Miley asintió. Estaba de
acuerdo. Bueno, más o menos. Esa conversación debería aliviarla. Nick no iba a
presionarla. Quería una amiga para sus hijas y quizá una mujer con la que
hablar de manera tranquila y sin complicaciones.
Estaba segura. No había
peligro ni corría el riesgo de acabar teniendo una relación íntima con él.
Nick sonrió y se puso de
pie. Ella también se levantó, pero de repente sintió que le temblaban las
rodillas. Se dijo que después de todo no estaba tranquila.
Con un guiño y una
amplia sonrisa, Nick le ofreció la mano.
—¿Amigos?
Amigos, un cuerno. En el
pasado, cada vez que Nick había mencionado la palabra "amigos", ella
había terminado metida en un lío. La próxima vez que él empleara esa palabra,
ella iba a darle un bofetón. Iba a estrangularlo. Iba a…
—Ya no hay nada más que
guardar, Miley. Noel ya está en la playa. Yo voy para allí también —la voz de
Angie interrumpió su reflexión.
—Está bien —dijo Miley en tono alegre.
—¿Estás segura de que no
me necesitas para nada más?
—No, preciosa. Gracias.
Cuando Angie se fue, Miley sacó diez barras de pan y las puso en la mesa de la cocina. Sólo Dios sabía
para qué había comprado Nick diez barras de pan..., pero, en último caso, sólo
Dios sabía qué estaba haciendo Miley en esa cabaña de Hunting Island.
No podía ver el mar
desde la ventana de la cocina, pero estaba tan cerca que podía oír las olas y
sentir la brisa salada. La cabaña de Nick estaba detrás de una duna en un
bosque de palmeras y enormes pinos.
Dentro, el sol entraba
por una ventana y se proyectaba sobre las paredes y el suelo. La cabaña sólo
tenía cuatro habitaciones. Dos eran dormitorios, cada uno con dos literas. La
chimenea era bastante grande como para asar un elefante y el armario estaba
lleno de artículos de deporte y de pesca.
Miley sacó los trozos de
carne de otra bolsa y se maldijo por permitir que Nick la hubiera convencido
para ir con ellos allí ese fin de semana. Para persuadirla le había dicho que
necesitaba su ayuda para encargarse de las chicas.
Miley ya se había dejado
convencer antes con ese pretexto. Diez días antes, la había engatusado para que
fuera con ellos a un picnic al anochecer. Otra tarde calurosa, la había
persuadido para ir a dar una vuelta en barca por la bahía de Charleston. Pocas
noches antes, Nick se había presentado en la puerta de Miley con una botella de
vino, alegando que estaba buscando desesperadamente un lugar donde refugiarse
porque Noel había llevado a su casa una nueva cinta de rock.
Todas esas veces había
acudido a ella como a una amiga, y ella siempre se había dejado engatusar. Y
siempre ese hombre sin escrúpulos había logrado abrazarla con algún pretexto.
Nada muy intenso ni acalorado. Siempre empezaba con un pequeño apretón, un beso
que era amistoso al principio y luego se volvía más apasionado. Nick siempre se
detenía a tiempo, pero de cualquier manera ella siempre se estremecía.
Miley puso un cartón de
leche en la mesa. Nick la provocaba a propósito. Estaba consiguiendo que fuera
una parte de su vida, de su familia. Miley sabía que no podía serlo, aunque
también sabía por qué había dejado que la convenciera para ir con ellos ese fin
de semana.
Ese hombre estaba
cambiando gracias a ella. Hablaba con sus hijas como no había hablado con ellas
desde hacía muchos años. Se tomaba su tiempo para divertirse en lugar de
matarse trabajando. Y se reía... después de tantos años de luto.
Miley sacó las papas de la
última bolsa. Ella lo había ayudado. De eso estaba segura. No era un delito
quererlo. Pero por otra parte sabía que podía resultar herida y sufrir una
decepción.
Cada vez que él la
abrazaba, ella se olvidaba de su "pequeño problema". Se acordó de su
pasado. Había querido a su antiguo prometido, pero nunca se había reído con él
como se reía con Nick. Había deseado a Liam, pero nunca con la intensidad con
la que deseaba a Nick. Si Nick la llevaba a la cama... ¿no podría ser
diferente? ¿No había una posibilidad?
Su corazón le decía:
"inténtalo". Su cabeza le gritaba rotundamente: "no seas
estúpida, Miley". Aunque sólo había conocido a un hombre, lo había
conocido muy bien. Liam y ella se querían, él era considerado, tierno,
comprensivo, cuidadoso. No lo habían intentando una vez; sino una docena de
veces. Y sus intentos siempre acababan con la humillación y el bochorno de los
dos al ver que ella sentía dolor.
—¿Todo va bien?
—Sí, Nick —contestó
ella.
Guardó una docena de
latas de refrescos en la nevera, se incorporó y miró la última bolsa. No había
nada más que guardar, estaba vacía. Igual que su cabeza.
Un húmedo mechón de pelo
le hizo cosquillas en la mejilla. Se lo apartó. Tenía que endurecerse. Ayudar a Nick era una cosa, pero propiciar una relación con él era otra. "Es muy
fácil, Miley. La próxima vez que él trate de besarte piensa en tu
problema", se advirtió con vehemencia.
—¿Qué pasa,
holgazana? ¿Cuándo te
vas a quitar
la ropa?
Vaya una pregunta
engorrosa. Miley se dio la vuelta para mirar al hombre que estaba en el umbral.
El susodicho tenía los pies llenos de arena, el traje mojado y demasiada musculatura
al descubierto. Miley trató de pensar en otra cosa, pero su pulso siguió
acelerándose.
Haciendo acopio de toda
su fuerza de voluntad. Miley se puso las manos en la cintura y miró a la cara al
hombre de ceño adusto.
—¿Qué ha sido del
ingeniero obsesionado con su trabajo que conocí en Charleston? —Nick la asió
del brazo y la llevó con suavidad hacia el cuarto de las chicas.
—Lo mismo que va a
sucederte a ti: vas a tomar un poco de sol, y a disfrutar del mar y la brisa.
En cuanto te quites toda esa ropa y te pongas un traje de baño.
Toda esa ropa consistía
en una blusa y unos pantalones cortos.
—No te hagas ilusiones,
Larson; siempre llevo trajes de baño conservadores.
—¿Qué? ¿No llevas
bikini?
—No.
—Es una pena.
—Y no hace falta que
entres conmigo. Hace años que me pongo el traje de baño sola.
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