Selena la encontró en
su oficina media hora después, quitándose las horquillas que sostenían su
peinado estilo pompadour y tirándolas a la pared como si fueran dardos. Selena extendió la mano y le enseñó a su jefa un par de aspirinas. En la otra mano
llevaba un vaso de agua.
Miley se tragó las dos
aspirinas.
—Ya está —dijo y luego
se tomó el agua—. Me mudaré. No puedo con ellas, ni con él. Punto y final.
—¿Quieres que te dé un
consejo?
—No. Los consejos no me
ayudarán. Que me diera gripe de repente antes de las cinco, eso sí que me
ayudaría.
—Miley, detesto ser yo
quien te diga esto, pero...
—Entonces no me lo
digas.
—Si no quieres salir con
él esta noche, no necesitas ninguna excusa. Simplemente puedes ser sincera y
decir "no". Y como ni siquiera han considerado una opción tan simple,
podría significar que en realidad quieres estar con él.
—Por Dios, Selena, si
no puedes decirme nada más consolador o convincente, más vale que te vayas a
trabajar.
A Selena eso le pareció
muy gracioso, pero Miley se hundió en la silla de su escritorio cuando por fin la
oficina quedó vacía. Sin siquiera hacer una pregunta, Selena había comprendido
la situación, aunque no del todo.
Miley no había cancelado
la cita con Nick porque su intención era salir con él, y lo había sabido todo
el día. La única forma de aclarar el lío en el que se había metido era
enfrentarse a Nick cara a cara.
Le había dicho a Nick
que era frígida, pero no le había dicho lo más importante: que su relación era
imposible. Que ella no servía como mujer, como pareja y amante.
Se quitó la última
horquilla y la tiró a la pared. Después de lo de Liam, había sufrido. Pero no
como en ese momento. Liam no tenía dos arrogantes, exasperantes hijas a las que Miley quería enormemente. Y Liam no era Nick, a quien ella quería con toda su
alma.
Si no le doliera tanto,
de manera tan terrible, sin duda lloraría. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida
como para dejar que Nick llegara a serlo todo para ella?
Nick no había comprado
condones desde que era un adolescente. Entonces, los paquetes estaban
escondidos debajo del mostrador. El farmacéutico siempre estaba ocupado, así
que para comprarlos había que pedírselos a una mujer... siempre una mujer... y
ella siempre repetía el encargo de forma que todos en la farmacia podían oírlo.
Todavía recordaba haberse sentido como un pervertido. Se alegró de ser ya
adulto y de que los tiempos hubieran cambiado.
Con un tubo de pasta de
dientes en una mano y un frasco de enjuague para la boca en la otra, estaba de
pie cerca de las toallas de papel. En la casa ya no había toallas de papel, de
modo que tenía una buena excusa para estar allí. Era un mero accidente que fuera
lo bastante alto para ver lo que había en el estante de los condones.
Los tiempos habían
cambiado definitivamente.
¡Cielos, había millones
de marcas! Todo lo que él recordaba eran dos marcas diferentes. Esas compañías
todavía existían pero ofrecían una gama más variada. Uno podía comprar los
condones en paquetes, o en caja. Se podían comprar lubricados, sin lubricar,
acanalados o lisos. Se podían comprar perfumados, de distintos colores.
Nick siguió mirando. Por
ninguna parte podía ver un simple modelo como los de antes y de ninguna manera
se imaginaba poniéndose un protector amarillo fluorescente que olía a plátano.
—¡Vaya, señor Larson!
Siempre me encuentro con sus hijas, pero rara vez con usted.
Rápidamente, tomó un
paquete de toallas de papel antes de volverse a mirar a su vecina. La última
vez que había visto a la señora Pincher, fue cuando ella acompañó a sus dos
hijas y a los tres de ella para ir a una función de teatro en el colegio. La
mujer tenía el pelo castaño, rizado, con algunas canas, ojos cansados y sonrisa
maternal. No había manera de escapar de su bien intencionada charla, la cual no
comenzó a decaer hasta que la mujer no habló de la espantosa ola de calor, del
nuevo ascenso de Harv, su esposo, y de lo rápido que estaban creciendo las
hijas de su interlocutor.
—¿De modo que ha tenido
que encargarse de las compras?
—Nos quedamos sin
toallas de papel en casa y...
—Bien, bien... no deje
usted ir a vernos de vez en cuando, ¿eh? ¿Por qué no viene una de estas noches
a tomarse una cerveza con Harvy?
—Lo haré —prometió Nick.
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