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sábado, 14 de abril de 2012

Ola de Calor: Capitulo 24


Selena la encontró en su oficina media hora después, quitándose las horquillas que sostenían su peinado estilo pompadour y tirándolas a la pared como si fueran dardos. Selena extendió la mano y le enseñó a su jefa un par de aspirinas. En la otra mano llevaba un vaso de agua.
Miley se tragó las dos aspirinas.
—Ya está —dijo y luego se tomó el agua—. Me mudaré. No puedo con ellas, ni con él. Punto y final.                                            
—¿Quieres que te dé un consejo?
—No. Los consejos no me ayudarán. Que me diera gripe de repente antes de las cinco, eso sí que me ayudaría.
Miley, detesto ser yo quien te diga esto, pero...
—Entonces no me lo digas.
—Si no quieres salir con él esta noche, no necesitas ninguna excusa. Simplemente puedes ser sincera y decir "no". Y como ni siquiera han considerado una opción tan simple, podría significar que en realidad quieres estar con él.
—Por Dios, Selena, si no puedes decirme nada más consolador o convincente, más vale que te vayas a trabajar.
A Selena eso le pareció muy gracioso, pero Miley se hundió en la silla de su escritorio cuando por fin la oficina quedó vacía. Sin siquiera hacer una pregunta, Selena había comprendido la situación, aunque no del todo.
Miley no había cancelado la cita con Nick porque su intención era salir con él, y lo había sabido todo el día. La única forma de aclarar el lío en el que se había metido era enfrentarse a Nick cara a cara.
Le había dicho a Nick que era frígida, pero no le había dicho lo más importante: que su relación era imposible. Que ella no servía como mujer, como pareja y amante.
Se quitó la última horquilla y la tiró a la pared. Después de lo de Liam, había sufrido. Pero no como en ese momento. Liam no tenía dos arrogantes, exasperantes hijas a las que Miley quería enormemente. Y Liam no era Nick, a quien ella quería con toda su alma.
Si no le doliera tanto, de manera tan terrible, sin duda lloraría. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida como para dejar que Nick llegara a serlo todo para ella?
Nick no había comprado condones desde que era un adolescente. Entonces, los paquetes estaban escondidos debajo del mostrador. El farmacéutico siempre estaba ocupado, así que para comprarlos había que pedírselos a una mujer... siempre una mujer... y ella siempre repetía el encargo de forma que todos en la farmacia podían oírlo. Todavía recordaba haberse sentido como un pervertido. Se alegró de ser ya adulto y de que los tiempos hubieran cambiado.
Con un tubo de pasta de dientes en una mano y un frasco de enjuague para la boca en la otra, estaba de pie cerca de las toallas de papel. En la casa ya no había toallas de papel, de modo que tenía una buena excusa para estar allí. Era un mero accidente que fuera lo bastante alto para ver lo que había en el estante de los condones.
Los tiempos habían cambiado definitivamente.
¡Cielos, había millones de marcas! Todo lo que él recordaba eran dos marcas diferentes. Esas compañías todavía existían pero ofrecían una gama más variada. Uno podía comprar los condones en paquetes, o en caja. Se podían comprar lubricados, sin lubricar, acanalados o lisos. Se podían comprar perfumados, de distintos colores.
Nick siguió mirando. Por ninguna parte podía ver un simple modelo como los de antes y de ninguna manera se imaginaba poniéndose un protector amarillo fluorescente que olía a plátano.
—¡Vaya, señor Larson! Siempre me encuentro con sus hijas, pero rara vez con usted.
Rápidamente, tomó un paquete de toallas de papel antes de volverse a mirar a su vecina. La última vez que había visto a la señora Pincher, fue cuando ella acompañó a sus dos hijas y a los tres de ella para ir a una función de teatro en el colegio. La mujer tenía el pelo castaño, rizado, con algunas canas, ojos cansados y sonrisa maternal. No había manera de escapar de su bien intencionada charla, la cual no comenzó a decaer hasta que la mujer no habló de la espantosa ola de calor, del nuevo ascenso de Harv, su esposo, y de lo rápido que estaban creciendo las hijas de su interlocutor.
—¿De modo que ha tenido que encargarse de las compras?
—Nos quedamos sin toallas de papel en casa y...
—Bien, bien... no deje usted ir a vernos de vez en cuando, ¿eh? ¿Por qué no viene una de estas noches a tomarse una cerveza con Harvy?
—Lo haré —prometió Nick.

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