No era el uso de las
palabras apropiadas lo que la abochornaba. Miley podía hablar de anatomía, pero
había ciertas cosas que no podía comentar con un hombre. ¿Cómo podía hablar de
lo que la excitaba, en qué partes del cuerpo era más sensible, qué le sucedía
físicamente cuando tenía una relación íntima?
Nick sostenía que ningún
tema era tabú entre amantes. Un cierto rubor estaba bien. Respuestas evasivas,
no. Por desgracia él esperaba que su alumna supiera más sobre su cuerpo de lo
que ella sabía en realidad. Por Dios, una mujer tenía cosas más importantes que
hacer que analizar sus funciones corporales; ¿cómo podía saber ella si el
tiempo o la música o ciertos perfumes influían en su respuesta sexual?
Era la conversación más
incómoda y extraña que había tenido en su vida.
Eso pensó al principio.
Pero luego comprendió con exactitud la razón por la que no pudo dejar de
enamorarse de él. Lo que con nadie hubiera podido compartir, con Nick resultaba
perfectamente natural. La parte vulnerable de su alma que con tanto cuidado
había resguardado estaba a salvo con él.
Nick Larson era un
hombre tierno, comprensivo, respetuoso, inteligente. Cuando él hizo una pausa, Miley levantó los ojos y lo miró; su pelo oscuro estaba ensortijado. Todavía
estaba desnudo y su semblante tenía una expresión grave.
Ella alargó una mano
para acariciarle la frente.
—¿Ha terminado ya el
interrogatorio?
—No.
Pero Miley supo que por
fin él ya no tenía más preguntas que hacer. Por eso parecía tan pensativo. Nick
había pensado que sus preguntas le darían claves para resolver el problema.
—Tengo que decirte algo
que no hemos comentado —dijo Miley con suavidad—. Algo... terriblemente personal,
muy íntimo.
Captó la atención de su
interlocutor, de lo cual se aprovechó.
—Eres el amante más
exquisito que he podido jamás imaginar —dijo en tono sensual e íntimo—. No
debes temer que me hayas fallado como amante, porque no es así. Parece que
conoces más de la anatomía femenina que yo. No hay nada que hayas hecho que
haya provocado mi reacción anormal.
Le puso un dedo en los
labios cuando él intentó hablar.
—Cada vez que me tocas,
me excitas. Me encanta lo que me haces, todo. El problema es mío y sólo mío y
también la solución. Tengo que dejar de verte.
—Tonterías.
Pero ella cerró los ojos
y suspiró profundamente.
—Es necesario.
La hirsuta cabeza blanca
de Ed asomó por la puerta.
—Rithwald está al
teléfono. Quiere saber cuando terminarás el presupuesto sobre la restauración
Bickford.
—En mil novecientos
noventa y nueve.
—Ah —Ed se aclaró la
garganta—. Creo que contaba con que lo tendrías dentro de una semana.
—Dile lo que quieras —Ed
desapareció.
Miley siguió leyendo la
receta del Pastel Princesa que intentaba hacer. Echó un huevo, tres yemas y
tres cuartas partes de una taza de azúcar en la batidora.Selena tarareaba una
melodía muy triste. La batidora dio vueltas ruidosamente tres minutos. Cuando Miley la desenchufó, Selena seguía tarareando.
—¿Quieres dejar eso?
—¿Dejar qué?
—¡Dejar de canturrear
esa estúpida canción!
—Pensé que iba de
acuerdo con tu estado de ánimo —dijo Selena con voz mansa. Miró la masa que
Miley estaba batiendo—. Se supone que debes batirla simplemente, querida. No
golpearla así... ¿crees que es la ola de calor lo que está afectando a tu humor
últimamente?
—Si estás insinuando que
es difícil trabajar conmigo...
—Creo que el calor te
está afectando.
Miley levantó la cabeza y
miró a su amiga.
—Lo siento —se disculpó
con sinceridad—. Lo siento de verdad.
—Olvídalo. Tú has
aguantado mis depresiones los últimos cinco años; ya era hora de que te
devolviera el favor.
—No estoy deprimida.
—No, por supuesto; no lo
estás.
Exasperada, Miley volvió a
enchufar la batidora para batir las claras de los huevos. Ed asomó de nuevo la
cabeza por la puerta, miró a Miley con cautela y desapareció otra vez. La chica
que atendía la tienda entró en la cocina y, cuando Selena movió la cabeza,
salió de inmediato.
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