El pensaba que su
relación acabaría siendo íntima. Ella tenía que darse cuenta. Era posible que Miley no supiera que cuando estaban juntos él se sentía vivo como nunca se había
sentido. Le bastaba con tocar a Miley para que surgiera en su interior lo que era
posible, lo que nunca había tenido, todo lo que podía y debía haber entre un
hombre y una mujer.
Algún hombre le había
hecho daño. No hacía falta ser psicólogo para darse cuenta. Era evidente cada
vez que él intentaba besarla o acariciarla con pasión.
Miley tenía sus razones
para estar inquieta, pero sólo porque él intentaba proporcionarle más
satisfacción de la que ella podía tolerar.
Pronto. Por el momento,
se contentaba con observar cómo el sol, el viento y el mar ejercían una magia
especial en Miley. La isla siempre había sido para él una fuente de renovación. Y
su hechizo comenzaba a ejercer su influjo también en Miley. Movió la cabeza,
mientras veía cómo correteaba por la playa tirándoles al aire migas de pan a
las gaviotas y riéndose como una niña. Y él que nunca la había creído capaz de disfrutar
de los placeres sencillos de la vida.
Incluso cuando se acabó
el pan, Miley no quiso dejar a las aves. Nick tuvo que llamarla y tentarla
hablando de filetes, papas asadas y otras delicias.
—Pero no podemos empezar
a cenar sin las chicas, Nick.
—Créeme: llegarán a
tiempo —de regreso en la cabaña, Nick preparó la parrilla mientras Miley se daba
una ducha. Cuando Miley reapareció, se había hecho una trenza y llevaba puesto un
mono corto que se cerraba hasta la garganta con una cremallera. Nick le bajó
con torpeza la cremallera hasta que quedó muy cerca de los senos de Miley, ella
lo dejó hacerlo. Cuando Nick salió de la ducha sólo con unos pantalones cortos, Miley clavó la mirada en la de él, haciendo que se riera.
—Sospecho que a pesar de
tu aspecto recatado, pelirroja, hay en ti cierta impudicia.
—No —ella se sonrojó—.
Me has interpretado mal.
—No. Durante casi una
tarde entera, te has olvidado de estar alerta —la voz de Nick se suavizó—. Me
gusta que te comportes con espontaneidad y tranquilamente conmigo. No luches
contra tus propios impulsos.
Fue justo lo que él no
debió haber dicho. Miley se puso tensa, como si se avergonzara de haber flirteado
con él. Siguieron charlando, pero ella volvía a cada momento la cabeza hacia el
bosque.
—¿Estás seguro de que no
deberíamos ir a buscar a tus hijas?
—Ya llegarán —repitió
él.
Cuando el sol se puso en
el horizonte, el cielo pasó del color oro al escarlata y luego a un violeta
profundo. Para entonces las papas envueltas en papel de estaño ya se asaban en
la parrilla. Nick colocó la rejilla para poner a asar la carne.
Dos minutos antes de la
hora a la que oficialmente cenaban, aparecieron las dos
"acompañantas" de Miley... con refuerzos. Un chico pecoso trataba de
esconderse detrás de Noel. Angie traía un compinche flacucho que sonreía
despreocupadamente.
Miley se tranquilizó de
inmediato.
—Por eso pusiste tanta
carne a asar —murmuró.
—Las viejas costumbres
son difíciles de desarraigar. Mis hijas no son tímidas.
Tampoco lo era Miley...
con las chicas. Los invitados de las jóvenes se fueron después de cenar, pero Nick y las tres mujeres permanecieron un rato junto al fuego. Para entonces la
oscuridad era total y los carbones brillaban en la parrilla. Miley se colocó
entre Noel y Angie y comió más que todos juntos.
Nick se encargaba de
repartir la comida. Una profunda satisfacción y alborozo lo embargaba. Debido a
su obsesión por el trabajo los últimos dos años, se había perdido esos momentos
con sus hijas, su capacidad para disfrutar juntos, esa convivencia familiar. Nick había reconocido sus errores antes de hablar con Miley, pero fue su furioso
sermón de aquella primera noche lo que le hizo actuar.
Miley ejercía también una
gran influencia sobre sus hijas. Nick, conmovido, oía cómo las tres charlaban
sin parar. Nicole había sido una madre típica para sus hijas. Miley preguntaba y
discutía. Tenía autoridad sobre ellas al ser mayor, pero también las respetaba
como seres humanos interesantes. Nick ni siquiera sabía que Noel tenía sus
propias opiniones respecto a los pobres, ni que Angie se preocupaba por el
medio ambiente. Tampoco sabía un ápice sobre maquillaje, pero estaba
aprendiendo.
Por fin se acabó la
comida y los bostezos hicieron más apacible la conversación. Eran más de las
diez. Nick comenzó a apagar el fuego.
—Noel y yo dormiremos en
la playa en nuestros sacos de dormir, ¿te parece bien? —Angie se levantó para
echar los brazos al cuello de su padre y darle un beso de buenas noches—.
Gracias, papá.
—Un momento, bribona. No
recuerdo haber dicho que sí.
—No importa, ya sabes
que nos dejarás hacerlo. Ya conocemos todas las reglas: nada de meterse en el
agua, acampar lejos y volver aquí corriendo en cuanto alguien aparezca por la
playa —Angie concluyó con una amplia y encantadora sonrisa. Sabía cómo
complacer a su padre.
Noel también le dio un
beso de buenas noches. Entonces agitó un dedo delante de su padre con gesto
autoritario.
—No te preocupes por Angie, ya sabes que la
cuidaré. Ustedes pórtense bien, tú cuida a Miley y no se acuesten muy tarde-----------------------------------------------------------------------------------------
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