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sábado, 24 de marzo de 2012

EL PLAYBOY ENAMORADO: Capitulo 5


A finales de aquella misma semana, Miley se en­contró a Nicholas en la cocina cuando éste es­taba sacando una botella de agua de la nevera. Se había pasado la tarde de reunión en reunión para intentar solucionar unos problemas en la producción. Estaba tan tenso que sentía como si tuviera los músculos del cuello duros como una rueda de caucho.
Al verla sonreír, sintió que aquella tensión se aflojaba.
-Bienvenido a casa. Lamento asaltarte nada más entrar por la puerta.
-¿Pasa algo? -preguntó sintiendo de nuevo el cuello agarrotado.
-Nada grave -afirmó Miley mostrándole el marco de fotografía que llevaba en una mano-. Tengo que hacerte una petición especial. Nece­sito una foto tuya para ponerla en el cuarto de Molly. Estás fuera todo el día, así que pensé que sería bueno que tuviera un recordatorio visual tuyo. Lo mejor sería una foto informal.
-De acuerdo, veré qué encuentro por ahí -dijo Nicholas encogiéndose de hombros.
-Y también necesito que le grabes un mensaje -continuó Miley acercándose para mostrarle el marco-. Cualquier cosa: unas palabras, una can­ción... Mira lo que he comprado hoy: es estu­pendo. Cada vez que aprietas el botón que hay en el marco, se escucha el mensaje. A Molly le encantará.
Sonó entonces el timbre de la puerta y Miley miró el reloj.
-Debe ser Liam. Es un amigo -dijo res­pondiendo a la pregunta de Nicholas antes de que éste se la formulara-. Me ha llamado para decirme que quería ver el partido de baloncesto conmigo. Dijiste que podía utilizar el estudio del piso de abajo por las noches si quería traer a mis amigos. ¿Te sigue pareciendo bien?
La verdad era que no. Después de un día tan duro, Nicholas hubiera querido disfrutar de unos minutos de conversación con Miley. Pero no sería justo limitarle su vida social solo porque es­tar con ella le resultaba tan refrescante como una botella de agua.
-Por supuesto -aseguró-. De todas formas, voy a irme pronto a mi habitación.
-Así podrás grabar el mensaje y buscar la foto -aseguró ella con una amplia sonrisa mientras se dirigía hacia la puerta.
-Ya veremos -murmuró Nicholas mientras ella abría.
Un hombre de unos veintitantos años levantó a Miley del suelo.
-¿Cuánto tiempo pensabas dejarme ahí fuera bajo el frío? Empezaba a preguntarme si no me habría equivocado de casa.
-Bájame, Liam. No te preocupes, que no te vas a perder el principio del partido.
-Ya me estás rompiendo otra vez el corazón -aseguró el hombre volviendo a ponerla con los pies en el suelo-. Lo que no quería era per­derme ni un solo minuto a tu lado.
-Lo siento, pensé que ya te habías ido -dijo Miley mirando por encima de su hombro y encon­trándose con Nicholas-. Te presento a Liam Hermsworth, compañero de equipo y uno de mis me­jores amigos, a pesar de que se tome demasiado en serio su coqueteo australiano. Éste es Nicholas Barone, mi jefe.
-Encantado de conocerlo -dijo el hombre ex­tendiendo la mano-. Soy un consumidor habi­tual de sus productos, y un admirador de su em­presa.
-Gracias -respondió Nicholas.
Aquel hombre le gustaba y al mismo tiempo no le gustaba. Miley podía insistir cuanto quisiera en que era solo un amigo, pero Nicholas había visto lo suficiente como para comprender que Liam buscaba algo más que una amistad. Le dio rabia la familiaridad con la que aquel hom­bre tocaba a Miley, lo que era una tontería. Siempre y cuando ella hiciera bien su trabajo con Molly, no deberían importarle sus relaciones.
-En la nevera hay cervezas. Buenas noches a los dos -se despidió Nicholas antes de comenzar a subir las escaleras.
Sentía una inexplicable sensación de incomo­didad. Escuchó la voz de Liam seguida de la risa de Miley y se detuvo en medio de las escaleras.
Aquella risa, natural e inintencionadamente sexy, le provocó una oleada de deseo que le atra­vesó el cuerpo. Había algo en ella que la conver­tía en adictiva, y a Nicholas se le ocurrió pensar que hacer reír a Miley tendría que ser como lle­varla al orgasmo. Aquel pensamiento lo dejó noqueado, pero sabía que era cierto.
Ella volvió a reírse, y Nicholas sintió de nuevo la misma sensación. No pudo evitar fruncir el ceño, porque no recordaba haberse excitado nunca antes con solo escuchar la risa de una mu­jer. Tratando de calmar la extraña y urgente ne­cesidad que sentía de ser el hombre que la hi­ciera reír, Nicholas subió el resto de las escaleras, pero no pudo resistir la tentación de dejar la puerta de su dormitorio abierta para poder vol­ver a escuchar su risa.
Durante las dos siguientes horas, se dedicó a preparar los informes para la próxima reunión regional. Sentía las pestañas cada vez más pesa­das, así que cerró los ojos y se apoyó contra la al­mohada, diciéndose a sí mismo que descansaría solo unos instantes... y de pronto se vio inmerso en un sueño que era una mezcla de imágenes sensuales en las que la protagonista absoluta era Miley. Aparecía vestida únicamente con una bata de seda negra y se acercaba a su cama con el pelo alborotado y una sonrisa sensual dibujada en los labios. Y cuando la visión de aquella boca acer­cándose a él estaba a punto de volverlo loco de deseo, el llanto de un niño rompió el hechizo.
La visión desapareció de pronto, y Nicholas parpadeó mientras se incorporaba con el cuello agarrotado. Los papeles descansaban sobre su pecho, y todavía tenía los pantalones puestos, bajo los cuales se dibujaba una gran erección. Qué sueño tan extraño. Escuchó entonces otro grito de Molly.
Nicholas se levantó automáticamente de la cama y salió al pasillo en dirección al dormitorio de su hija. Miley estaba allí, abrazando a la niña, consolándola.
-Nunca viene mal un abrazo cuando se ha te­nido una pesadilla -comentó Miley al verlo en­trar-. Creo que deberíamos seguir con las medi­das que habíamos adoptado para tranquilizarla. 
-Olvidé poner la camiseta en la cuna -aseguró Nicholas mientras comenzaba a quitársela.
Se dio cuenta de ella dejaba caer la mirada so­bre su pecho antes de apartarla deliberada­mente. El brillo de admiración que descubrió en sus ojos le alcanzó todas las terminaciones ner­viosas hasta llegar a su corazón. Nicholas se dio cuenta de que Miley se sentía atraída hacia él, y tuvo la impresión de que se trataba de una atrac­ción sincera. Todo lo sincera que podía ser tra­tándose de una mujer, se corrigió al instante mientras se protegía bajo una armadura de ci­nismo.
Miley depositó un beso suave sobre la frente de la niña y trató de volver a dejarla en la cuna, pero Molly comenzó a protestar y se vio obligada a vol­ver a sacarla.
-Será mejor que te vayas a la cama. Esto va para largo -aseguró Miley con una sonrisa-. Tal vez tenga que pasarme la noche con ella en brazos, así que vete a dormir. Mañana tienes que tra­bajar.                                                                            
Nicholas asintió con la cabeza, salió de la ha­bitación y se dirigió a su cuarto. Todavía tardó un poco en quedarse dormido. Se despertó cuando todavía no había amanecido con la ex­traña sensación de tener algo que hacer. Re­cordó entonces las dificultades de Molly para conciliar el sueño, se dirigió al cuarto de la niña y vio a Miley sentada en la mecedora con la ca­beza de su hija apoyada sobre el hombro. Aque­lla visión despertó en su interior una sensación de ternura.
-Métela en la cama -dijo él en voz baja.
Miley levantó la vista hacia él, con las pestañas semicerradas debido a la falta de sueño. Asintió con la cabeza, se levantó muy despacio y colocó a Molly en la cuna. Ambos esperaron en completo silencio.
Se escuchó un sonido de protesta dentro de la cuna y Miley estiró los brazos haciendo amago de alzar a la niña, pero Nicholas la detuvo con una mano.
-Es mi turno.
-Pero tienes que dormir... -afirmó Miley mirán­dolo sorprendida.
-Ya he dormido algo —aseguró él apretándola suavemente en un hombro—. Ahora te toca a ti. Somos un equipo.
-¿Está seguro? -susurró ella mirándolo a los ojos.
-Vete a la cama.
-Eres muy bueno dando órdenes –bromeó Miley, a pesar de que se le cerraban los ojos de cansancio.
-Lo único que tú tienes que hacer es cumplir­las -dijo él inclinándose para tomar a su hija en brazos.
Durante la siguiente hora, paseó con ella en brazos, meciéndola. Los minutos pasaban muy lentamente y Nicholas se prometió a sí mismo que en el futuro compartiría con Miley todas las noches en vela. La sola idea de compartir una noche con Miley le evocaba imágenes placenteras. Mientras acunaba a su hija y la estrechaba contra sí, tenía la mente puesta en Miley, en su calor y en su sencillez, en su risa. Molly se sentía a salvo con ella, y, de una manera extraña, Nicholas tam­bién.


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