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viernes, 27 de abril de 2012

El Playboy Enamorado: Capitulo 23


Nicholas se dirigió a su dormitorio y se desató el nudo de al corbata. Un misterio menos. Si Miley iba vestida de deporte, probablemente signifi­caba que había ido al gimnasio. Nicholas se pre­guntó si habría llamado a alguno de sus amigos para que se encontraran con ella allí. A lo mejor había quedado con Liam. La idea le provocó una punzada en el estómago.
Miley llevaba un par de días muy callada. Él se había dado cuenta, pero cuando había intentado sacarle la razón, ella se las había ingeniado para desviar su atención con alguna sugerencia erótica.
Nicholas se cambió a toda prisa de ropa y salió hacia el gimnasio, que estaba un par de manza­nas más abajo. Miró en las canchas de tenis y es­cudriñó los rostros de los jugadores de voleibol que estaban terminando un partido. Luego miró en todas las salas, y finalmente divisó una figura solitaria metiendo canastas en la pista de balon­cesto.
Su pelo rojo, recogido en una coleta, se balan­ceaba mientras ella corría y saltaba, recogiendo los rebotes. Hubo un momento en que la pelota salió de la pista y Nicholas se levantó impulsiva­mente a recogerla. Miley se dio la vuelta, con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa.
-Tu rostro se sonroja igual cuando hacemos el amor -dijo él mirándola fijamente mientras le devolvía la pelota-. ¿Por qué te has marchado sin decirme nada?
-Estabas muy ocupado con Corinne -respon­dió Miley desviando la mirada.
-Lo menos que podías haber hecho era resca­tarme.
-He visto a Corinne. No se me ocurrió pensar que estuvieras sufriendo -respondió ella con aci­dez.
-No se ríe como tú.
-¿Y qué importancia tiene eso? -se interesó Miley volviendo a mirarlo a los ojos.
-Mucha. ¿Sabes que hacerte reír es para mí casi tan apasionante como hacerte llegar al climax?
Miley parpadeó, incapaz de decir nada durante un instante. Luego tragó saliva.
-Yo nunca seré como ella, por mucho que me empeñara.
-Y no quiero que lo seas -aseguró Nicholas frunciendo el ceño.
-Me parece que no lo entiendes. Yo nunca seré así de hermosa, así de pulcra y sofisticada.
-La que no lo entiendes eres tú. Corinne nunca será como tú, aunque lo intente.
-No creo que a Corinne le interese nada de lo que yo tengo -aseguró Miley con una mueca.
-¿Y qué me dices de mí? -preguntó Nicholas.
-Yo no te tengo -aseguró ella mirándolo fija­mente.
-Me tienes deseando estar contigo esta noche -respondió él acercándose un poco más.
Nicholas observó el cúmulo de emociones que se reflejaron en los ojos de Miley antes de que ella los cerrara con fuerza.
-¿Por qué te has marchado? -le preguntó en­tonces estrechándola entre sus brazos.
-Para que no oyeras mis lamentos —susurró ella bajando la vista.
-No puedo creer que Corinne te inspire algo así -respondió Nicholas con una mueca-. Es to­talmente inofensiva.
-Me dijo que tiene planeado reavivar su relación, y que probablemente yo la viera más a menudo -dijo Miley torciendo la boca.
-Está soñando -aseguró él negando con la ca­beza, sorprendido ante los planes de Corinne-. No tengo ningún...
Nicholas se detuvo. Se estaba impacien­tando. El tiempo que compartía con Miley se ha­bía convertido para él en una isla alejada de la locura. Y no consentiría ninguna intrusión en ella.
-¿Por qué estamos hablando de Corinne, cuando deberíamos regresar juntos a casa?
-¿No te motiva la cancha de baloncesto? -pre­guntó Miley con un brillo insinuante en la mirada.
-El sitio es lo de menos. Pero creo que estare­mos más cómodos en mi cama.
-¿Tu cama? -preguntó ella abriendo mucho los ojos-. Siempre vienes tú a mi habitación...
-¿Te supone algún problema venir a mi cuarto? -insistió Nicholas dejándose llevar por un primitivo instinto de posesión.
-Déjame recoger mi sudadera -respondió ella con los ojos brillantes por la emoción.

Horas más tarde, después de que Nicholas le hubiera hecho el amor una y otra vez, Miley per­manecía tumbada en su cama, deleitándose en cada sensación, desde el contacto sedoso de las sábanas de algodón egipcio hasta el placer de no­tar su cuerpo apretado junto al suyo.
La mente de Miley discurría muy deprisa, y se permitió a sí misma vagar por los pensamientos que normalmente mantenía bien ocultos en su interior. ¿Qué ocurriría si se acostara cada no­che a su lado? ¿Qué ocurriría si Nicholas fuera su  compañero? ¿Qué ocurriría si fuera su ma­rido?
 El corazón de Miley dio un vuelco ante aquella ocurrencia, y clavó la vista en su rostro dormido, temiendo que aquel pensamiento prohibido tu­viera la fuerza de despertarlo. ¿Qué ocurriría si ella tuviera derecho a saludarlo con un beso to­das las mañanas, hacer el amor con él cada no­che y acariciarle la frente cuando estuviera preo­cupado por los negocios de los Barone? ¿Qué ocurriría si ella fuera en verdad la mujer de su vida, y él su hombre?
Las imágenes que se le cruzaron por la cabeza eran tan dulces que Miley sintió ganas de llorar. ¿Sería aquello lo que había estado buscando toda su vida, pero que nunca se había atrevido casi ni a desear?
Miley cerró los ojos. Necesitaba tranquilizarse.
A Nicholas no le gustaría en absoluto la direc­ción que estaban tomando sus pensamientos.
Exhaló un profundo suspiro y supo lo que te­nía que hacer. Él siempre se marchaba en medio de la noche. Y aunque cada fibra de su cuerpo se rebelara contra ello, Miley sabía que ella tenía que actuar del mismo modo.
Abrió los ojos y depositó sobre la frente de Ni­cholas el más delicado de los besos. Luego se mordió el labio inferior, y, con sumo cuidado, se deslizó fuera de la cama de Nicholas y se marchó a su dormitorio.


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