Miley movió la cabeza,
pero él no apartó la mano.
—Liam no era un
idiota y las cosas no fueron así. Fui yo. Es culpa mía. Sé que debí ser
sincera contigo desde el principio.
—Lo eres, cada vez que
te toco, cada vez que respondes a mis caricias. Nunca he conocido a una mujer
más sincera que tú, así que sigamos hablando del asunto —colocó una almohada
detrás de sus cabezas—. Ya me has hablado de tu prometido, ¿quién más hubo
antes? ¿Quizás alguien de quien te enamoraste locamente? ¿Alguien que te hizo
sufrir? ¿Algo peor?
—No, por supuesto.
—Me dijiste que eras
bastante ardiente de jovencita.
Miley levantó los ojos al
cielo e hizo una mueca.
—También te dije que
todo era una farsa. Un compañero trató de arrinconarme en el pasillo del
colegio y lo tumbé de un bofetón. Ese es el único susto que me han dado en mi
vida.
—Estamos hablando de
sinceridad —había una advertencia en la voz de Nick.
—No puedo hablar. No
sobre estas cosas —ella levantó la cabeza—. ¿No crees que deberíamos vestirnos?
¿Quieres una cerveza? ¿Qué te parece si hablamos de barcos?
Nick alzó una ceja.
—No estarás intentando
volverte a levantar de esta cama, ¿verdad?
—Creo que sería sensato
que habláramos de pie.
—Creo que ciertas
conversaciones sólo pueden tener lugar si se está acostado.
—No hago nada bien
estando acostada. Es lo que he estado tratando de decirte. No hay nada más que
decir, aparte de que si yo fuera tú, me echaría por la borda. Piénsalo, Nick.
Es un buen consejo.
Nick la rodeó con los
brazos para impedirle que se moviera.
—Miley, si tú tienes un
problema, es evidente que tenemos un problema los dos.
—No. El problema es sólo
mío.
—Te equivocas. Tú no
tienes un problema; lo tenemos los dos. Porque así son las cosas cuando dos
personas se quieren. ¿O no lo sabías acaso? ¿Es que no me quieres?
Miley tragó saliva. No
podía mentirle.
—Sí, con toda mi alma.
—Y parece que tratas de
darme a entender que no existe ningún trauma emocional que haya causado nuestro
problema. Pero a menos que no haya interpretado bien cómo respondes a mis
caricias, no falta el deseo en nuestra relación. Para decirlo con toda
delicadeza de que soy capaz... —se aclaró la garganta—... me has dado
suficientes razones para creer que te excito.
—Por Dios, Nick, ¿crees
que habría llegado a esto si no fuera así? Ya sé que no es una excusa, pero
cada vez que nos... —tragó saliva—. ¿Crees que no es engorroso que me excite
sobremanera cada vez que tú...? —volvió a faltarle el aliento—. Por Dios, tengo
treinta y un años y hace cinco que no tengo ninguna relación sentimental con
nadie. ¿Crees que no sé lo que es controlarse? Tan sólo contigo... —extendió un
brazo para tratar de expresar lo que no podía con palabras—. Ese es el
problema, dejé que las cosas siguieran su curso sin decirte nada; me parecía
difícil aceptar que las cosas saldrían mal estando contigo.
—Ya veo —Nick le rozó la
sien con los labios—. Creo que acabas de halagarme, aunque no estoy muy seguro
—sonreía pero había una expresión de seriedad en sus ojos cuando le volvió la
cara para mirarla—. Yo también te deseo —dijo con suavidad—. De manera tan
incontrolada, tan absoluta que me da miedo. Y como siento algo tan intenso, no
me voy a dejar amedrentar por un simple problemilla.
Conmovida por la
vehemencia de él, Miley dijo con voz constreñida:
—Pero esto no es un
simple problemilla, es mucho más serio...
—Bien, bien, a eso vamos
—suspiró Nick, no sin humor—. Creo que ya le hemos dado demasiados rodeos al
asunto. ¿Alguna vez te han dado un sencillo curso de anatomía?
A Miley no pareció
divertirle la actitud de él.
—Vamos, Nick. Hace años
que estudié todo eso de la reproducción de las abejas y las flores.
—Me parece perfecto,
pero ahora tengo en mente una lección un poco más avanzada. Pero te lo
advierto, Miley, nada de eufemismos ni rodeos. Llamaremos pan al pan y vino al
vino. ¿De acuerdo?
—No.
—Claro que estás de
acuerdo. Pensé que querías ser sincera conmigo, ¿no? —hizo una breve pausa—.
Bien, tienes algo entre los muslos. ¿Por casualidad conoces el nombre de ese
"algo"?
—¡Nick! —maldición, la
estaba haciendo reír.
—¿Es una pregunta
demasiado atrevida? No sufras. Este profesor está dispuesto a complacer a la
clase —con el ceño arrugado como si estuviera muy concentrado, le trazó la
forma del seno con el pulgar—. Ahora, esto. ¿Cómo se llama, Miley?
No había manera de
controlar a ese descarado. Cuanto más desvergonzada era la pregunta, más
implacable era la provocación. Si ella se atrevía a ruborizarse, recibía una
fuerte reprimenda por su mojigatería anticuada... y otra pregunta.
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