Ella había sido una belleza de ojos azules con
un cuerpo capaz de volver loco a cualquiera. También tenía un corazón de acero
con el que podía cortar a un hombre en pedacitos.
Si Nicholas Barone hubiera sido supersticioso,
habría pensado que sobre él había caído la maldición del día de San Valentín
que supuestamente azotaba a su familia. Casi dos años atrás, el 14 de febrero,
tenía el anillo preparado y estaba dispuesto a declararse a Delta Goodrem.
Recordó cómo había utilizado su llave para
entrar en el apartamento de Delta, deseando sorprenderla, justo a tiempo
para escucharla decir por teléfono a una amiga que aquella noche iba a
«atrapar a uno de los grandes».Completamente segura de su encanto, Delta le
había prodigado un sinfín de atenciones perfectamente calculadas para
conseguir su objetivo, tal y como descubrió Nicholas más tarde. Había fingido
estar loca por él solo para conseguir meter las manos en la fortuna de su
familia.
Nicholas todavía sentía una pizca de amargura
al recordar la desagradable escena que había tenido lugar a continuación.
Viendo que era inútil negar lo evidente, Delta había desplegado todos sus
encantos femeninos para intentar aplacarlo. Tal vez Nicholas fuera cien por
cien americano, pero tenía sangre italiana corriendo por sus venas, y se juró
a sí mismo que aquello se había terminado.
Incluso todavía ahora, sentado en la oscuridad
del cuarto de su hija aquel día de Enero, sintió cómo volvía a asaltarlo una
oleada de rabia. Nicholas dirigió entonces la mirada hacia aquella hija de un
año cuya existencia había ignorado hasta diez días atrás. Nada más terminar con
Delta, ésta había encontrado otro hombre con una cuenta corriente más que
saneada y, al parecer, había intentado hacer pasar a Molly por su hija.
Nicholas exhaló un profundo suspiro y dejó
escapar en él algo de su amargura. Mientras encontraba consuelo observando la
inocencia y la vulnerabilidad de Molly, escuchó el sonido de unos pasos a su
espalda. Sospechó que se trataría de sus padres. Aunque su padre lo negara, en
lo que se refería a sus ocho hijos, ambos eran profesionales de la
preocupación. Nicholas se dio la vuelta al sentir la mano de su madre sobre el
brazo. Su padre, un hombre que siempre se las había arreglado para inspirar
ternura a pesar de medir cerca de un metro noventa, sacudió la cabeza mientras
clavaba la vista en la cuna.
-Nunca le perdonaré a esa mujer el haberte
ocultado que tenías una hija -dijo sin poder disimular la rabia-. Cuando
pienso que nunca te hubieras enterado si Delta no hubiera muerto...
-No debemos malgastar energía perdonando a
Delta -respondió Nicholas, cuya propia ira era un reflejo de la de su
padre-. Está muerta. Y yo tengo que emplear todas mis fuerzas en ayudar a
Molly a acostumbrarse a vivir conmigo y aceptarme como padre…
-Molly te aceptará enseguida -aseguró su madre
apretándole suavemente el brazo-. Sigo diciendo que yo podría cuidar de ella.
-No quiero que te agotes -intervino Paul Barone pasando un brazo alrededor de los hombros de su esposa-. Todavía
consigues que los hombres giren la cabeza para mirarte cuando entras en una
habitación, pero no puedes andar día y noche detrás de una niña de un año.
Denise Barone no había nacido en Italia, pero
eso no significaba que no supiera defender su territorio.
-Si tú puedes seguir dirigiendo la mayor empresa
heladera de América, ¿por qué no puedo yo correr detrás de mi nieta? -preguntó
levantando la barbilla con aire desafiante.
-Puedo seguir dirigiéndola porque Nicholas es
mi mano derecha y confío en él. Mis hijos han dejado por fin el nido, y creo
que me he ganado el derecho de tener toda la atención de mi esposa al final del
día, ¿no?
Nicholas compuso una mueca ante lo posesivo
que era su padre. Su madre tenía sesenta y siete años y, para Paul, seguía
siendo la luz de su vida.
-Te agradezco que te hayas ocupado de Molly
estos últimos diez días, y me gustaría que siguieras pendiente de ella -le
aseguró Nicholas a su madre.
Sabía que Denise era perfectamente capaz de
hacerse cargo de la niña, pero también era consciente de que su hija reclamaba
muchísima atención. La pobre niña lloraba con frecuencia desde que había
llegado a su casa.
-Molly ha perdido a su madre, y sé que tengo
que crear una atmósfera estable a su alrededor. Mi asistenta hace muy bien su
trabajo, pero los niños no son su fuerte. Dadas las exigencias de mi trabajo,
necesito una niñera. Ya he contactado con un par de agencias.
-¿Estás seguro de que es lo mejor? -preguntó
su madre con incertidumbre mientras observaba la cuna.
-Lo estoy -respondió Nicholas. -Nicholas tiene
razón. Él se ocupará de la bambina y nosotros ejerceremos de abuelos -dijo su
padre.
-¿Y podré visitarla siempre que quiera? -preguntó
su madre.
Nicholas
sintió que se le enternecía el corazón. Su madre ya se había encariñado con su
primera nieta a pesar de sus continuos sollozos.
-Por supuesto. Todos los días, si te apetece.
-Es una niña preciosa -aseguró Denise girándose hacia él-. Es igualita
que tú cuando eras bebé: pelo negro y rizado, ojos color chocolate, y esa barbilla
desafiante, igual a la de tu padre... tu padre es un buen hombre, Nicholas, y
tú también. Molly tiene mucha suerte.
Nicholas sintió que se le encogía el corazón.
Aquel voto de confianza de su madre era como un bálsamo para su alma
confundida. Todavía se estaba recuperando de la noticia de enterarse con treinta y cinco años
de que era padre, y, el Cielo lo sabía, no era ningún experto en niñas de un
año.
-Gracias, mamá.
-Es la pura verdad -respondió ella besándolo
en la mejilla-. Iré por mi abrigo.
-Enseguida voy -dijo Paul apretando la mano
de su esposa.
En cuanto Denise hubo salido, su padre se
aclaró la garganta antes de hablar.
-Si necesitas cualquier cosa, llámame de inmediato.
-Sabré manejarme -respondió Nicholas asintiendo
con la cabeza.
-Eso ya lo sé -aseguró su padre-. Siempre has
sabido superar todas las dificultades. Me hubiera gustado que encontraras un
amor como el que compartimos tu madre y yo.
-Y en lugar de eso, encontré a Delta -respondió
Nicholas con amargura.
-Eres joven -protestó Paul- Aún te queda
mucha vida por delante.
-Toda mi atención está centrada ahora en velar
por mi hija. Teniendo una niñera, no necesitaré ninguna esposa.
-Una niñera no puede hacerse cargo de todas
las necesidades de un hombre.
-Un hombre no tiene por qué casarse para satisfacer
ese tipo de necesidades -contestó Nicholas secamente.
-Algún día comprenderás lo que necesita el corazón
-aseguró su padre blandiendo el dedo índice hacia él-. Pero por ahora tienes
razón. Debes concentrarte en cuidar de tu hija. Ibas a pedirle a Delta que
se casara contigo el día de San Valentín, ¿verdad? -preguntó Paul tras dudar
unos instantes.
Nicholas sabía que su padre estaba pensando en
la maldición de San Valentín, que había dejado su marca en más de una
generación de los Barone. Su padre nunca había dicho que creyera en ella ni que
dejara de creer, pero se refería a ella con cierto recelo.
-Sí, así es. Pero discutimos y ella se marchó
de la ciudad.
Siguió entonces un silencio pensativo. Paul dirigió la vista hacia Molly.
-Si la maldición es cierta, en esta ocasión a
ti te ha traído un regalo.
ah ahhh muero muerooo ahhh ya la ame me enamore de esta novela enceiro ahh yaa la amoooo ahh me casaria con ella, novela serias tan amable de casarte conmigo? haha espeor que diga que si si no grrrr
ResponderEliminaraahahahahahhahah
ResponderEliminarlo ame♥♥♥
espero el proximo prontitito plixxx
bueno bye
pd.mas tarde subo yo en mi blog ;)
AAAAW ME ENCANTO SEGUILAA!
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