Cuando salió del cuarto,
y a pesar de lo recatado de su traje de baño de una pieza, Miley se sentía...
como si estuviera desnuda.
Nick podía haber sido
discreto, sensible y gentil y no hacer caso del rubor de ella. Pero no.
—¡Caramba! —Nick la
rodeó con rapidez, le palmeó el trasero, tiró del tirante del hombro y luego
lanzó un silbido de admiración. Miley no pudo contener la risa.
—Caramba —repitió Nick—.
Una mujer que lleva un traje de baño para nadar. Pensé que la única razón por
la que una mujer iba a la playa era para untarse de crema y para pintarse las
uñas de los pies —bajó la mirada a los pies de Miley y se llevó una mano al pecho
con aire melodramático—. ¡No están pintadas! ¿Qué dirá Noel?
—En cuanto encuentre a
mis aliadas, tus hijas, vas a lamentar hasta haber nacido —dijo Miley.
—¿Ah, sí?
—Te voy a ahogar cuando
estemos en el agua. Si yo fuera tú empezaría a rezar.
—Estoy rezando —antes de
que ella pudiera parpadear, Nick le echó las toallas al brazo—. Tú lleva las toallas.
No se puede esperar que un hombre rece y lleve las toallas al mismo tiempo.
Miley lo siguió fuera de
la cabaña, como si... como si se estuviera divirtiendo. Casi como si fuera tan
natural jugar con Nick como lo era hablar con él y estar con él y sentir esa
loca oleada de regocijo y amor que la inundaba cada vez que estaban
juntos.
Hasta podría
decirse que se estaba enamorando de él.
Por suerte
era lo bastante sensata como para no permitir que eso sucediera.
Conforme se hacía más
tarde, la marea comenzaba a subir. Las gaviotas volaban sobre las aguas
buscando su cena. El cielo estaba despejado todavía, pero el calor ya no era
tan intenso. Nick se incorporó para quitarle a Miley su camisa de los hombros,
con la que la había protegido antes de los abrasadores rayos del sol.
Ella se movió cuando la
tocó, pero no se despertó, lo cual le concedió a Nick algunos momentos más para
mirarla a gusto. Hasta que ella no se despertara, él podría contemplarla todo
lo que quisiera.
Uno de los tirantes se
le había deslizado por el hombro y ella estaba acostada sobre su estómago con
una pierna levantada. Tenía el pelo mojado por el agua de mar, era como una
maraña de seda roja.
Nick vio que tenía pecas
cerca de la clavícula y otras más abajo. Su trasero, que había estado mirando
la última hora, era pequeño, firme, redondo, exquisito e incitante.
Miley era la mujer más
sensual que él había conocido, le agradaba tanto su aspecto como su
temperamento, y la forma en la que reaccionaba cuando la acariciaba. Casi lo
volvía loco, pero ella siempre se detenía, temerosa, antes que sus caricias o
sus besos se hicieran más intensos. Nick llegó a la conclusión de que tenía
miedo. Tenía un miedo, profundo, irracional.
Nick no comprendía la razón.
No entendía a Miley y había tardado varias semanas en aceptar que no necesitaba
entenderla. Ninguna otra mujer le había hecho sentir esa atracción tan intensa,
esa sensación de plenitud.
Ningún otro hombre
yacería al lado de Miley... en la arena o en la cama.
Eso lo sabía Nick muy
bien.
Miley se estiró a su lado,
como una gatita y entreabrió los ojos somnolienta. Por un momento se
desconcertó, sin percatarse de que la sombra de Nick la cubría de manera tan
posesiva como su mirada. Por un momento los ojos de Miley se encontraron con los
de él y el deseo se reflejó en ellos. Por un instante ella le dijo lo que él
anhelaba saber, que lo deseaba; que estaba interesada. Y, lo más importante de
todo: que lo necesitaba.
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