aahahahahahhahah
    lo ame♥♥♥
    espero el proximo prontitito plixxx
    bueno bye
    pd.mas tarde subo yo en mi blog ;)

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