Se abrió la puerta de la
oficina. Miley levantó la cabeza. Era Selena, que iba a recoger la bandeja con
la limonada y los vasos.
—Hay ciento setenta y
cinco dólares en la caja; he vendido la lámpara de cristal. ¿Qué te parece?
—Magnífico.
—Ya no hay ningún
cliente. Mandaré a Marie temprano a casa.
—Bien —Miley esperó,
segura de que Selena comentaría algo sobre Nick.
Pero su ayudante y amiga
no comentó nada sobre el milagro de que Miley recibiera la visita de un hombre.
Sólo sonrió y levantó la bandeja.
—Ahora puedes estar
segura de que puedo atender la tienda muy bien si algún día quieres irte más
temprano.
—No quiero irme
temprano.
—Vaya. Pareces
irritable. Por lo visto el calor nos está afectando a todos —observó su
ayudante con voz apacible, y se fue.
Miley volvió a conectar el
teléfono y se pasó la siguiente hora revisando el montón de recibos y pedidos.
Se dijo que Selena tenía razón. La ola de calor era el problema. No había
llovido en varias semanas. Una persona no podía pensar con claridad con ese
calor. No podía uno evadirlo, ignorarlo, apartarlo de su mente.
"Es un buen hombre, Miley. Un hombre especial. Y te gusta", se dijo.
Cuando el lápiz se
rompió entre sus dedos, tomo otro. Sí, le gustaba. Era muy amable. Tenía
sentido del humor, era natural y espontáneo y además un buen padre. Exudaba
cariño cada vez que hablaba de sus hijas. Trataba con mucho afán de ser un buen
padre. Era lo bastante humano para reconocer sus errores.
Y hacía palpitar el
corazón de Miley como ningún otro hombre lo había conseguido antes.
El papel que tenía
delante de los ojos le pareció borroso. Renunció a tratar de concentrarse y se
apretó con fuerza las sienes. La palabra frígida acudió a su mente. Una mujer
podía ser frígida de diversas maneras. Podía no sentir deseo. Podía estar tan
llena de inhibiciones que no alcanzara el clímax. O, por cualquier otra razón,
podía tener miedo de entregarse al placer.
Aunque la etiqueta de
frígida no se aplicaba con exactitud a Miley. Nunca había temido a los hombres,
ni al sexo. Cuando estaba con el hombre adecuado se excitaba con facilidad. Deseaba
y necesitaba ser querida, no sólo físicamente, y sabía que su cuerpo era capaz
de llegar al orgasmo.
Pero el caso era que esa
experiencia con un hombre le causaba dolor. Dolor físico. Y no quería someter
nunca más a un hombre al engorro de romper el encanto de su relación con sus
gemidos de dolor.
El teléfono sonó. Lo
dejó sonar.
Miley no era ninguna
ingenua. Mick no habría ido allí si no estuviera interesado... y ella también
lo estaba. Nick se había volcado demasiado tiempo en su trabajo. Por más que hubiera
querido a Nicole, debía comprender que todavía estaba vivo, que tenía
sentimientos y necesidades que debía satisfacer.
Pero no era ella la
mujer que lo haría feliz, se dijo Miley con resignación. No tenía más alternativa
que evitar enamorarse de él.
El sábado a las dos. Miley cerró la puerta y bajó los escalones con su enorme bolso en una mano y una
lista en la otra. Se dirigió a la casa de Nick en el momento en el que Angie
cerraba la puerta de atrás.
—¿Has traído las llaves
del coche de tu padre, querida? —preguntó Miley con alegría.
—Las tiene Noel.
Miley levantó la vista de
la lista que llevaba en la mano, un poco desconcertada por el tono abatido de
la chica al principio, y después por la expresión desolada que vio en sus ojos.
—¿Qué pasa? ¿Pasa algo
malo?
—Todo. Este será sin
duda el peor día de mi vida.
—Creí que tenías muchas
ganas de ir de compras conmigo. No tenemos que hacerlo si no quieres.
—Sí, sí quiero. Pero yo
deseaba ir sólo contigo. Ahora no podremos ir a comprar lo—que—tú—ya—sabes. Por
favor, ni lo vayas a mencionar.
—Angie...
Noel las interrumpió
cuando bajaba los escalones del porche. Estaba vestida como siempre, de forma
estrafalaria y llamativa y llevaba toneladas de rimel. Tenía las llaves del
coche de Nick en la mano. Le bastó con mirarla a la cara para ver que estaba
tan irritada como su hermana.
—El va a venir. Tenemos
que esperarlo —dijo Noel con resignación.
—¿Quién? —Miley estaba
desconcertada.
—Papá.
—¿Pero, por qué va a
venir con nosotros tu padre?
—Porque dice que se siente
culpable si no nos acompaña —Noel hizo una mueca graciosa, luego suspiró—. Eso
es lo que piensa. Cree que tiene que ir con nosotras. Dice que ya es hora de
que aprenda algo sobre ropa y cosas de chicas. Dice que no nos preocupemos
porque no dirá una palabra. Sólo nos seguirá en silencio.
Angie lanzó un bufido.
—Miley, ¿no puedes hablar
con él? No queremos herir sus sentimientos, pero... ¿no podrías convencerlo de
que no venga?
Miley quiso que se la
tragara la tierra. Se habría vestido y peinado de otra forma de haber sabido
que Nick iría con ellas. Sólo llevaba puestos unos pantalones cortos y una
blusa muy ligera; llevaba una coleta y no se había pintado casi. O más bien, si
hubiera sabido que Nick iría, ella se habría quedado en casa.
Nick la había estado
llamando cada noche, sólo para pedirle consejo sobre sus hijas. Esas llamadas
nocturnas y su voz baja, gutural y aterciopelada hacían que se le acelerara el
pulso. No había logrado poner fin a esas llamadas, pero eso no significaba que
quisiera verlo.
—Creo que soy la menos
indicada para decirle a su padre lo que debe hacer —murmuró—. De cualquier
manera, creo que estamos exagerando. No será tan terrible.
—Oh, claro que lo será
—aseguró Noel—. No has visto a papá en una tienda. No compra nada. Odia ir de
compras. Y lo peor de todo es que cree que hace esto para ayudarnos.
—¿Sabes lo que dijo?
—gimió Angie—. Todo el mundo usa ropa interior. Chicos y chicas. Todo el mundo.
No hay por qué sentirse avergonzado por ello. ¡Oh, voy a morirme!
La puerta se oyó una
tercera vez. Por un momento Nick no pareció ver a sus hijas. Sólo tenía ojos
para
Miley. Sus ojos marrones lo miraron todo: su cola de caballo, el sol que
quemaba las piernas desnudas de
Miley, su falta de maquillaje, sus pantalones
cortos y blancos como la inocencia. La miró de tal forma que ella se sintió muy
deseable. Y su sonrisa empeoró las cosas.
Por fin él se puso unas
gafas de sol y miró a sus hijas. Con lentitud fue hacia el coche. Llevaba
puestos unos pantalones de algodón, y una camisa recién lavada y planchada. Y Miley estaba segura de que hacía un sacrificio al ir con ellas. Sin embargo,
exclamó:
—¡Caramba, toda una
tarde de compras! ¡Cómo vamos a divertirnos!
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HASTA ACA CHICAS, ME VOY A DORMIR, NO DOY MAS DEL DOLOR U.U BESITOS ESPERO QUE ESTEN BIEN :) BYEEEE ♥