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sábado, 14 de abril de 2012

El Playboy Enamorado: Capitulo 16


Consciente del modo en que su cuerpo rodea­ba al suyo, Miley solo pudo exhalar un suspiro. Ni­cholas deslizó las manos por el cuello de su jersey y ella sintió otra oleada de delicioso placer. Él pa­seó delicadamente las puntas de los dedos por su cuello y luego regresó a los hombros.
Cuando Miley aspiró el aire, captó la seductora esencia de su loción para después del afeitado, y sintió cómo se apoderaba de ella una especie de debilidad. Aunque las manos de Nicholas esta­ban suavizando sus hombros, había otras partes de su cuerpo que se sentían jubilosas, sensibiliza­das, deseosas... Miley dio otro sorbo a su copa de vino, y luego otro.
Nicholas continuó su camino por la columna vertebral, deslizando las manos bajo su camisa y moviendo los dedos lentamente por su espalda. Metió los dedos debajo de su sujetador, pero no se lo desabrochó.
El mero hecho de pensar que él pudiera acari­ciarle la piel desnuda provocó que a Miley se le pusieran duros los pezones. Aquella respuesta automática la pilló por sorpresa. Si Nicholas con­seguía de ella aquella reacción con un mero roce en la espalda, ¿qué ocurriría si tratara de sedu­cirla?
Aquel pensamiento hizo que se sintiera toda­vía más débil, y Miley se puso tensa. Él se detuvo un instante y ella lo escuchó aguantar la respira­ción antes de continuar. No tardó ni un segundo en notar la erección de Nicholas por detrás.
Miley se preguntó cómo era posible. Se le puso la boca seca y dio otro sorbo de vino para reme­diarlo. Él deslizó los dedos desde el centro de su espalda hasta su caja torácica. Miley contuvo la res­piración. Una parte de ella, la más oscura, no quería que se detuviera. Nicholas le acarició la espalda con los pulgares mientras le deslizaba los demás dedos justo debajo del sujetador. Ella vol­vió a contener la respiración, preguntándose si él le acariciaría los pechos.
Nicholas volvió a descender las manos y Miley se mordió el labio inferior con gesto de frustra­ción. Su cuerpo echaba humo ante aquel inespe­rado deseo que sentía, y se estiró en un intento de vencer la flaqueza.
Nicholas se detuvo de nuevo y murmuró algo entre dientes.
De haber sido capaz de encontrar las palabras, Miley le hubiera preguntado qué había dicho, pero tenía el pulso tan acelerado como si hu­biera estado corriendo una maratón.
Él volvió a subir las manos justo debajo de sus pechos y deslizó las manos bajo la línea del suje­tador. Miley contuvo la respiración mientras espe­raba a que continuara. Nicholas le acarició la parte inferior de los pechos y ella sintió un calor creciente entre las piernas. Cuando sus dedos se posaron finalmente sobre sus pezones, ella res­piró con alivio y le dio otro sorbo a su vaso de vino para combatir la sequedad de la boca.
-¿Te gusta? -le susurró Nicholas deliciosa­mente a la oreja.
Ella asintió con la cabeza.
-¿Te refieres al vino? -preguntó él con un tono entre sensual y socarrón.
-A todo -tuvo que admitir ella.
Nicholas le desabrochó el sujetador, la atrajo hacia sí por la espalda y le cubrió los pechos con las manos.
-¿Sabes qué? -dijo él acariciándole los pezo­nes con los dedos pulgar e índice-. Me gustaría sorberte los pezones del mismo modo en que tú estás sorbiendo tu copa de vino.
La imagen le resultó tan erótica que Miley es­tuvo a punto de dejar caer la copa. Nicholas lo impidió, cazándola casi al vuelo y dejándola so­bre la mesa al lado de la suya.
-¿Qué estamos haciendo? -preguntó ella gi­rándose para mirarlo a los ojos mientras sentía una oleada de calor abrasándole el cuerpo.
-Algo que ambos queremos hacer -respondió Nicholas atrayendo su boca hacia la suya.
La besó en los labios con ardor y luego le in­trodujo la lengua para saborearla sin dejar de acariciarle los pechos.
Nicholas la abrumaba con tal cúmulo de sen­saciones que ella no era capaz de asimilarlas to­das. Su boca sobre su boca, su lengua explora­dora y seductora, sus manos excitantes... Actuando de manera instintiva, Miley respondió a sus besos enredando la lengua con la suya. Ni­cholas emitió un profundo gemido de aproba­ción, se hundió en el sofá y colocó el cuerpo de Miley encima del suyo. Cuando le cubrió el tra­sero para estrechar su pelvis contra la suya, ella sintió que se le nublaba la mente.
-Tócame -susurró Nicholas.
-¿Dónde?
-Donde sea. Por todas partes -rectificó él.
Miley nunca se hubiera imaginado que el cora­zón pudiera llegar a latir tan deprisa. Se pre­guntó si no estaría soñando. Aquella era una de las imágenes que no se había atrevido ni a imagi­nar por temor a que el mero hecho de soñar con Nicholas la colocara bajo su embrujo.
Ella le echó los brazos por los hombros y deseó poder acariciar su piel desnuda. Nicholas movió la pelvis contra ella y Miley se estremeció al notar lo duro que estaba. El la elevó suavemente y le le­vantó la camisa para dejarle los pechos al aire.
La habitación comenzó a dar vueltas. Era muy fácil perderse en la sensación de sentir su boca sobre su pezón, sus manos guiando su trasero ha­cia su erección... Si ella estuviera desnuda, y él también, podría estar embistiendo dentro de ella, apaciguando el deseo que él mismo había provocado.
Nicholas la besó con más fuerza todavía y mo­vió la lengua en el interior de su boca del mismo modo que se hubiera movido dentro de su cuerpo. Miley estaba tan excitada que apenas po­día pensar, ni respirar.
-Ven conmigo a la fiesta de mañana -dijo Ni­cholas de pronto con la respiración entrecor­tada.
El tono posesivo de su voz le encantó.
 -Yo... yo...
-Di que sí -la coaccionó él. Miley quería hacerlo, pero algo dentro de ella la previno. Sentía como si el cerebro le funcio­nara con demasiada lentitud.
-Yo... no puedo -dijo finalmente tratando de concentrarse-. El doctor Gallimore ya ha dicho que me acompañaría.
-Cancela la cita -insistió Nicholas mirándola a los ojos.
-No puedo -afirmó ella con una pesadumbre que la quemaba como si fuera ácido-. No sería justo. Ya se lo he pedido.
-Pero tú prefieres ir conmigo... -aseguró él.
Para su irritación, Miley no podía negarlo. Todo su cuerpo seguía ardiendo de deseo por él.
-¿No te han dicho nunca que puedes llegar a ser un poquito arrogante? -dijo ella bajándose la camisa y tratando de no pensar en las ganas que tenía de sentirlo tan cerca como fuera física­mente posible-. ¿Qué tal te sentaría a ti que can­celara una cita contigo?
Con un suave movimiento, Nicholas se incor­poró hasta sentarse y le deslizó la mano por el ca­bello.
-Cuando estemos juntos, serás incapaz de imaginarte con alguien que no sea yo.
Aquello era exactamente lo que Miley temía.
-¿Por qué estás interesado en mí? -preguntó ella tragando saliva-. En cuestiones sexuales, yo soy un pececillo y tú un tiburón. ¿Es que te gusta desayunar pescado?
Nicholas le tiró suavemente del pelo y com­puso una mueca tan sensual que Miley sintió como si estuviera precipitando al vacío.
-Yo sabría cómo hacer que te gustara ser mi desayuno.


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