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sábado, 14 de abril de 2012

El Playboy Enamorado: Capitulo 15


-Tus hermanas estuvieron anoche de visita y ha llamado tu madre -le dijo Miley a la mañana si­guiente, mientras se sentaba con su taza de cere­ales frente a la trona de Molly.
Nicholas se sirvió una taza de café. La noche anterior, tras pegarse una ducha fría, le había costado mucho trabajo dormirse, así que necesi­taba más que nunca una buena dosis de cafeína.
-Espero que mis hermanas no fueran dema­siado abrumadoras. ¿Y qué quería mi madre?
-Tiene una fiesta mañana por la noche y quiere que la acompañes. También me pidió que fuera yo y que llevara un acompañante.
Nicholas se quemó la lengua con el café. Es­taba empezando a pensar que había una conspi­ración contra él.
-¿Ah, sí?
-Sí, pero no hace falta que vaya. Alguien tiene que cuidar de Molly, y...
-Podemos salir de aquí cuando Molly se haya dormido. La doncella vigilará su sueño —aseguró Nicholas-. Si mi madre te ha invitado, deberías asistir. Y si no se te ocurre nadie que pueda acompañarte...
-Sí que se me ocurre -respondió ella rápida­mente-. Ha pasado la revisión de todos mis com­pañeros de equipo. Es un chico muy simpático, médico. Ya me ha preguntado si quería salir con él, así que sólo tengo que averiguar si está libre mañana por la noche.
Nicholas tuvo de pronto la impresión de que el café que estaba tomando se había vuelto amargo. Escuchó dentro de su cabeza una sirena de alarma, pero no la quiso escuchar. Hacía mu­cho tiempo que no deseaba a una mujer del modo en que deseaba a Miley.
Nicholas se puso de pie, depositó un beso en la frente de su hija y, sin saber lo que hacía, se acercó hasta Miley y recorrió con un dedeo sus la­bios entreabiertos.
-¿Te han dicho alguna vez que tienes el tipo de boca que aparece en las fantasías de los hom­bres?
Ella negó con la cabeza.
-Te veré esta noche -dijo Nicholas, confuso, mientras se dirigía hacia la puerta de entrada se­guido por la mirada absolutamente sorprendida de Miley.


En cuanto Molly le dio ocasión, que fue en el momento de la siesta, Miley se colocó delante del espejo de su cuarto de baño para observarse la boca. La torció y la estiró, tratando de encontrar lo que Nicholas había visto en ella. ¿A qué se re­fería cuando dijo que aquel era el tipo de boca con el que los hombres fantaseaban? Tenía los la­bios algo más gruesos que la media, y, mientras los miraba fijamente, se preguntó qué tipo de fantasías tenían los hombres. Se le vino a la mente la lista de la revista y observó en el espejo cómo se sonrojaba.
Aquella noche Molly estaba molesta por culpa de los dientes, así que le hizo falta más tiempo para dormirla. Cuando por fin lo consiguió, Miley estaba agotada y le dolían los hombros. Nicholas se había quedado hasta tarde en la oficina, pero ella sabía que ya estaba en casa porque lo escu­chaba moverse por su habitación. La avalancha de imágenes que había cruzado por su mente aquella tarde volvió de nuevo con más fuerza.
Miley sacudió la cabeza y se dio la vuelta para dirigirse a su dormitorio. En el momento en que abrió la puerta, Nicholas salió al pasillo. Ella se detuvo automáticamente.
-¿Qué tal ha pasado Molly el día? -preguntó él caminando en su dirección.
-Le están saliendo los dientes y está molesta, pero sigue empeñada en practicar su nueva habi­lidad. Ha estado caminando como si tuviera pen­sado llegar andando hasta la China.
-Apuesto a que ha acabado contigo -aseguró Nicholas-. ¿Por qué no te tomas conmigo un vaso de vino abajo?
¿Por qué no? Una docena de razones lógicas acudieron a su mente. Pero la expresión de sus ojos las mandó a todas a la porra.
—Sí, me apetece. Solo unos minutos —añadió más para sí misma que para él.
Lo siguió por las escaleras hacia el estudio. Una vez allí, Nicholas abrió una botella de vino tinto y sirvió dos copas. Miley dio un sorbo a la suya, y deslizó lentamente el líquido por la gar­ganta. Nicholas tenía la vista clavada en ella, y Miley sintió como una losa sobre el pecho.
-¿Qué tal te ha ido el día? -preguntó para romper la tensión.
-Ha sido largo pero provechoso. Estamos a punto de sacar un nuevo sabor de helado para el día de San Valentín. Todo tiene que estar coordi­nado, pero a veces los Departamentos de Marketing y Relaciones Públicas piden lo imposible.
-Y tú lo consigues -dijo Miley sabiendo instinti­vamente que así era mientras se frotaba el hom­bro con aire ausente.
-Eso intento -respondió él con los ojos bri­llantes de sensualidad-. ¿Qué te pasa en el hom­bro?
-Desde aquel partido de voleibol de vez en cuando se me pinza -respondió ella encogién­dose de hombros.
-Date la vuelta. Te daré un masaje -se ofreció Nicholas.
-Oh, no, no hace falta. No es para tanto. Yo...
-Vamos -ordeno él mientras dejaba la copa de vino sobre la mesa-. Conseguiré que te sientas mejor.
Miley se dejó llevar por la tentadora oferta y se dio la vuelta para darle la espalda. Lo sintió acer­carse hasta ella hasta que estuvo tan próximo que podía sentir su respiración sobre la nuca. Sintió que el corazón le daba un vuelco, y pensó que tal vez aquella no era una buena idea, des­pués de todo. Nicholas le colocó las manos sobre el cuello, haciéndola olvidar todas sus protestas. Sus dedos se deslizaron sobre los músculos aga­rrotados. Tenía unas manos mágicas.
Miley cerró los ojos y no pudo reprimir un ge­mido.
-¿Bien? -preguntó él.
-Sí -susurró ella soltando otro gemido.
-Ese es un sonido muy sensual -murmuró Ni­cholas.
-No era esa mi intención -susurró ella con voz ronca.
Él pronunció en voz baja unas palabras en ita­liano.
-¿Qué significa eso? -preguntó Miley.
-Que tienes un pelo precioso -respondió él sin dejar de masajearle los hombros y el cuello.
Nicholas hizo un movimiento gracias al cual pudo apoyar una pierna sobre el sofá y atraerla a ella contra sus muslos.

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