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sábado, 14 de abril de 2012

El Playboy Enamorado: Capitulo 18


-De mí -respondió él quitándole el vaso de la mano y dejándolo sobre una mesita antigua.
Al volverse hacia ella, Nicholas se acercó tanto que la tela de sus pantalones de lana negra le rozó los muslos. Miley no podía creerse que aque­lla mirada de deseo que reflejaban sus ojos estu­viera dirigida a ella. Contuvo durante un instante la respiración e inhaló su loción para después del afeitado. Su proximidad la hizo sentirse mareada.
-No puedo creerme que de verdad me desees a mí -susurró Miley.
-Puedo demostrártelo, y te prometo que no te quedará ninguna duda -respondió él en voz baja mientras le deslizaba la mano por la cintura.
Ella sintió un estremecimiento de placer. Sa­bía que él cumpliría lo que decía. Y también sa­bía que todo lo que ocurriera con Nicholas sería temporal. Él lo había dejado suficientemente claro. Miley tenía miedo de que sus sentimientos por él no fueran temporales, pero trató de imagi­narse dejando pasar la oportunidad de tener una relación con él y no fue capaz.
-Pero... yo trabajo para ti -comentó, tratando de agarrarse a lo que le quedaba de sentido co­mún.
-Somos adultos. Podemos manejar la situa­ción.
-Pero, ¿por qué yo? -insistió Miley.
-Porque tú me calientas -contestó él en un tono de voz sensual y seguro de sí mismo que le provocó un nudo en el estómago.
Y luego la besó. La besó como besa un hom­bre excitado con una mezcla de algo tierno a lo que Miley no fue capaz de ponerle nombre.
Ella abrió la boca y Nicholas deslizó la lengua dentro. Una sensación de placer y de felicidad como nunca había sentido le atravesó todo el cuerpo. Miley no quería que aquello terminara nunca. Dejó de lado sus dudas y el dictado de la razón, suspiró y se hundió en él. Sintió la dureza del torso de Nicholas sobre su pecho, y él le in­trodujo una de sus piernas fuertes entre los muslos.
Luego le deslizó las manos por las caderas, descendiendo más y más. A Miley se le ocurrió pensar que ninguna mujer necesitaría la ayuda del alcohol al lado de Nicholas. El modo en que movía los labios sobre su boca la hacía perder la cabeza. Sintió cómo él le levantaba la falda y co­locaba las manos sobre la piel desnuda de sus muslos y luego en la de su trasero. Nicholas se detuvo y soltó una palabrota.
-¿Qué llevas puesto? -preguntó apartándose un poco con los ojos brillantes de deseo.
—Una tanga —consiguió decir ella con timidez.
Nicholas soltó otra palabrota y hundió la boca en la suya de nuevo, introduciéndole la lengua. Le deslizó las manos bajo la falda y la abrazó.
-Te deseo -le murmuró contra los labios-. Quiero quitarte esta falda y tomarte aquí mismo, ahora.
Aquella invitación sexual derritió a Miley por dentro y por fuera. Los pechos se le volvieron pesados y ardientes, y sintió una creciente hume­dad entre las piernas. Nicholas hundió la lengua con más fuerza dentro de su boca al mismo tiempo que le separaba la tanga con los dedos y encontraba en medio su rincón más sensible y delicado. Deslizó uno de los dedos en su interior y ella se colgó de él, estremecida. Una oleada de placer la atravesó por entero. Lo deseaba. Nunca había sentido un deseo igual.
-¿Qué estamos haciendo? -susurró Miley.
-No lo suficiente —murmuró él mientras la empujaba suavemente hacia una pequeña habi­tación que había al otro lado del pasillo.
Nicholas cerró la puerta tras ellos, la colocó contra la pared y volvió a besarla.
El mundo giraba a toda velocidad a su alrede­dor. Miley no sabía dónde se encontraba, solo era consciente de que estaba con Nicholas. Con su boca, sus manos, su calor. Él le sacó la falda por la cabeza y le bajó la tanga, buscando de inme­diato y hallando su suave y húmeda feminidad. Nicholas se la estaba comiendo a besos, y lo sal­vaje de su deseo la dejó sin respiración. El silen­cio y la penumbra de la habitación ayudaban a la sensación de intimidad. Miley solo quería sentirlo más cerca, darle placer, acabar con el deseo que él había construido dentro de ella.
Nicholas se llevó la mano a los pantalones, y ella lo ayudó a quitarse el cinturón y bajarse la cremallera. Cuando Miley introdujo la mano den­tro en busca de su erección, él soltó un gemido cuyo sonido resonó dentro de su boca.
-Maldita sea, debería esperar, pero no puedo -susurró él mientras sacaba un preservativo del bolsillo.
Y antes de que Miley pudiera parpadear, la le­vantó contra la pared y entró en ella.
Miley soltó un gemido al notar la invasión de semejante tamaño. Se le llenaron los ojos de lá­grimas y sintió como si estuviera quemando.
-Tendrías que habérmelo dicho -murmuró él tras soltar una palabrota.
-¿Decirte qué? -susurró Miley con la respira­ción entrecortada mientras trataba de ajustarse a su tamaño.
-Que es tu primera vez.
-No estaba pensando en que era mi primera vez. Estaba demasiado ocupada pensando en ti.
Nicholas gimió y permitió que ella se hun­diera más en su interior. Luego la besó de un modo que supo aunar el deseo carnal y la ter­nura y después apartó lentamente la boca.
-No te pares ahora -suplicó Miley.
Nicholas comenzó a moverse, apretándole el trasero mientras iniciaba un ritmo enloquecedor que la fue llevando más y más alto cada vez. El ca­lor que Miley sentía sus regiones más íntimas fue subiendo hasta que sintió que iba a explotar. La habitación estaba oscura, pero a través de sus ojos cerrados, ella veía el rojo del sol ardiente mientras se colgaba de él.
Pasaron los segundos y Miley sintió cómo Ni­cholas se ponía tenso antes de estremecerse, como fruto de su climax. Cuando recuperó el aliento, se inclinó hacia atrás y la dejó deslizarse suavemente sobre él hasta que sus pies tocaron el suelo. Le temblaban las rodillas, y se abrazó a él.
-¿Estás bien? -preguntó Nicholas estrechán­dola entre sus brazos durante unos instantes.
-Creo que sí -respondió ella, aunque todo se­guía dándole vueltas.
Él encendió una luz y Miley se cubrió instintiva­mente los ojos. Entonces lo escuchó gemir y ella miró a través de sus dedos. Nicholas estaba obser­vando fijamente su desnudez.
Ella cruzó las piernas en un inútil acto de ver­güenza.
-Te deseo otra vez -aseguró él acercándose de nuevo y besándola en la boca-. Pero quiero to­marme mi tiempo.
Nicholas le colocó con delicadeza la falda y re­cogió su tanga del suelo.
-Tienes el aspecto de alguien que acaba de tener un encuentro sexual y lo ha disfrutado. Mi familia solo tendrá que echarte un vistazo y sa­brán lo que hemos estado haciendo. Esto es algo entre tú y yo, y quiero que siga siendo así -ase­guró acariciándole los labios con un dedo-. Hay un baño al otro lado del pasillo. Dime dónde está tu bolso. Si te pintas un poco los labios y te recompones, tal vez podamos disimularlo y des­pedirnos discretamente de ellos.
-Se suponía que este lápiz de labios tenía que haber resistido ocho horas de amor salvaje -co­mentó Miley con la mente ofuscada.
Se preguntaba cómo se las arreglaba Nicholas para pensar con claridad después de lo que aca­baban de hacer.
-Espero que hayas guardado la garantía -res­pondió él con una mueca.
Ella miró hacia otro lado con la intención de recuperar su equilibrio emocional.
-¿Dónde estamos? -preguntó echando un vis­tazo al elegante escritorio de madera y las estan­terías repletas de libros.
-En el despacho de mi madre -respondió Ni­cholas estirándose la corbata.
-¿Acabamos de... de hacerlo en el despacho de tu madre? -preguntó Miley horrorizada.


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