Miley sobrevivió aquella noche, aunque se ponía
enferma cada vez que pensaba en que Nicholas Barone la había escuchado cantar
en la ducha, luego se la había encontrado tirada en el suelo del baño y había
estado a punto de verla desnuda. Pero Molly se ocupó enseguida de distraerla.
Por desgracia, uno de los trucos más efectivos de Miley para calmarla estaba
relacionado con su propio pelo, al que Molly le encantaba engancharse.
Aquello significaba que la niña estaba pegada a ella la mayor parte del tiempo
que permanecía despierta, pero Miley confiaba en que aquello fuera un periodo de
transición que pronto pasaría.
A las seis en punto de la tarde, Nicholas atravesó
la puerta de entrada.
-¡Es papá! -exclamó ella, tratando de contagiarle
a la niña un sentimiento de euforia.
Miley avanzó con Molly en brazos hasta el vestíbulo.
Nicholas miró a su hija y se acercó con cautela. Miley sintió que la niña le
tiraba con fuerza del pelo, un claro signo de tensión.
-Hola, cariño -susurró él en voz baja-. ¿Qué
tal has pasado el día hoy?
Molly estrujó aún más el mechón de pelo de su
niñera que tenía sujeto y clavó la mirada en su padre.
-¿Qué te está haciendo en el pelo? -se interesó
Nicholas arqueando una ceja.
-Creo que lo hace para sentirse segura -aseguró
ella con una mueca-. Algunos niños utilizan una manta, pero Molly usa mi pelo.
-Parece que te lo vaya a arrancar -dijo Nicholas
acercándose para soltar la mano de Molly.
Miley aspiró el aroma de su loción para después
del afeitado, que le llegó como una ráfaga antes de quedarse mirando fijamente
la sensual curva de su boca. Se preguntó cómo besaría Nicholas, y una ola de
calor se apoderó de ella. Su instinto le decía que seguramente sería un amante
increíble.
Pero ella no lo sabría nunca. Y tampoco quería
saberlo, se dijo a sí misma mientras sentía cómo Molly se ponía tensa y emitía
un sonido de protesta.
-Siempre parece que va a echarse a llorar
cuando yo aparezco -dijo Nicholas retirando la mano con el ceño fruncido.
Miley se mordió el labio inferior. Estaba en lo
cierto.
-Seguramente necesita pasar más tiempo contigo
a solas. Podrías empezar leyéndole por las noches.
Miley habría jurado ver algo semejante a un
destello de terror en los ojos de Nicholas, pero le pareció que aquello no
podía ser cierto. Después de todo, Molly era su hija. Era imposible que un
hombre tan grande y tan poderoso como Nicholas Barone tuviera miedo de su
hija... ¿O no?
-Tal vez en otra ocasión -dijo tras unos
instantes-. Me he comprometido a asistir a una gala benéfica esta noche.
Tengo que actuar como representante oficial de la familia Barone.
-¿Y te gusta ostentar ese cargo? -preguntó Miley sin poder reprimir la curiosidad.
-Depende de la gala y depende de la compañía
-respondió él encogiéndose de hombros.
-Entiendo -contestó Miley sintiendo que le daba
un vuelco el estómago al observar el brillo sensual de su mirada.
¿Qué se sentiría al pasar una velada con la
atención constante de un hombre como Nicholas Barone? Miley estaba segura de
que se pasaría todo el tiempo sonrojándose y tropezando, una actitud muy
distinta a la de las mujeres hermosas y seguras de sí mismas a las que estaría acostumbrado.
Se preguntó cómo sería la de aquella noche y comentó:
-Supongo que debe ser muy duro escoger el
«sabor del día». No recuerdo haber conocido nunca a ninguna mujer a la que no
le gusten los helados, así que tú debes representar la combinación perfecta.
-¿Y qué combinación sería esa? ¿Rico y...?
-No estaba pensando en el dinero -aseguró Miley sacudiendo la cabeza-. Estaba pensando en un helado cubierto de algo
delicioso... algo caliente -dijo sin pensar.
Porque si había una frase que describía a la
perfección a aquel hombre, era aquella:
-Caramelo caliente.
Nicholas la miró fijamente durante unos instantes,
y Miley sintió que una oleada de vergüenza le invadía el cuerpo. ¿En qué estaría
pensando para decir semejante disparate? Una cosa era pensarlo, y otra muy
distinta decirlo. Se estremeció, dando por seguro que tenía las mejillas del
mismo color que el pelo. ¿Estaría predestinada a ponerse en ridículo
constantemente delante de aquel hombre?
-¿Podemos olvidarnos de lo que he dicho?
-¿Olvidar que acabas de compararme con un
helado cubierto de caramelo caliente? -preguntó Nicholas sacudiendo la cabeza
con parsimonia-. No. Estoy seguro de que lo recordaré durante mucho tiempo.
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