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sábado, 24 de marzo de 2012

EL PLAYBOY ENAMORADO: Capitulo 2


Miley sobrevivió aquella noche, aunque se po­nía enferma cada vez que pensaba en que Nicho­las Barone la había escuchado cantar en la du­cha, luego se la había encontrado tirada en el suelo del baño y había estado a punto de verla desnuda. Pero Molly se ocupó enseguida de dis­traerla. Por desgracia, uno de los trucos más efectivos de Miley para calmarla estaba relacio­nado con su propio pelo, al que Molly le encan­taba engancharse. Aquello significaba que la niña estaba pegada a ella la mayor parte del tiempo que permanecía despierta, pero Miley confiaba en que aquello fuera un periodo de transición que pronto pasaría.
A las seis en punto de la tarde, Nicholas atra­vesó la puerta de entrada.
-¡Es papá! -exclamó ella, tratando de conta­giarle a la niña un sentimiento de euforia.
Miley avanzó con Molly en brazos hasta el vestí­bulo. Nicholas miró a su hija y se acercó con cau­tela. Miley sintió que la niña le tiraba con fuerza del pelo, un claro signo de tensión.
-Hola, cariño -susurró él en voz baja-. ¿Qué tal has pasado el día hoy?
Molly estrujó aún más el mechón de pelo de su niñera que tenía sujeto y clavó la mirada en su padre.
-¿Qué te está haciendo en el pelo? -se inte­resó Nicholas arqueando una ceja.
-Creo que lo hace para sentirse segura -ase­guró ella con una mueca-. Algunos niños utili­zan una manta, pero Molly usa mi pelo.
-Parece que te lo vaya a arrancar -dijo Nicho­las acercándose para soltar la mano de Molly.
Miley aspiró el aroma de su loción para des­pués del afeitado, que le llegó como una ráfaga antes de quedarse mirando fijamente la sensual curva de su boca. Se preguntó cómo besaría Ni­cholas, y una ola de calor se apoderó de ella. Su instinto le decía que seguramente sería un amante increíble.
Pero ella no lo sabría nunca. Y tampoco que­ría saberlo, se dijo a sí misma mientras sentía cómo Molly se ponía tensa y emitía un sonido de protesta.
-Siempre parece que va a echarse a llorar cuando yo aparezco -dijo Nicholas retirando la mano con el ceño fruncido.
Miley se mordió el labio inferior. Estaba en lo cierto.
-Seguramente necesita pasar más tiempo con­tigo a solas. Podrías empezar leyéndole por las noches.
Miley habría jurado ver algo semejante a un destello de terror en los ojos de Nicholas, pero le pareció que aquello no podía ser cierto. Después de todo, Molly era su hija. Era imposible que un hombre tan grande y tan poderoso como Nicho­las Barone tuviera miedo de su hija... ¿O no?
-Tal vez en otra ocasión -dijo tras unos instan­tes-. Me he comprometido a asistir a una gala be­néfica esta noche. Tengo que actuar como repre­sentante oficial de la familia Barone.
-¿Y te gusta ostentar ese cargo? -preguntó Miley sin poder reprimir la curiosidad.
-Depende de la gala y depende de la compa­ñía -respondió él encogiéndose de hombros.
-Entiendo -contestó Miley sintiendo que le daba un vuelco el estómago al observar el brillo sensual de su mirada.
¿Qué se sentiría al pasar una velada con la atención constante de un hombre como Nicho­las Barone? Miley estaba segura de que se pasaría todo el tiempo sonrojándose y tropezando, una actitud muy distinta a la de las mujeres hermosas y seguras de sí mismas a las que estaría acostumbrado. Se preguntó cómo sería la de aquella no­che y comentó:
-Supongo que debe ser muy duro escoger el «sabor del día». No recuerdo haber conocido nunca a ninguna mujer a la que no le gusten los helados, así que tú debes representar la combi­nación perfecta.
-¿Y qué combinación sería esa? ¿Rico y...?
-No estaba pensando en el dinero -aseguró Miley sacudiendo la cabeza-. Estaba pensando en un helado cubierto de algo delicioso... algo ca­liente -dijo sin pensar.
Porque si había una frase que describía a la perfección a aquel hombre, era aquella:
-Caramelo caliente.
Nicholas la miró fijamente durante unos ins­tantes, y Miley sintió que una oleada de vergüenza le invadía el cuerpo. ¿En qué estaría pensando para decir semejante disparate? Una cosa era pensarlo, y otra muy distinta decirlo. Se estreme­ció, dando por seguro que tenía las mejillas del mismo color que el pelo. ¿Estaría predestinada a ponerse en ridículo constantemente delante de aquel hombre?
-¿Podemos olvidarnos de lo que he dicho?
-¿Olvidar que acabas de compararme con un helado cubierto de caramelo caliente? -pre­guntó Nicholas sacudiendo la cabeza con parsi­monia-. No. Estoy seguro de que lo recordaré durante mucho tiempo.



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EMPIEZA EL MARATON DE ESTA NOVE, DEDICADO A SARII :) 

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