A finales de aquella misma semana, Miley se encontró
a Nicholas en la cocina cuando éste estaba sacando una botella de agua de la
nevera. Se había pasado la tarde de reunión en reunión para intentar solucionar
unos problemas en la producción. Estaba tan tenso que sentía como si tuviera
los músculos del cuello duros como una rueda de caucho.
Al verla sonreír, sintió que aquella tensión
se aflojaba.
-Bienvenido a casa. Lamento asaltarte nada más
entrar por la puerta.
-¿Pasa algo? -preguntó sintiendo de nuevo el
cuello agarrotado.
-Nada grave -afirmó Miley mostrándole el marco
de fotografía que llevaba en una mano-. Tengo que hacerte una petición
especial. Necesito una foto tuya para ponerla en el cuarto de Molly. Estás
fuera todo el día, así que pensé que sería bueno que tuviera un recordatorio
visual tuyo. Lo mejor sería una foto informal.
-De acuerdo, veré qué encuentro por ahí -dijo
Nicholas encogiéndose de hombros.
-Y también necesito que le grabes un mensaje
-continuó Miley acercándose para mostrarle el marco-. Cualquier cosa: unas palabras, una
canción... Mira lo que he comprado hoy: es estupendo. Cada vez que aprietas
el botón que hay en el marco, se escucha el mensaje. A Molly le encantará.
Sonó
entonces el timbre de la puerta y Miley miró el reloj.
-Debe
ser Liam. Es un amigo -dijo respondiendo a la pregunta de Nicholas antes
de que éste se la formulara-. Me ha llamado para decirme que quería ver el
partido de baloncesto conmigo. Dijiste que podía utilizar el estudio del piso
de abajo por las noches si quería traer a mis amigos. ¿Te sigue pareciendo
bien?
La
verdad era que no. Después de un día tan duro, Nicholas hubiera querido
disfrutar de unos minutos de conversación con Miley. Pero no sería justo
limitarle su vida social solo porque estar con ella le resultaba tan
refrescante como una botella de agua.
-Por
supuesto -aseguró-. De todas formas, voy a irme pronto a mi habitación.
-Así
podrás grabar el mensaje y buscar la foto -aseguró ella con una amplia sonrisa
mientras se dirigía hacia la puerta.
-Ya
veremos -murmuró Nicholas mientras ella abría.
Un
hombre de unos veintitantos años levantó a Miley del suelo.
-¿Cuánto
tiempo pensabas dejarme ahí fuera bajo el frío? Empezaba a preguntarme si no me
habría equivocado de casa.
-Bájame,
Liam. No te preocupes, que no te vas a perder el principio del partido.
-Ya me
estás rompiendo otra vez el corazón -aseguró el hombre volviendo a ponerla con
los pies en el suelo-. Lo que no quería era perderme ni un solo minuto a tu
lado.
-Lo
siento, pensé que ya te habías ido -dijo Miley mirando por encima de su hombro y
encontrándose con Nicholas-. Te presento a Liam Hermsworth, compañero de
equipo y uno de mis mejores amigos, a pesar de que se tome demasiado en serio
su coqueteo australiano. Éste es Nicholas Barone, mi jefe.
-Encantado
de conocerlo -dijo el hombre extendiendo la mano-. Soy un consumidor habitual
de sus productos, y un admirador de su empresa.
-Gracias
-respondió Nicholas.
Aquel
hombre le gustaba y al mismo tiempo no le gustaba. Miley podía insistir cuanto
quisiera en que era solo un amigo, pero Nicholas había visto lo suficiente como
para comprender que Liam buscaba algo más que una amistad. Le dio rabia la
familiaridad con la que aquel hombre tocaba a Miley, lo que era una tontería.
Siempre y cuando ella hiciera bien su trabajo con Molly, no deberían
importarle sus relaciones.
-En la
nevera hay cervezas. Buenas noches a los dos -se despidió Nicholas antes de
comenzar a subir las escaleras.
Sentía
una inexplicable sensación de incomodidad. Escuchó la voz de Liam seguida
de la risa de Miley y se detuvo en medio de las escaleras.
Aquella
risa, natural e inintencionadamente sexy, le provocó una oleada de deseo que le
atravesó el cuerpo. Había algo en ella que la convertía en adictiva, y a
Nicholas se le ocurrió pensar que hacer reír a Miley tendría que ser como llevarla
al orgasmo. Aquel pensamiento lo dejó noqueado, pero sabía que era cierto.
Ella
volvió a reírse, y Nicholas sintió de nuevo la misma sensación. No pudo evitar
fruncir el ceño, porque no recordaba haberse excitado nunca antes con solo
escuchar la risa de una mujer. Tratando de calmar la extraña y urgente necesidad
que sentía de ser el hombre que la hiciera reír, Nicholas subió el resto de
las escaleras, pero no pudo resistir la tentación de dejar la puerta de su
dormitorio abierta para poder volver a escuchar su risa.
Durante
las dos siguientes horas, se dedicó a preparar los informes para la próxima reunión
regional. Sentía las pestañas cada vez más pesadas, así que cerró los ojos y
se apoyó contra la almohada, diciéndose a sí mismo que descansaría solo unos
instantes... y de pronto se vio inmerso en un sueño que era una mezcla de
imágenes sensuales en las que la protagonista absoluta era Miley. Aparecía
vestida únicamente con una bata de seda negra y se acercaba a su cama con el
pelo alborotado y una sonrisa sensual dibujada en los labios. Y cuando la
visión de aquella boca acercándose a él estaba a punto de volverlo loco de
deseo, el llanto de un niño rompió el hechizo.
La
visión desapareció de pronto, y Nicholas parpadeó mientras se incorporaba con
el cuello agarrotado. Los papeles descansaban sobre su pecho, y todavía tenía
los pantalones puestos, bajo los cuales se dibujaba una gran erección. Qué
sueño tan extraño. Escuchó entonces otro grito de Molly.
Nicholas
se levantó automáticamente de la cama y salió al pasillo en dirección al
dormitorio de su hija. Miley estaba allí, abrazando a la niña, consolándola.
-Nunca
viene mal un abrazo cuando se ha tenido una pesadilla -comentó Miley al verlo
entrar-. Creo que deberíamos seguir con las medidas que habíamos adoptado
para tranquilizarla.
-Olvidé poner la camiseta en la cuna -aseguró Nicholas
mientras comenzaba a quitársela.
Se dio
cuenta de ella dejaba caer la mirada sobre su pecho antes de apartarla
deliberadamente. El brillo de admiración que descubrió en sus ojos le alcanzó
todas las terminaciones nerviosas hasta llegar a su corazón. Nicholas se dio
cuenta de que Miley se sentía atraída hacia él, y tuvo la impresión de que se
trataba de una atracción sincera. Todo lo sincera que podía ser tratándose de
una mujer, se corrigió al instante mientras se protegía bajo una armadura de cinismo.
Miley depositó un beso suave sobre la frente de la niña y trató de volver a dejarla
en la cuna, pero Molly comenzó a protestar y se vio obligada a volver a
sacarla.
-Será
mejor que te vayas a la cama. Esto va para largo -aseguró Miley con una
sonrisa-. Tal vez tenga que pasarme la noche con ella en brazos, así que vete a
dormir. Mañana tienes que trabajar.
Nicholas
asintió con la cabeza, salió de la habitación y se dirigió a su cuarto. Todavía
tardó un poco en quedarse dormido. Se despertó cuando todavía no había
amanecido con la extraña sensación de tener algo que hacer. Recordó entonces
las dificultades de Molly para conciliar el sueño, se dirigió al cuarto de la
niña y vio a Miley sentada en la mecedora con la cabeza de su hija apoyada
sobre el hombro. Aquella visión despertó en su interior una sensación de
ternura.
-Métela
en la cama -dijo él en voz baja.
Miley levantó la vista hacia él, con las pestañas semicerradas debido a la falta de
sueño. Asintió con la cabeza, se levantó muy despacio y colocó a Molly en la
cuna. Ambos esperaron en completo silencio.
Se
escuchó un sonido de protesta dentro de la cuna y Miley estiró los brazos
haciendo amago de alzar a la niña, pero Nicholas la detuvo con una mano.
-Es mi
turno.
-Pero
tienes que dormir... -afirmó Miley mirándolo sorprendida.
-Ya he dormido algo —aseguró él apretándola suavemente en un hombro—.
Ahora te toca a ti. Somos un equipo.
-¿Está
seguro? -susurró ella mirándolo a los ojos.
-Vete a
la cama.
-Eres
muy bueno dando órdenes –bromeó Miley, a pesar de que se le
cerraban los ojos de cansancio.
-Lo
único que tú tienes que hacer es cumplirlas -dijo él inclinándose para tomar a
su hija en brazos.
Durante
la siguiente hora, paseó con ella en brazos, meciéndola. Los minutos pasaban
muy lentamente y Nicholas se prometió a sí mismo que en el futuro compartiría
con Miley todas las noches en vela. La sola idea de compartir una noche con Miley le evocaba imágenes placenteras. Mientras acunaba a su hija y la estrechaba
contra sí, tenía la mente puesta en Miley, en su calor y en su sencillez, en su
risa. Molly se sentía a salvo con ella, y, de una manera extraña, Nicholas también.
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