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viernes, 6 de abril de 2012

Ola de Calor: Capitulo 14


Cuando salió del cuarto, y a pesar de lo recatado de su traje de baño de una pieza, Miley se sentía... como si estuviera desnuda.
Nick podía haber sido discreto, sensible y gentil y no hacer caso del rubor de ella. Pero no.
—¡Caramba! —Nick la rodeó con rapidez, le palmeó el trasero, tiró del tirante del hombro y luego lanzó un silbido de admiración. Miley no pudo contener la risa.
—Caramba —repitió Nick—. Una mujer que lleva un traje de baño para nadar. Pensé que la única razón por la que una mujer iba a la playa era para untarse de crema y para pintarse las uñas de los pies —bajó la mirada a los pies de Miley y se llevó una mano al pecho con aire melodramático—. ¡No están pintadas! ¿Qué dirá Noel?
—En cuanto encuentre a mis aliadas, tus hijas, vas a lamentar hasta haber nacido —dijo Miley.
—¿Ah, sí?
—Te voy a ahogar cuando estemos en el agua. Si yo fuera tú empezaría a rezar.
—Estoy rezando —antes de que ella pudiera parpadear, Nick le echó las toallas al brazo—. Tú lleva las toallas. No se puede esperar que un hombre rece y lleve las toallas al mismo tiempo.
Miley lo siguió fuera de la cabaña, como si... como si se estuviera divirtiendo. Casi como si fuera tan natural jugar con Nick como lo era hablar con él y estar con él y sentir esa loca oleada de regocijo y amor que la inundaba cada vez que estaban juntos.                                     
Hasta podría decirse que se estaba enamorando de él.
Por suerte era lo bastante sensata como para no permitir que eso sucediera.


Conforme se hacía más tarde, la marea comenzaba a subir. Las gaviotas volaban sobre las aguas buscando su cena. El cielo estaba despejado todavía, pero el calor ya no era tan intenso. Nick se incorporó para quitarle a Miley su camisa de los hombros, con la que la había protegido antes de los abrasadores rayos del sol.
Ella se movió cuando la tocó, pero no se despertó, lo cual le concedió a Nick algunos momentos más para mirarla a gusto. Hasta que ella no se despertara, él podría contemplarla todo lo que quisiera.
Uno de los tirantes se le había deslizado por el hombro y ella estaba acostada sobre su estómago con una pierna levantada. Tenía el pelo mojado por el agua de mar, era como una maraña de seda roja.
Nick vio que tenía pecas cerca de la clavícula y otras más abajo. Su trasero, que había estado mirando la última hora, era pequeño, firme, redondo, exquisito e incitante.
Miley era la mujer más sensual que él había conocido, le agradaba tanto su aspecto como su temperamento, y la forma en la que reaccionaba cuando la acariciaba. Casi lo volvía loco, pero ella siempre se detenía, temerosa, antes que sus caricias o sus besos se hicieran más intensos. Nick llegó a la conclusión de que tenía miedo. Tenía un miedo, profundo, irracional.
Nick no comprendía la razón. No entendía a Miley y había tardado varias semanas en aceptar que no necesitaba entenderla. Ninguna otra mujer le había hecho sentir esa atracción tan intensa, esa sensación de plenitud.
Ningún otro hombre yacería al lado de Miley... en la arena o en la cama.
Eso lo sabía Nick muy bien.                          
Miley se estiró a su lado, como una gatita y entreabrió los ojos somnolienta. Por un momento se desconcertó, sin percatarse de que la sombra de Nick la cubría de manera tan posesiva como su mirada. Por un momento los ojos de Miley se encontraron con los de él y el deseo se reflejó en ellos. Por un instante ella le dijo lo que él anhelaba saber, que lo deseaba; que estaba interesada. Y, lo más importante de todo: que lo necesitaba.

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