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sábado, 14 de abril de 2012

El Playboy Enamorado: Capitulo 17



Nicholas mordió el cubito de hielo que tenía entre los dientes mientras observaba al médico que estaba al lado de Miley. Aquel hombre parecía incapaz de mantener las manos apartadas de ella. Nicholas no podía culparlo, pero aun así sintió el deseo siciliano de romperle un dedo cuando vio cómo la agarraba de la cintura con ese dedo y los otros cuatro.
En medio de un mar de vestidos negros, Miley llevaba puesto un traje de color crema que se ajustaba grácil mente a sus curvas. Parecía un he­lado de vainilla coronado con salsa de caramelo, y Nicholas quería ser el hombre que se lo to­mara.
Su familia y amigos reían alegremente en la casa de sus padres en Beacon Hill, pero Nicholas no estaba de humor para hablar con nadie.
-No parece que lo estés pasando muy bien -le dijo su hermana Rita mientras se colocaba a su lado en la barra-. ¿Por qué no has traído a Corinne?
Nicholas se encogió de hombros.
-¿Ya le has hecho morder también el polvo? -bromeó su hermana-. Para ser un hombre ca­paz de convertir en oro todo lo que toca en los negocios, no pareces tener suerte con el amor... y sin embargo, eres bueno eligiendo a tus emplea­dos -aseguró señalando a Miley con la cabeza-. Tu niñera es encantadora.
-Y hablando de vida amorosa, ¿cómo es que no he oído todavía que te hayas liado con nin­gún médico?
-Porque trabajo con ellos, y los conozco bien -aseguró ella poniendo los ojos en blanco-. Hay algunos estupendos, pero muchos de ellos son unos egoístas y unos engreídos.
Nicholas miró de reojo hacia donde estaban Miley y su amigo y sintió por primera vez en toda la velada una punzada de alegría.
-¿De veras? ¿Sabías que Miley ha venido con un médico?
-¿Ah, sí? Seguro que lo llaman enseguida para una emergencia.
Las palabras de Rita resultaron ser proféticas. Menos de cinco minutos más tarde, Nicholas se dio cuenta de que el médico estaba compro­bando los mensajes de su móvil. A continua­ción, pareció explicarle algo a Miley. Nicholas dejó su copa en la barra del bar y se dirigió ha­cia ellos.
-Hola -dijo extendiendo la mano para salu­dar a aquel hombre de rostro agradable y calvicie incipiente-. Soy Nicholas Barone. Miley cuida de mi hija. Y vive conmigo.
-Encantado de conocerlo. Soy el doctor Gallimore. Le estaba diciendo a Miley que detesto te­ner que marcharme, pero acabo de recibir una llamada urgente y debo irme.
-Qué pena -dijo Nicholas-. Yo me encargaré de que Miley regrese a salvo a casa.
-También podría dejarte en casa camino del hospital -le sugirió el doctor Gallimore a Miley.
Nicholas estaba seguro de que el bueno del doctor quería conseguir al menos un beso.
-Miley todavía no ha tenido oportunidad de co­nocer al resto de la familia -intervino Nicholas apretando los dientes-. No se preocupe por ella. Yo me encargaré personalmente de llevarla a casa esta noche.
-Espero que tu paciente se mejore -dijo ella apretando el brazo del médico.
-Te llamaré -aseguró el doctor asintiendo con la cabeza-. Y la próxima vez me aseguraré de que no haya interrupciones.
«Ni que lo sueñes», pensó Nicholas con total falta de caridad mientras observaba al médico marcharse.
-Ya conoces a mis hermanas y a mi hermano Joe -dijo volviéndose hacia Miley sin perder un instante-. Mi tío Paul está aquí esta noche. Y tam­bién Derrick, Daniel y Emily. Pero Claudia no ha venido.
-¿Tienes un cuaderno? -preguntó Miley sacu­diendo la cabeza-. Es imposible que me acuerde de todos esos nombres si no los apunto.
-No te preocupes. Yo te los recordaré -ase­guró Nicholas agarrándola del brazo.
Miley pasó los siguientes minutos conociendo a algunos miembros de la numerosa familia de Ni­cholas. Su tío Paul, un hombre callado y silen­cioso, parecía muy distinto al padre de Nicholas, tan sociable. También conoció a uno de los hijos de Paul, Derrick, vicepresidente de calidad de la fábrica de Baronessa, situada a unos kilómetros a las afueras de Boston. A Miley le cayó de maravilla la hermana de Derrick, Emily. Cuanto más tiempo pasaba con los Barone, menos podía evi­tar el deseo de pertenecer a una familia tan nu­merosa y amable como la suya.
-¿Te traigo algo de beber? -le preguntó Nicholas.
-Solo agua con hielo -respondió ella.
Aquella noche quería mantener la cabeza des­pejada, aunque no estaba muy segura de que fuera a conseguirlo siendo el objeto exclusivo de la atención de Nicholas. Cuando él la miraba, se sentía como Cenicienta en el baile. Miley se pre­guntaba qué iba a ocurrir a medianoche.
-Descansemos un rato -sugirió Nicholas guiándola hacia un saloncito con chimenea tras llevarle el vaso de agua.
-Aún no he conocido a tus otros hermanos.
-¿Reese y Alex? Ninguno de los dos está aquí. Reese está navegando por el mundo. Mi padre y él no se llevan demasiado bien, pero esa es otra historia. Y Alex es oficial de la Marina.
-¿Hay alguien de tu familia que haga algo aburrido? -preguntó Miley abriendo mucho los ojos.
-Eso es lo que le hubiera gustado a mi madre -bromeó Nicholas.
-¿No me habías hablado de otro primo? -pre­guntó Miley frunciendo el ceño en gesto de con­centración.
-El hermano gemelo de Derrick, Daniel. Pero no hace falta que lo conozcas -susurró él con voz aterciopelada mirándola a los ojos-. Es un aven­turero profesional y un seductor de damas.
-¿Y qué es lo que lo hace distinto a ti? -pre­guntó Miley, incapaz de ocultar su diversión.
-Bueno, yo tengo un trabajo -aseguró Nicholas mientras la tomaba suavemente del hombro y la guiaba hacia la parte trasera de la casa, lejos de la multitud.
Se detuvo al llegar a una alcoba en penumbra que daba a un precioso muelle privado. Nicholas se giró entonces hacia ella y la miró profunda­mente a los ojos.
-No quiero que nada te distraiga.
Miley volvió a sentir en el estómago aquella sen­sación de caída libre.
-¿Distraerme de qué? -preguntó dándole un sorbo a su vaso de agua.

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