Miley oyó que llamaban a
la puerta a las cinco menos diez, y se miró en el espejo por última vez. Como
en la invitación decía "ropa informal", se había puesto algo
realmente informal. Sus pantalones de algodón blanco eran muy holgados, su
blusa marinera enorme y los tenis que llevaba estaban bastante gastados. Se
había puesto una pañoleta en la cabeza, no se había arreglado el pelo y no
llevaba maquillaje. Ni perfume, ni adornos.
No era que quisiera
estar poco atractiva, pero sabía a lo que se enfrentaba esa noche. Tenía que
decirle a Nick que ella no servía como amante. El no parecía desalentado por lo
sucedido aquella noche en la playa. Miley temía que tuviera planeado algo
romántico y seductor para la cena. Vino, música y esas cosas. Quería que su
aspecto poco arreglado lo desanimara y se olvidara de sus intenciones.
Abrió la puerta del
frente cuando Nick estaba a punto de llamar por segunda vez. Entonces, algo
cambió las ideas preconcebidas que Miley tenía sobre esa velada.
Nick no estaba vestido
precisamente como un seductor. Llevaba puestos unos vaqueros gastados y una
camiseta de manga corta. Su pelo rubio estaba enmarañado y no se había afeitado
desde por la mañana. Miró a su invitada y silbó con suavidad.
—Vaya, estás muy sexy
—Miley no tenía que preocuparse por él. Era evidente que no estaba en sus
cabales—. Gracias a Dios no rechazaste mi invitación, pelirroja —le dio un beso
en la boca que la dejó sin respiración, luego levantó la cabeza y sonrió de
oreja a oreja—. Pero basta ya de ternezas; ésta es una cena de trabajo y no
tenemos tiempo para escarceos amorosos.
Su caballero andante
bajó los escalones y la llevó, no a su elegante coche deportivo, sino a su
camioneta, que estaba cubierta de polvo.
—¡Arriba! —exclamó sin
abrirle la puerta y por fortuna ella subió con rapidez, porque estuvieron en la
carretera antes que se pudiera abrochar el cinturón de seguridad.
Era evidente que Nick no
tenía la intención de seducirla esa noche. ¿Por qué entonces no se podía
tranquilizar ella?
—¿Qué es eso de una cena
de trabajo, Nick?
—No es sólo trabajo,
sólo un poco. Vamos a un bautizo. El bebé mide nueve metros; un yate de quilla pequeña,
más para diversión que para participar en carreras. Lo puse en el agua esta
tarde por primera vez, pero todavía no ha salido al mar. Su propietario está en
Maine; espera saber mañana qué tal ha funcionado en este recorrido de pruebas.
Tú y yo lo averiguaremos, pero me temo que tendré que pasar antes por el
taller.
—¿El taller? —repitió Miley—. ¿Quieres decir donde haces los barcos?
—Espero que no te
importe. Sólo tardaré unos segundos.
Tardó más de una hora,
durante la cual Miley se sintió abandonada e ignorada. Otra mujer se habría
enfadado. Miley estaba encantada. Ya se había olvidado de su idea de la tensa y
traumática noche que había previsto. Claro, tarde o temprano tendría que hablar
con él, pero no era culpa de Nick que estuviera ocupado en ese momento. Tampoco
era culpa de ella que sintiera una insaciable curiosidad. ¿Qué mejor manera de
entender a un hombre que a través de su trabajo?
Con las manos en los
bolsillos del pantalón, Miley recorría el taller, curioseando.
El taller tenía tres
edificios, todos enormes. En uno almacenaba madera. En el segundo, tres hombres
y Nick rodeaban un enorme barco a medio construir; hablaban en una jerga
incomprensible para Miley.
Luego deambuló por el
tercer edificio, sola y feliz. Ese era el mundo de Nick. Arrugó la nariz al
oler a acetona, disolventes y barniz, algo a lo que no estaba acostumbrada.
Había dos ventiladores gigantescos en el centro del taller. Miley reconoció
algunas herramientas. Otras le eran desconocidas.
Donde quiera que miraba, Miley veía organización, orden y control. En los tres edificios casi podía palpar
el amor que ese hombre sentía por su trabajo.
Nick la encontró
explorando el patio.
—Se suponía que no iba a
tardar tanto —se disculpó él. Fue hacia Miley con un ceño fruncido y una mancha
de polvo en la barbilla—. Vámonos de aquí.
—¿Estás seguro de que ya
has terminado? No tienes que preocuparte por mí; estoy muy a gusto.
—Por supuesto que nos
iremos; si nos escabullimos antes que Josh me encuentre y me diga que hay otro
problema. Cuando demos la vuelta a la esquina del taller, corre como alma que
lleva el diablo y no mires atrás aunque alguien grite "fuego".
Miley se rió divertida.
—¿Cuál de ellos es Josh?
—El de la barba que pone
ojos de cordero degollado cuando te mira de arriba abajo —Nick la ayudó a subir
a la camioneta—. Igual que los otros muchachos —una vez instalado al lado de su
invitada, tuvo que levantarse para sacar la llave del vehículo de su bolsillo.
Al hacerlo el pantalón se estrechó sobre su varonil cuerpo. La sonrisa que le
dirigió a
Miley fue igualmente varonil.
—Menos mal que saliste
del taller a tiempo, si no los muchachos te habrían empezado a explicar cómo se
hace un barco... cualquier cosa con tal de llamar tu atención.
—Todo me llamaba la
atención. ¿Cuántos barcos construyes al año? ¿Qué tipo de barcos son? ¿Y todos
los haces en esos edificios?
—Calma, pelirroja... no
me preguntes tantas cosas a la vez.
Nick no condujo hacia la
bahía de Charleston, sino al río Ashley. Fue por la Avenida Principal como si supiera que Miley adoraba las antiguas
mansiones elegantes. Así era, pero la atención de Miley no se apartaba ni un
momento de su acompañante.
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