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sábado, 28 de abril de 2012

El Playboy Enamorado: FINAL


Exactamente una semana después, con su her­mano Trace del brazo, Miley recorrió el pasillo de la preciosa capilla de la catedral de San Christopher. Aquella capillita proporcionaba la atmósfera per­fecta de intimidad para aquella boda tan precipi­tada.
Entre la ayuda de la madre y las hermanas de Nicholas, Miley apenas había tenido que mover un dedo. Ellas se habían mostrado dispuestas a hacerse cargo de todos los detalles con tal dili­gencia que a Miley la habían conmovido hasta las lágrimas. Toda la familia de Nicholas la había acogido de inmediato, dejándole claro que no sólo le pertenecía a él, sino también a los Barone.
Miley había encontrado el vestido que quería en el taller de un diseñador local, y el dueño se había mostrado más que satisfecho por tener que hacer las modificaciones necesarias para la novia de uno de los Barone. La antigua compañera de piso de Miley, Demi Hart, había accedido encan­tada a ser una de sus damas de honor, junto con Gina y Colleen. Rita y Maria se ofrecieron para cuidar de la niña durante la ceremonia.
Miley miró a Nicholas y sintió que el corazón le daba un vuelco. Su hermano la tomó de la mano y la unió con la de su novio.
-Cuida de ella y ella cuidará de ti -dijo.
-Lo haré -respondió Nicholas mirándola fija­mente.
Solo tenía ojos para ella. Luego repitieron sus votos ante el padre, y Miley sintió que las promesas de Nicholas retumbaban en el interior de sus huesos.
Fue una ceremonia breve y emotiva, y antes de que Miley pudiera darse cuenta tenía un anillo en el dedo y el padre los estaba declarando marido y mujer.
Nicholas le levantó el velo.
-Ha pasado demasiado rápido -susurró ella-. Yo quería retenerlo todo para recordar cada se­gundo.
-No será necesario —le dijo él—. Yo te recor­daré todos los días que te amo, Miley. Todos los días -aseguró sellando su promesa con un beso.
Ella comenzó a llorar de alegría. Por fin había conseguido hacerse un hueco en el corazón de aquel hombre.
Después de abrazar a toda la familia de Nicho­las y hacerse decenas de fotos, todo el grupo se dirigió a un exclusivo club del centro para la ce­lebración.
Nicholas la llevó hasta la pista de baile para ini­ciar el vals. Aquella melodía tan romántica y el amor que vio reflejado en su mirada se quedarían inscritos para siempre en la memoria de Miley.
-Parece que todo el mundo se está divirtiendo -comentó Nicholas cuando se cansaron de bailar y se retiraron un instante hacia un rincón.
-Desde luego, tu madre sabe cómo organizar un boda -aseguró Miley, todavía impresionada por la habilidad de Denisse Barone para coordinar un evento semejante con tan poco tiempo.
-Ella dice que lo lleva planeando desde que cumplí veintiún años -dijo Nicholas con expre­sión burlona.
Miley soltó una carcajada mientras observaba a Paul y a Denisse bailar. Luego divisó a Colleen con un hombre alto de pelo oscuro.
-¿Quién es ese que está con Colleen? ¿Es otro Barone?
Nicholas entornó los ojos para mirar mejor y negó con la cabeza.
-No es de la familia. Que me parta un rayo si no es Gavin O'Sullivan -dijo con una mezcla de sorpresa y alegría en la voz-. Creo que no te lo he presentado todavía. Es un buen amigo mío del colegio. Ha recorrido un largo camino. Cuando yo lo conocí, era un niño que vivía con familias de acogida, y ahora es propietario de una cadena hotelera. Multimillonario.
-Vaya, nunca había visto a Colleen así. Está tan resplandeciente que parece un árbol de Navidad.
-Esto es interesante... Creo que ellos dos tu­vieron algo que ver en el instituto, pero mi ma­dre no lo aprobaba porque... Vaya, mira quién viene por aquí -se interrumpió Nicholas.
Gina, vestida con un traje de seda, hizo su apa­rición con Molly en la cadera.
-La gente quiere saber cuándo van a cortar la tarta. Si no lo hacen pronto, creo que la niña va a tomar la iniciativa. No puede apartar la vista de ella.
-Pá-pá-pá -balbuceó Molly antes de girarse ha­cia Miley.
-¿Quieres probar la tarta? -preguntó ella to­mando a la niña en brazos y besándola dulce­mente en la mejilla-. Ya verás, te vas poner per­dida.
Animados por los gritos de júbilo de los invita­dos, Miley y Nicholas partieron dos trozos de aquella preciosa tarta de tres pisos y se la dieron a probar el uno al otro. Después, e instintiva­mente, ella lo abrazó y un grupo de invitados co­menzó a silbar para animarlos a seguir. Miley aguantó la broma y en cuanto pudo se escapó ha­cia el cuarto de baño.
-¿Lo estás pasando bien? —le preguntó a su hermano al cruzárselo en el camino.
-Es una fiesta estupenda -respondió Trace abrazándola-. Me alegro de verte tan contenta. Tú siempre quisiste tener una gran familia.
-Nunca he sido tan feliz -confesó ella-. Pero no es momento de emocionarse. Dime, ¿han po­dido venir los amigos que habías invitado?
-Sí, Steven Conti no dudó en acudir en cuanto le dije que tu antigua compañera de piso, Demi Hart, iba a estar aquí. Lleva tiempo que­riéndole echar el lazo. Mencionó algo sobre que en su familia no eran muy partidarios de los Barone, pero no quiso decirme nada cuando le pre­gunté la razón.
-No puedo imaginarme por qué podrían caerle mal los Barone a alguien -aseguró Miley-. Steven era compañero tuyo en la universidad, ¿verdad?
-Es uno de los pocos que se hizo millonario con Internet y ha conseguido mantenerse en la cima mientras los demás se estrellaban -dijo Trace asintiendo con la cabeza-. Bueno, voy a ver si me como un trozo de esa deliciosa tarta. Ahora te veo.
Miley continuó su camino hacia el cuarto de baño. Después de seguir por un largo pasillo y gi­rar dos veces a la derecha, acabó encontrándolo por fin. Colleen Barone estaba allí, llevándose una toalla fresca al rostro.
-¿Estás bien? -le preguntó Miley, preocupada al observar sus mejillas coloradas.
-Perfectamente -aseguró Colleen tragando saliva-. Es que he visto a alguien que no esperaba encontrarme.
-Gavin O'Sullivan -dijo Miley ante el asombro de su cuñada-. los he visto juntos. Nicholas me ha dicho que tú y él...
-De eso hace mucho tiempo -la interrumpió Colleen llevándose la mano a la garganta-. No esperaba volver a verlo y sentir esta... Bueno, ya es suficiente -aseguró aspirando con fuerza el aire-. Eres una novia preciosa, y Nicholas está absolutamente feliz. Me alegro mucho por los dos.
Y tras darle un abrazo, Colleen salió del cuarto de baño. Miley se refrescó un poco y luego se dirigió de nuevo al largo pasillo, pero no escuchó los sonidos de la fiesta. Al parecer, se ha­bía equivocado de dirección. Oyó entonces vo­ces en una sala y decidió preguntar. Abrió la puerta y se encontró a Maria en brazos de un hombre alto.
-No he sido capaz de mirar a nadie que no fueras tú -le estaba diciendo él, embelesado.
Miley parpadeó varias veces. Aquel hombre le resultaba conocido. Se quedó allí durante un ins­tante, tratando de hacer memoria. ¿Quién era? Entonces cayó en la cuenta. Steven Conti. Pero su hermano acababa de decirle que estaba inte­resado en Demi...
Miley sintió una oleada de instinto protector hacia Maria. Se mordió el labio inferior, sin saber qué hacer. Ellos estaban tan concentrados el uno en el otro que no se habían percatado de su pre­sencia. Steven parecía totalmente extasiado ante Maria, y viceversa.
El corazón de Miley se encogió al contemplar­los. Ella conocía muy bien los sentimientos que se escondían bajo las chispas que saltaban entre ambos. Nicholas y ella compartían la misma electricidad y el mismo amor. Steven inclinó la cabeza y besó a Maria apasionadamente. Miley desvió la mirada, y, sintiéndose como una in­trusa, dio un paso atrás muy despacio y se mar­chó.
Distraída por lo que acababa de ver, se perdió varias veces antes de encontrar el camino de re­greso a la fiesta. Nicholas la recibió en la puerta en cuanto entró.
-Te he buscado por todas partes -dijo con una sonrisa-. Ya va siendo hora de que tú y yo nos marchemos.


Horas más tarde, Miley estaba desnuda entre los brazos de su marido en la lujosa suite en la que iban a pasar la luna de miel. Ella exhaló un suspiro de placer, satisfecha de que ya hubiera terminado todo el jaleo.
-Todavía no me has dicho por qué no querías esperar a que pasara el día de San Valentín para casarnos.
-Yo no creo en la maldición de los Conti, pero...
-¿Conti? -lo interrumpió Miley, sorprendida-. ¿La maldición de los Conti?
-Los Conti eran los padrinos de mi abuelo, y esperaban que él se casara con su hija, Lucia, pero él se fugó con Angélica. Te lo había con­tado, ¿no te acuerdas?
-Sí, pero no mencionaste el apellido Conti —aseguró ella girándose para mirarlo a la cara.
No se cansaba nunca de mirar a aquel hom­bre, ni de escuchar su voz.
-Y por si eso fuera poco, el hijo de los Conti, Vincent, tenía esperanzas de casarse con Angé­lica.
-Así que los Conti no estaban muy contentos con los Barone -aseguró ella parpadeando.
-Es una manera muy suave de decirlo. Ya te conté que Lucia lanzó una maldición sobre los Barone.
Miley digirió aquella información y no pudo evitar recordar el beso apasionado que se habían dado Steven Conti y María Barone. Dudó si con­társelo a Nicholas, pero no quería causarle una preocupación innecesaria.
-Basta ya de hablar de los Conti -susurró él colocándola sobre su cuerpo desnudo-. Todavía no hemos terminado con la lista.
-Yo tengo uno de los puntos en mente -dijo Miley deleitándose en el placer se sentir su erec­ción sobre su propio cuerpo-. Incluye helado de Baronessa, mi boca y tú...
Nicholas entró en ella, dejándola momentá­neamente sin respiración.
-Mía moglie, il mió cuore -susurró él-. Mi es­posa, mi corazón...
-Yo he estado practicando -musitó Miley deján­dose llevar por la conexión de sus cuerpos-. t'amero per sempre.
Los ojos de Nicholas se encendieron de pa­sión, y ella sintió el cordón de terciopelo invisi­ble de su amor estrechándolos.
-Yo también te amaré siempre -dijo.
Miley se sintió bendecida, porque supo que ella y Nicholas habían encontrado un amor para toda la vida.

FIN
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ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO ESTA NOVE :) FUE UN PLACER COMPARTIRLA CON USTEDES, LAS QUIERO, BESITOS ♥ DEDICADO A SARII, HERMANITA TE QUIERO MUCHOOO !



El Playboy Enamorado: Capitulo 28


-Manténgase echada, señorita Fenton -or­denó el médico-. Quiero que esté lo más quieta posible durante las dos próximas horas.
El corazón de Miley dio un vuelco. Seguía ma­reada por el golpe y sentía un tremendo dolor de cabeza. Se preguntó si no estaría viendo visiones. ¿Se trataba realmente de Nicholas?
-La señorita Fenton se está recuperando de una conmoción, y tenemos que asegurarnos de que el accidente no ha provocado ningún daño interno -dijo el médico-. Es importante que no se mueva. Tal vez la ingresemos por esta no­che.
Miley cerró los ojos. No podía pensar en Nicho­las en aquellos momentos. Le dolía demasiado la cabeza. Le dolía demasiado el corazón. Aunque se hubiera golpeado el cráneo, conservaba la me­moria intacta. Recordaba todas y cada una de las palabras hirientes que él le había espetado la no­che anterior.
-Así está bien. Cierre los ojos y descanse -dijo la enfermera apretándole suavemente el brazo-. Cuando tengamos los resultados de las radiogra­fías se lo haremos saber.
Miley escuchó el sonido de una puerta al abrirse, y luego cerrándose. Pasó un instante an­tes de que volviera a sentir otro contacto en el brazo, pero esta vez supo que no se trataba de la enfermera.
-¿Qué ha ocurrido? -preguntó Nicholas con la voz más dulce que Miley le hubiera escuchado nunca.
-El conductor de un Jeep se saltó el semáforo en rojo -respondió ella tras exhalar un suspiro-. Él no se ha hecho nada. Yo he tenido suerte, pero mi coche está destrozado.
-Estaba preocupado por ti -susurró él en voz baja.
-Me pondré bien -respondió Miley, negándose a leer ninguna segunda intención en sus pala­bras.
-Las cosas van a ser diferentes a partir de ahora entre nosotros -aseguró Nicholas tras una breve pausa.
-Sí, ya me lo has dejado lo suficientemente claro -respondió ella con el estómago encogido.
-No, me temo que no.
-Oh, yo diría que sí -insistió Miley, incapaz se seguir manteniendo los ojos cerrados-. Me di­jiste que me había tomado nuestra relación mu­cho más en serio de lo que debiera. Me dijiste que podía acostarme con Liam, porque a ti no te importaba. Me dijiste...
-He sido un idiota -la interrumpió él lleno de remordimiento-. Lo siento.
-No, tenías razón -aseguró Miley mirándolo un instante antes de apartar la vista-. Me tomé las cosas demasiado en serio. Voy a tratar de dejar atrás lo que pasó entre nosotros. No tengo mu­cha experiencia en hacerme la dura, pero...
-No -la atajó Nicholas rozándole la mejilla con un dedo-. No quiero que cambies. Soy yo el que he mostrado la actitud equivocada. Mírame.
-No puedo -respondió ella cerrando los ojos-. Me duele muchísimo la cabeza.
-Bueno, pues entonces escúchame. Estaba equivocado. No entendía qué me estaba ocu­rriendo. No esperaba que te convirtieras en al­guien tan importante para mí. No esperaba que nadie fuera tan importante para mí. Nunca me había sentido tan a salvo y a la vez tan excitado por una mujer.
Miley sintió que se le formaba en el pecho una burbuja de esperanza, pero seguía sin atreverse a abrir los ojos. ¿Y si estuviera sufriendo una aluci­nación?
-Te amo -dijo Nicholas besándole dulce­mente el dorso de la mano-. Te necesito.
Miley trago saliva para pasar el nudo que se le había formado en la garganta. Aquello no podía ser verdad. No podía estar ocurriendo. Había so­ñado con ello, pero no podía sucederle.
-Creo que será mejor que avises al médico -aseguró ella abriendo los ojos y observando el amor en la mirada de Nicholas-. Me temo que estoy teniendo una alucinación. Acabo de oírte decir que me amas y que me necesitas.
-Y así es -respondió él con emoción-. Y te lo repetiré mañana, pasado y todos los días de tu vida si me dejas.
Tenía que estar soñando.

El médico y la enfermera la tuvieron en obser­vación durante un par de horas más, y luego le dieron el alta tras darle a Nicholas unas cuantas instrucciones. Cuando regresaron a casa, él insis­tió en que se quedara en su cama, pero no le hizo el amor. A la mañana siguiente, cuando Miley se despertó, se sentía cansada pero un poco me­jor. Se incorporó lentamente justo en el mo­mento en que Nicholas entraba en el dormitorio con la bandeja del desayuno.
-Me alegro de que te hayas despertado -dijo besándola en la frente-. ¿Tienes hambre?
-No lo sé todavía -respondió Miley moviéndose con dificultad-. Primero tengo que comprobar que mi cuerpo y mi cerebro funcionan correcta­mente.
-¿Te sigue doliendo la cabeza, o estás marea­da? -se interesó él.
-No -respondió Miley llevándose la mano a la frente.
-Te amo, Miley -dijo Nicholas acariciándole la mejilla.
-¿Estás seguro? -preguntó ella con el corazón encogido.
-Nunca he estado más seguro de nada.
-Pero, ¿por qué? No soy ni modelo ni una mu­jer impresionante. Solo soy yo.
-Ay, Miley -susurró Nicholas sacudiendo la ca­beza y atrayéndola hacia sí-. Ya veo que voy a te­ner que demostrarte que eres la mujer más impre­sionante del mundo. No sé cómo lo consigues, pero haces que me sienta bien siendo sencilla­mente un ser humano que no tiene que ser per­fecto a todas horas. Y al mismo tiempo, cuando es­toy contigo, tengo ganas de ser mejor. Puedo confiar en ti -aseguró inclinándose ligeramente hacia atrás para mirarla-. Nunca pensé que sería capaz de confiar en una mujer como confío en ti. Dejé de sentirme solo en cuanto tú entraste en mi vida.
Las palabras de Nicholas la atravesaron, deján­dola momentáneamente sin habla.
-Creo que no lo estoy haciendo muy bien -dijo él exhalando un suspiro.
-Oh, no, lo estás haciendo estupendamente -le aseguró Miley con los ojos inundados en lágri­mas-. Pero es que me cuesta mucho trabajo creerlo. Quiero hacerlo, pero tengo la impresión de que necesito que me pellizquen, o que haya algún testigo que me diga que no estoy soñando.
-Muy bien -dijo Nicholas pellizcándola suave­mente-. ¿Esta bien así?
-Más o menos -respondió ella mirándolo a través de las lágrimas.
Miley sabía que tenía los ojos inundados de amor hacia él, un amor que había ido creciendo en su interior a pesar de sus esfuerzos por evi­tarlo.
-Muy bien. Y respecto a los testigos, ¿qué te parece cientos de ellos dentro de una semana?
-¿Cómo dices? -preguntó Miley tragando sa­liva.
-En nuestra boda -respondió Nicholas mirán­dola con seriedad.
-Boda... -repitió ella moviendo la cabeza en círculos, completamente anonadada.
-¿Tú me quieres? -dijo él levantándole la bar­billa para obligarla a mirarlo a los ojos.
-Por supuesto que sí -aseguró Miley mientras notaba cómo le temblaban las rodillas.
-Entonces, hazme el hombre más feliz del mundo y cásate conmigo -dijo Nicholas abrazán­dola con fuerza.
En el corazón de Miley solo tenía cabida una respuesta posible.


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BUENO, ANTE ULTIMO CAPITULO, EL QUE SIGUE, ES EL FINAL :D ESPERO QUE LES GUSTE, DEDICADO A TODAS LAS QUE PIDIERON Y A SARII, QUE FUE QUIEN ME PIDIO QUE SUBA ESTA NOVE :) JAJA LAS QUIEROO ♥

El Playboy Enamorado: Capitulo 27


Nicholas murmuró algo incomprensible y se dirigió al estudio con la taza de café en la mano. Se preguntó si Miley estaría con Liam. Pero a la luz del día, sabía que no era así. Había sido de­masiado duro con ella. Le había resultado inso­portable verla en los brazos de su amigo, pero Ni­cholas sabía que los ojos de Miley no mentían. Ella no había mentido cuando se había enfrentado a él en la habitación.
No había mentido cuando le acusó de no con­fiar en ella a pesar de tener todos los motivos para hacerlo. Era increíble lo que una noche de sueño reparador inducido por el whisky podía conseguir sobre su capacidad de razonar. Nicho­las recordó la expresión triste de sus ojos. Ella lo había apartado de sí. Y se lo merecía. ¿Qué de­monios podría hacer ahora al respecto?
El teléfono sonó mientras él dilucidaba la si­tuación dándole otro sorbo a su taza de café.
-Lo llamo del Hospital de la Comunidad de Boston. ¿Podría hablar con Nicholas Barone?
-Soy yo -respondió él asustado.
-Hemos encontrado su nombre entre las per­tenencias de Miley Fenton como una de las perso­nas a las que avisar en caso de emergencia.
Nicholas sintió que se le paraba el corazón. La taza de café se le cayó de entre las manos y gol­peó el suelo.
-¿Miley? ¿Qué le ha ocurrido?
-Ha sufrido un accidente de coche. Está in­consciente, y el médico la está examinando. He­mos tratado de localizar a su hermano, pero nos ha sido imposible.
-Voy para allá -aseguró Nicholas un segundo antes de colgar el teléfono.
Nicholas recorría de arriba abajo el suelo de la sala de espera de Urgencias, lamentándose de que no hubieran trasladado a Miley al Hospital General. Allí tenía contactos, sobre todo su her­mana Rita. Pero aquí solo podía limitarse a espe­rar y a sacarles las respuestas con sacacorchos a las enfermeras.
Sentía en la boca un amargo regusto a miedo y a arrepentimiento. ¿Y si Miley estaba gravemente herida? O peor todavía, ¿y si no salía de aquella? Nicholas se sintió invadido por un sudor frío, y de pronto, el comportamiento que había tenido en las dos últimas semanas cayó sobre él como un jarro de agua fría.
No quería perder a Miley. Ni en un accidente de coche, ni por otro hombre, ni por nada. Ella se había convertido en la persona más impor­tante del mundo para él, y no quería perderla. Ni siquiera quería imaginarse la posibilidad de un futuro sin ella.
Frustrado por no poder estar a su lado, Nicho­las se acercó de nuevo al mostrador de las enfer­meras. Quería asegurarse de que Miley estuviera recibiendo el mejor trato posible.
-Creo que la señorita Fenton responderá mejor al tratamiento si tiene a alguien conocido a su lado.
-Ha recuperado el conocimiento -respondió la enfermera levantando la vista para mirarlo-. Está en la sala de observación número tres. Pre­guntaré si puede usted pasar a verla, señor.
Nicholas pasó por delante de la indignada en­fermera. Que llamara a Seguridad si quería. Ya había esperado demasiado. Giró a la derecha, ca­minó por el pasillo y entró en la sala de observa­ción número tres. Una enfermera y un médico examinaban a Miley, que estaba tendida sobre una camilla.
-¿Nicholas? -preguntó Miley incorporándose levemente al oírlo entrar.


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MAÑANA NO SE PIERDAN EL FINAL DE ESTA NOVE ;) ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO :) BESITOS♥

El Playboy Enamorado: Capitulo 26


Al final de la semana, Nicholas estaba prácti­camente exhausto. Era viernes, y aunque sabía que Miley estaría en casa, no se vio con la energía suficiente como para quedarse más tiempo en la oficina.
Mientras metía la llave en la puerta de en­trada, vio que había una luz prendida en el estu­dio y que estaba encendida la televisión. Nicho­las sintió que se le formaba un nudo en el estómago. Miley estaría allí, probablemente espe­rándolo. No tenía fuerzas para resistirse ni para enfrentarse a ella, así que abrió la puerta, espe­rando oír su voz llamándolo por su nombre.
En vez de aquello, escuchó el sonido de una voz masculina saliendo del estudio. Nicholas se asomó con curiosidad y vio a Liam, el amigo de Miley, jugueteando con su cabello. Luego lo es­cuchó murmurar algo, inclinar la cabeza, y atraerla hacia sí para estrecharla entre sus bra­zos.
Nicholas sintió que algo en su interior se con­gelaba. Se quedó allí parado, observando a Miley en brazos de Liam durante cinco segundos completos. Sintió que lo asaltaba el mismo senti­miento de traición que había experimentado con Delta.
Miley se inclinó hacia atrás y su rostro se hizo vi­sible para Nicholas. Sus miradas se cruzaron du­rante una fracción de segundo. Ella abrió la boca como si fuera a decir algo, pero Nicholas no se quedó allí para escucharlo. Se dio la vuelta y se dirigió a las escaleras. Cerró tras él la puerta de su dormitorio, sintiéndose invadido por una fu­ria helada. Cayó entonces en la cuenta de que to­davía tenía el abrigo puesto. Se lo quitó y se aflojó la corbata. Luego se desabrochó la camisa con tanta fuerza que se saltaron dos botones. No de­bería importarle un comino a quién abrazaba o quién la abrazaba a ella. Debería darle igual. Aquel había sido el objetivo de toda la semana, conseguir que no le importara.
Llamaron a la puerta con los nudillos, pero Nicholas no respondió. Tenía el pulso acelerado. Terminó de quitarse la camisa y se dirigió al minibar para servirse un vaso de whisky escocés. ¿Cuándo aprendería que no se podía confiar en las mujeres?
Volvieron a llamar a la puerta, pero él actuó como si no lo hubiera escuchado. Se bebió el whisky de un trago y sintió cómo el líquido se deslizaba por su garganta, quemándola.
-Tenemos que hablar -dijo Miley abriendo la puerta con los ojos brillantes.
 -No -respondió él-. Márchate. Ella negó con la cabeza y cerró la puerta tras de sí.
-Desde que te dije que te amaba, te has com­portado como un imbécil.
-Pensé que te habías tomado lo nuestro más en serio de lo que era. Pero acabo de comprobar que estaba equivocado.
-Lo que has visto es a Liam consolán­dome. Sí, estaba llorando.
-No tienes que darme ninguna explicación-aseguró él sirviéndose otra copa-. La nuestra no era una relación de exclusividad. Puedes ha­cer con Liam lo que te dé la gana.
-¿A ti te daría igual que nos convirtiéramos en amantes? -preguntó Miley palideciendo.
-Puedes hacer lo que te parezca. No es asunto mío.
-No puedo creer que me estés diciendo esto -aseguró ella con los ojos anegados en lágrimas-. Yo no quiero a Liam, te quiero a ti.
La imagen de Miley en brazos de Liam se repetía una y otra vez en su cabeza. Nicholas es­taba impresionado y horrorizado al mismo tiempo por la profundidad de su dolor.
-No tiene importancia. Si quieres estar con­migo, podemos pasar un buen rato. Como siem­pre.
Miley tragó saliva al escuchar aquellos comenta­rios tan hirientes. Nicholas sabía que ella tenía mucho aguante, pero que no soportaría que él menospreciara lo que habían compartido. Fue testigo del momento en que Miley comenzó a ale­jarse emocionalmente de él. Fue como si de pronto se hubiera construido una coraza. Ella apartó la vista y se abrazó a sí misma.
-Tengo que pensar en lo que voy a hacer -dijo finalmente en voz baja.
-¿A qué te refieres? -preguntó Nicholas, des­concertado por su súbita falta de emoción.
-Me refiero a que tengo que pensar si lo me­jor para mí no sería marcharme.
La idea de que Miley despareciera lo golpeó como un mazazo.
-No puedes irte -aseguró Nícholas-. Tenemos un contrato.
-Con un periodo de prueba de treinta días -aseguró ella mirándolo a los ojos-. Han pasado muchas cosas, pero aún no se ha cumplido ese plazo.
-No puedes utilizar eso en contra mía -dijo él.
-¿Utilizar el qué? -respondió Miley-. ¿Cómo crees que podría usar nada en tu contra? Estoy empezando a pensar que eres un completo misó­gino. O tal vez seas masoquista. Te niegas a creer que una mujer pueda amarte y esté dispuesta a hacer lo que sea por ti. Te niegas a confiar en ella cuando te ha dado todos los motivos del mundo para hacerlo.
Miley tenía los ojos brillantes de rabia, y los ce­rró en un intento de tranquilizarse.
-Tengo que pensar en qué será lo mejor -ase­guró levantando una mano-. Tal vez tú no me necesites, pero Molly sí. Al menos por ahora.
Y dicho aquello, Miley se dio la vuelta y salió del dormitorio, dejando a Nicholas a solas para que se enfrentara a duras cuestiones sobre sí mismo.
Nicholas se bebió el whisky suficiente como para dejar de lado aquellas cuestiones y sus pun­zadas de remordimiento. A la mañana siguiente, tenía una buena resaca. Después de darse una larga ducha, se dirigió a la cocina con el corazón latiéndole a toda prisa.
-Buenos días -dijo saludando a la doncella con una inclinación de cabeza-. ¿Dónde está Molly?
-Buenos días, señor Barone -respondió ella mientras le servía una taza de café-. La niña está con su madre.  Miley dijo que necesitaba tomarse el día libre y lo arregló para que la niña estuviera con su abuela.

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OKOK LES VOY A DEJAR UNO MAS :D 

El Playboy Enamorado: Capitulo 25


Miley contuvo la respiración cuando escuchó a Nicholas subir las escaleras la noche siguiente. Se había quedado hasta tarde en el trabajo, y cuando escuchó sus pasos cerca de su puerta, Miley deseó con toda su alma que llamara con los nudillos. Esperó, pero no hubo llamada. Escu­chó cómo Nicholas entraba en la habitación de Molly, pero en la suya no entró.
Aquel silencio la atravesaba como un cuchillo. Nicholas Barone quería sonrisas cálidas, noches de pasión y sentirse aceptado, pero no quería su amor. Miley cerró los ojos llena de dolor.
«No puedo creerlo», pensó mientras se levan­taba de la cama. Estaba segura de que no había sido solo sexo. Nicholas podía conseguirlo con cualquier mujer. Tal vez él no se diera cuenta, pero la razón por la que la deseaba era porque ella lo amaba. Seguramente, aquella certeza lo hiciera sentirse incómodo, pero lo que Nicholas Barone quería y necesitaba era el amor de una buena mujer. Y esa mujer era ella.
Miley comenzó a recorrer la habitación de arriba abajo. Le dio vueltas a la idea de irrumpir en el dormitorio de Nicholas, encender las luces y gritarle que lo amaba y que no se avergonzaba de ello. Se acabó el tener que morderse el labio para evitar que se le escapara en la oscuridad, y se acabó el temor a que él pudiera leerlo en sus ojos. Las cartas ya estaban boca arriba, y, por una parte, Miley se sentía aliviada.
Y por otra, aterrorizada.
Nicholas no le había pedido en voz alta la no­che anterior que se marchara de su dormitorio, pero se notaba que quería estar solo. Y después de la intimidad que acababan de compartir, aquello le resultó doloroso a  Miley. Aun así, enten­día que Nicholas necesitaba tiempo para digerir lo que sus cuerpos se habían demostrado sin pa­labras, y eso no podía conseguirse en cuestión de segundos. Miley lo entendía.
Si le dejaba algo de tiempo para pensar, tal vez Nicholas recapacitara. Era la única opción que le quedaba. Había quedado claro que ella lo amaba, y él quería ese amor. Y aunque Nicholas no estuviera enamorado de ella en aquel ins­tante, tal vez con el tiempo... El lazo que los unía era demasiado poderoso. Nicholas volvería a ella.
Al menos, así lo esperaba.


-¿No me has oído, Nicholas? -le preguntó su hermana Gina con el ceño fruncido-. ¿Qué te ocurre? Es la tercera vez que te repito lo mismo.
Nicholas sacudió la cabeza y se pasó la mano por el pelo. Se puso en pie, incapaz de permane­cer sentado ni un segundo más.
-No me pasa nada. Simplemente, no dormí muy bien anoche.
-¿Saliste otra vez con Corinne? -preguntó Gina levantando una ceja.
-No. Un hombre puede tener muchas cosas en la cabeza que no tengan que ver con las mujeres.
-¿Hay alguna cuestión de trabajo que yo debe­ría saber? —insistió ella frunciendo el ceño.
Nicholas exhaló un suspiro. Su hermana era tremendamente intuitiva y persistente. Necesi­taba ambas cualidades para triunfar en la em­presa familiar. Nicholas sabía que muchas veces tanto él como su padre la habían subestimando en ese terreno.
-La empresa marcha estupendamente. Tú de­berías saberlo mejor que nadie.
-Entonces, si tampoco es por Molly, tiene que tratarse de una mujer —aseguró Gina sentándose en el escritorio de su hermano. -Tal vez no sea asunto tuyo. -Tal vez pueda ayudarte -respondió ella sin inmutarse-. Has salido con tantas mujeres desde Delta que no tengo dedos para contarlas, pero no te había visto feliz hasta hace unas cuan­tas semanas. Si has encontrado a alguien que valga la pena, no la dejes escapar.
Y dicho aquello, Gina dejó sobre la mesa el in­forme que había ido a llevar y salió del despacho. Nicholas se metió las manos en los bolsillos y miró por la ventana hacia la Avenida Huntington. Si su hermana pequeña era capaz de darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, entonces había ido bastante más lejos de lo que esperaba. Había permitido que Miley se acercara demasiado, y ahora lo estaba pagando. Se había pro­metido a sí mismo que nunca volvería a impli­carse tanto con una mujer como para perder su capacidad de concentración.
Miley no era la primera mujer que le confesaba su amor en un momento de pasión. Pero sí era la primera mujer que creía que de verdad lo amaba. Las demás querían algo, pero Miley no se consideraba a sí misma lo suficientemente atrac­tiva como para considerar la idea de casarse con él. No, ella buscaba algo mucho más peligroso que una boda o su dinero. Miley quería ser su amiga y su amante. Era capaz de ofrecerle su co­razón en una bandeja, pero quería el suyo a cam­bio.
Y el solo hecho de pensarlo lo aterrorizaba.


Durante las dos siguientes noches, Nicholas se quedó a trabajar hasta tarde, y, después de entrar a ver a Molly, pasaba por delante de la puerta de Miley. El hecho de saber que la tenía tan cerca le provocaba un deseo de estar con ella que le apri­sionaba el pecho. Turbado, Nicholas se mar­chaba a su habitación y trataba de dormir, pero las imágenes de Miley aparecían una y otra vez, y su risa lo envolvía durante su duermevela como una caricia.
La tercera noche, Nicholas siguió el mismo procedimiento. Cerró con cuidado la puerta de Molly y, aspirando el aire, captó una suave esen­cia que le resultó familiar. Se dio la vuelta y vio a Miley enfrente de él. El corazón le dio un brinco.
-¿Cómo estás? -preguntó ella dulcemente.
Sus ojos reflejaban un cúmulo de emociones que lo atraían y lo alejaban al mismo tiempo. Lo natural, lo más fácil para él, hubiera sido abra­zarla, pero no lo hizo.
-Bien -respondió Nicholas-. Muy ocupado.
-Te he echado de menos -susurró Miley acer­cándose a él-. Pareces cansado. ¿Quieres que te sirva una copa de vino? —preguntó alzando la mano para acariciarle la barbilla.
La presencia de Miley suavizó miles de durezas que tenía en su interior. Nicholas se dijo a sí mismo que ella no debería tener semejante po­der sobre él.
-No. Sólo necesito dormir.
Nicholas trató de apartar los ojos de su mi­rada, pero no fue capaz. Cuando ella se puso de puntillas y lo besó en los labios, no pudo retroce­der.
-¿Has estado reflexionando y has decidido que ya no quieres estar conmigo?
Nicholas tenía tantas ganas de besarla que le dolía el cuerpo. Se moría por tomarla en brazos y llevarla a su habitación. Se moría por perderse dentro de ella.
-No hagas que entre nosotros parezca que hay más de lo que hay -dijo Nicholas, tanto para ella como para él mismo.
La escuchó entonces quedarse un instante sin respiración y se dio cuenta por la expresión de sus ojos de que le había hecho daño. Se dijo a sí mismo que era un dolor necesario, pero no po­día evitar sentirse como si alguien le hubiera clavado un cuchillo en el costado. Ella se había acercado demasiado.




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viernes, 27 de abril de 2012

El Playboy Enamorado: Capitulo 24


La noche siguiente, cuando Molly estaba ya acostada, Miley y Nicholas compartieron una cena a la luz de la chimenea en el cuarto de Nicholas. Ella se había puesto una camisa de color albaricoque con falda a juego, y se había peinado y ma­quillado como si se tratara de una cita. Estaba empezando a aprender que uno de los secretos para sentirse una diosa era disfrazarse de una de ellas.
-Estar contigo se está convirtiendo en una adicción para mí -aseguró Nicholas levantando la mano para acariciarle la mejillas.
Miley se inclinó hacia él para besarlo en los la­bios, y luego introdujo la lengua en su boca, con el secreto deseo de ser una adicción de la que él nunca pudiera librarse. Entonces le desabrochó la camisa y le deslizó las manos sobre el pecho.
Nicholas dejó resbalar un dedo perezoso por el cuello de  Miley, que luego siguió descendiendo por dentro de la camisa hasta su pezón erecto. Ella dejó escapar un pequeño suspiro.
-Maldita sea -murmuró él-. Ya estoy otra vez duro. ¿Tienes idea de lo sensual que me resulta saber que me basta con rozarte para que seas mía? Apuesto a que ya estás mojada -aseguró deslizando la mano entre sus piernas para com­probarlo.
Mientras la acariciaba, Nicholas comenzó a su­surrar en italiano, y aquellas palabras le resulta­ron a Miley el más sensual de los sonidos.
-¿Qué has dicho? -preguntó mientras le desa­brochaba con urgencia de amante los pantalo­nes.
-Ángel, hechicera... -murmuró Nicholas mi­rándola con pasión-. Eres las dos cosas.
Sin dejar de besarla en la boca, le quitó con maestría la ropa antes de colocarla firmemente sobre su erección. Con aquella mirada de tercio­pelo clavada sobre la suya, que resultaba más efi­caz que una celda con barrotes, Nicholas entró en ella.
-Móntame -ordenó él con un tono ronco que viajó a través de la sangre de Miley como un explo­sivo.
Él la guió por su interior, con el cuerpo recto mientras Miley lo tomaba. Se sintió invadida por una inmensa sensación de poderío femenino. Nada deseaba más en el mundo que sentirlo lo más cerca posible de sí. El ritmo de aquella sen­sual invasión hizo que se le acelerara el pulso en todos sus rincones ocultos. A cada embestida, Ni­cholas acertaba allí donde ella era más sensible.
Miley sintió que se le nublaba la visión, y se colgó de los hombros de su amante. Su propio climax la inundó, envolviéndola como un hura­cán. Ella gritó su nombre, y lo sintió dar una úl­tima embestida dentro de ella, con su cuerpo po­deroso inclinándose sobre el suyo. Temblando de placer, Miley se sintió de pronto exhausta y dejó caer la cabeza sobre su pecho.
Estaba tratando de recuperar el aliento, de re­cuperar la cordura, pero solo aparecía Nicholas en su cabeza.
-Te amo -susurró, con las palabras saliendo por su propio pie de su boca-. Te amo.

Sus sentimientos habían dejado de ser un se­creto.
El corazón seguía latiéndole tan deprisa que no estaba muy segura de haber pronunciado las palabras en voz alta. Nicholas permanecía total­mente quieto. Seguía estrechándola entre sus brazos, pero Miley percibió algo diferente en su cuerpo.
Se le hizo un nudo en el estómago. ¿Le habría dicho en voz alta que lo amaba?
Miley lo miró a los ojos y obtuvo inmediata­mente la respuesta. El la abrazaba, pero tenía la mirada más lejana que nunca. Aquello parecía imposible. Hacía solo unos instantes habían es­tado totalmente unidos.
Ella lo agarró por la barbilla, y Nicholas no se movió, pero apartó la vista. Miley supo entonces que había cometido un terrible error.



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SE VIENE LA MEJOR PARTE :D  

El Playboy Enamorado: Capitulo 23


Nicholas se dirigió a su dormitorio y se desató el nudo de al corbata. Un misterio menos. Si Miley iba vestida de deporte, probablemente signifi­caba que había ido al gimnasio. Nicholas se pre­guntó si habría llamado a alguno de sus amigos para que se encontraran con ella allí. A lo mejor había quedado con Liam. La idea le provocó una punzada en el estómago.
Miley llevaba un par de días muy callada. Él se había dado cuenta, pero cuando había intentado sacarle la razón, ella se las había ingeniado para desviar su atención con alguna sugerencia erótica.
Nicholas se cambió a toda prisa de ropa y salió hacia el gimnasio, que estaba un par de manza­nas más abajo. Miró en las canchas de tenis y es­cudriñó los rostros de los jugadores de voleibol que estaban terminando un partido. Luego miró en todas las salas, y finalmente divisó una figura solitaria metiendo canastas en la pista de balon­cesto.
Su pelo rojo, recogido en una coleta, se balan­ceaba mientras ella corría y saltaba, recogiendo los rebotes. Hubo un momento en que la pelota salió de la pista y Nicholas se levantó impulsiva­mente a recogerla. Miley se dio la vuelta, con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa.
-Tu rostro se sonroja igual cuando hacemos el amor -dijo él mirándola fijamente mientras le devolvía la pelota-. ¿Por qué te has marchado sin decirme nada?
-Estabas muy ocupado con Corinne -respon­dió Miley desviando la mirada.
-Lo menos que podías haber hecho era resca­tarme.
-He visto a Corinne. No se me ocurrió pensar que estuvieras sufriendo -respondió ella con aci­dez.
-No se ríe como tú.
-¿Y qué importancia tiene eso? -se interesó Miley volviendo a mirarlo a los ojos.
-Mucha. ¿Sabes que hacerte reír es para mí casi tan apasionante como hacerte llegar al climax?
Miley parpadeó, incapaz de decir nada durante un instante. Luego tragó saliva.
-Yo nunca seré como ella, por mucho que me empeñara.
-Y no quiero que lo seas -aseguró Nicholas frunciendo el ceño.
-Me parece que no lo entiendes. Yo nunca seré así de hermosa, así de pulcra y sofisticada.
-La que no lo entiendes eres tú. Corinne nunca será como tú, aunque lo intente.
-No creo que a Corinne le interese nada de lo que yo tengo -aseguró Miley con una mueca.
-¿Y qué me dices de mí? -preguntó Nicholas.
-Yo no te tengo -aseguró ella mirándolo fija­mente.
-Me tienes deseando estar contigo esta noche -respondió él acercándose un poco más.
Nicholas observó el cúmulo de emociones que se reflejaron en los ojos de Miley antes de que ella los cerrara con fuerza.
-¿Por qué te has marchado? -le preguntó en­tonces estrechándola entre sus brazos.
-Para que no oyeras mis lamentos —susurró ella bajando la vista.
-No puedo creer que Corinne te inspire algo así -respondió Nicholas con una mueca-. Es to­talmente inofensiva.
-Me dijo que tiene planeado reavivar su relación, y que probablemente yo la viera más a menudo -dijo Miley torciendo la boca.
-Está soñando -aseguró él negando con la ca­beza, sorprendido ante los planes de Corinne-. No tengo ningún...
Nicholas se detuvo. Se estaba impacien­tando. El tiempo que compartía con Miley se ha­bía convertido para él en una isla alejada de la locura. Y no consentiría ninguna intrusión en ella.
-¿Por qué estamos hablando de Corinne, cuando deberíamos regresar juntos a casa?
-¿No te motiva la cancha de baloncesto? -pre­guntó Miley con un brillo insinuante en la mirada.
-El sitio es lo de menos. Pero creo que estare­mos más cómodos en mi cama.
-¿Tu cama? -preguntó ella abriendo mucho los ojos-. Siempre vienes tú a mi habitación...
-¿Te supone algún problema venir a mi cuarto? -insistió Nicholas dejándose llevar por un primitivo instinto de posesión.
-Déjame recoger mi sudadera -respondió ella con los ojos brillantes por la emoción.

Horas más tarde, después de que Nicholas le hubiera hecho el amor una y otra vez, Miley per­manecía tumbada en su cama, deleitándose en cada sensación, desde el contacto sedoso de las sábanas de algodón egipcio hasta el placer de no­tar su cuerpo apretado junto al suyo.
La mente de Miley discurría muy deprisa, y se permitió a sí misma vagar por los pensamientos que normalmente mantenía bien ocultos en su interior. ¿Qué ocurriría si se acostara cada no­che a su lado? ¿Qué ocurriría si Nicholas fuera su  compañero? ¿Qué ocurriría si fuera su ma­rido?
 El corazón de Miley dio un vuelco ante aquella ocurrencia, y clavó la vista en su rostro dormido, temiendo que aquel pensamiento prohibido tu­viera la fuerza de despertarlo. ¿Qué ocurriría si ella tuviera derecho a saludarlo con un beso to­das las mañanas, hacer el amor con él cada no­che y acariciarle la frente cuando estuviera preo­cupado por los negocios de los Barone? ¿Qué ocurriría si ella fuera en verdad la mujer de su vida, y él su hombre?
Las imágenes que se le cruzaron por la cabeza eran tan dulces que Miley sintió ganas de llorar. ¿Sería aquello lo que había estado buscando toda su vida, pero que nunca se había atrevido casi ni a desear?
Miley cerró los ojos. Necesitaba tranquilizarse.
A Nicholas no le gustaría en absoluto la direc­ción que estaban tomando sus pensamientos.
Exhaló un profundo suspiro y supo lo que te­nía que hacer. Él siempre se marchaba en medio de la noche. Y aunque cada fibra de su cuerpo se rebelara contra ello, Miley sabía que ella tenía que actuar del mismo modo.
Abrió los ojos y depositó sobre la frente de Ni­cholas el más delicado de los besos. Luego se mordió el labio inferior, y, con sumo cuidado, se deslizó fuera de la cama de Nicholas y se marchó a su dormitorio.


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Ola de Calor: Capitulo 35


Camelias.
Para una mujer que no podía tener relaciones íntimas.
Iba a comprarle a ese hombre una camisa de fuerza. En cuanto dejara de sentirse tan triste.
Selena dijo con naturalidad:
—Se llamaba Taylor.
—¿Quién?
—El hombre de quien me enamoré. ¿Alguna vez te he hablado de él?
Miley volvió rápidamente la cabeza. Selena sabía muy bien que jamás había mencionado su pasado.
—Era alto y atractivo. Era más bien esbelto, tenía algo de Paul Newman en los ojos. Tú sabes que estoy un poco acomplejada por mi peso, ¿verdad?
 Miley asintió, y se compadeció de su amiga. Lo sabía.
—Sin embargo, a Taylor le gustaban las rollizas. También le gustaban las zarzamoras, los caramelos de menta y los libros. Tenía demasiado dinero. Tendía a preocuparse, todo el tiempo estaba tenso, no sabía relajarse. Yo lo calmaba, según decía. El no me calmaba a mí. Cuando estaba con él, me sentía muy inquieta y agitada Selena sonrió—. Lo dejé.
—Oh, querida... ¿por qué?
—Yo no podía tener hijos y él deseaba tenerlos. El conocía mi problema y me dijo que no importaba, que podíamos adoptarlos, pero yo temía que él llegara a odiarme por ser estéril. De modo que decidí facilitarle las cosas y me fui —Selena metió un dedo en la mezcla, probó el merengue y quedó satisfecha con el resultado—. Eso pasó hace ya siete años. Creí haber hecho lo mejor para Taylor.
No le parecía así a Miley. Selena se movió con rapidez y decisión hacia la mesa con su tazón de merengue, pero en sus ojos había una gran tristeza.
—¿Sabes lo que ha sido de él? —preguntó Miley con suavidad.
—Sí. Se casó, tiene un heredero y su mujer va a darle otro hijo pronto —Selena guardó el merengue en uno de los estantes y añadió en tono despreocupado—: A veces me pregunto si no cometí la mayor equivocación de mi vida al no aceptar la proposición de matrimonio de Taylor ni su idea de adoptar niños. No debí tomar decisiones que a él le correspondían... no lo hagas, Miley.
—¿El qué?
—Suponer que puedes tomar decisiones que le corresponden al hombre que quieres. ¿Tienes un problema? No me sorprende. Hace mucho tiempo que sospechaba algo así. La mayoría de nosotros tenemos problemas, sólo somos humanos al fin y al cabo. No decidas que él no puede aceptarlo o solucionarlo. Taylor se casó con otra. Yo nunca me casaré. Siempre me acuerdo de él cuando miro a otro hombre; está siempre presente y siempre lo estará... y tú irás con Nick a Nueva Orleáns.                          
—Selena...
—A veces una sólo tiene una oportunidad para ser feliz. Yo desperdicié la mía. Maldición, Miley. Nick te mira igual que Rhett Butler a Scarlett OHara en Lo que el Viento se Llevó y si te pidiera que pasaras la noche en una pocilga, deberías complacerlo. ¿Qué más puedo decir? ¡Irás a Nueva Orleáns con él y punto!
Miley vio las lágrimas asomar a los ojos de su amiga y avanzó hacia ella con los brazos abiertos. Selena se merecía que la abrazaran... por Taylor, por compartir con ella secretos tan personales, por ser una amiga irremplazable.
Pero Selena no entendía lo que pasaba en realidad. Tampoco sabía por qué le había pedido que pasaran el fin de semana en Nueva Orleáns... y sí, iría con él.
Nick esperaba que ocurriera un milagro en Nueva Orleáns.
Miley consideraba ese viaje como la única manera posible de cortar de una vez por todas su relación. Irrevocablemente. Tenía que resultar. Hacía mucho tiempo que no creía en milagros. Y ni siquiera un milagro serviría para que ella dejara de quererlo.
Pero por primera vez en su vida Miley necesitaba ayuda para ser fuerte. Y esperaba encontrar esa ayuda en Nueva Orleáns.

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Ola de Calor: Capitulo 34


Los miércoles por la tarde se cocinaba en la tienda. La tradición se había hecho posible porque el edificio tenía un restaurante. Las instalaciones de cocina eran antiguas pero funcionaban bien. Los clientes adoraban los bocadillos Victorianos y la cocina era una de las aficiones favoritas de Selena... pero no de Miley. Selena no podía recordar un solo miércoles en el que Miley hubiera hecho algo más que probar los bollos.
Cuando Miley desenchufó de nuevo la batidora, Selena inquirió:
—¿Entonces irás este fin de semana con Nick a Nueva Orleáns?
Miley soltó la cuchara.
—¿Ya no es sagrada la vida privada de nadie en este lugar? ¿Cómo te enteraste de que me invitó?
—Sus hijas no son muy discretas que digamos, ¿sabes? —explicó Selena—. Al parecer tiene un tío llamado Bill, que cuidaría de las chicas, pero no sé qué vas a hacer tú con la tienda si te vas. Tendrás que dejarme a mí a cargo.
—No tengo por qué preocuparme porque no iré. Eso ya lo sabe Nick —Miley siguió preparando la masa de la tarta y luego la metió en el horno. Tardaría media hora en hacerse. Si estaba treinta minutos sin nada que hacer, se volvería loca.
—Creo que él piensa que sí irás.
—Eso es sólo porque no me escucha —Miley podría preparar el merengue en esa media hora. Eso le daría algo que hacer para calmar su nerviosismo—. Nick no me escucha. Es incapaz de entender la palabra no. Es taimado y no tiene escrúpulos. Además, es un mentiroso.
—¿De verdad? —preguntó Selena con fingido azoro—. Una diría al verlo que es la honradez personificada.
—Basta de bromas, Selena. Hablo en serio —Miley comenzó a buscar en el armario de la cocina los ingredientes para hacer el merengue—. Me llamó el jueves por la mañana, consternado porque había sorprendido a Noel besándose con un chico. Sólo quería comer conmigo y charlar, o al menos eso dijo —se volvió para mirar a Selena, llena de indignación—. ¿Qué podía hacer? ¿Ignorarlo? Estaba preocupado. No, podía dejarle...
—Por supuesto que no.
—Todo era una estrategia. Había alquilado una carroza tirada por caballos para dar un paseo alrededor de la bahía, decidió que comeríamos en la hierba cerca del agua y, para colmo, me llevó rosas.
—E1 muy perverso —murmuró Selena con ironía.
—Me mintió, Selena. No me invitó para hablar sobre su hija.
—Ni hablar, hay que lincharlo —concluyó su amiga.
—Puedes tomarlo a broma, pero no conoces toda la verdad —dijo Miley irritada. Comenzó a preparar el merengue—. Angie me llamó el sábado pasado por la noche. Había preparado su primera cena ella sola y estaba tan orgullosa que quería compartirla conmigo. Yo no podía herir sus sentimientos.
—Por supuesto que no.
—De modo que fui a su casa, esperando que fuéramos cuatro a la mesa. El menú fue pollo al vino, champaña y brócoli. La mesa estaba adornada con velas y los cubiertos eran de plata. Las chicas comenzaron a reírse como dos bobas en cuanto llegué.
—¿Y te dejaron sola con Nick?                                     
—El estaba al tanto —Miley agitó una cuchara delante de su amiga—. Dejó que sus hijas idearan ese plan. Sabe muy bien que las chicas se están encariñando mucho conmigo y se pasa la vida diciendo que tengo una influencia positiva en ellas y cuánto me necesitan. Está incitando deliberadamente a sus hijas a creer que puedo formar parte de sus vidas.
—Ese tipo es un villano. Un hombre que utiliza a sus propias hijas…
Miley ya no oía las bromas de Selena. Su tono se volvió nostálgico, sus ojos se perdieron en la distancia.
—Y nunca, nunca le perdonaré lo de las camelias.
—¿Camelias?
—¿Recuerdas lo ocupadas que estuvimos el lunes? No llegué a casa hasta tarde. Estaba tan cansada que apenas podía andar. Lo único que deseaba era meterme en una bañera llena de agua caliente y perfumada, de modo que subí por la escalera y... allí estaban. Un enorme ramo de camelias blancas, delicadas, preciosas — miró a Selena con desesperación—. Adoro las camelias.
Selena asintió.
—Ese hombre es un auténtico rufián. No podía haber hecho nada más ruin que mandarte camelias.
—No puedo ir con él a Nueva Orleáns. Le dije que no iría a Nueva Orleáns, que no quiero tener con él una relación, que no quiero nada. Le dije que no y no hay vuelta de hoja, Selena. Simplemente tengo que alejarme de él.
Selena se dio cuenta de la espantosa mezcla que su amiga estaba haciendo en lugar de merengue y se apresuró a quitarle la cuchara y el tazón.
—Deja que sea yo quien haga el merengue, querida.
—No. Puedo hacerlo yo. Sé perfectamente bien lo que tengo que hacer... —las palabras se le atragantaron en la garganta.
Miley siempre había sabido lo que tenía que hacer y siempre lo había hecho bien. Hasta hacía poco. Ya no se podía concentrar en su trabajo, en su vida, en nada. Nada tenía sentido ya.
El simple, práctico, natural Nick había iniciado ese absurdo cortejo romántico cuando sabía que ella tenía un problema.

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Ola de Calor: Capitulo 33


No era el uso de las palabras apropiadas lo que la abochornaba. Miley podía hablar de anatomía, pero había ciertas cosas que no podía comentar con un hombre. ¿Cómo podía hablar de lo que la excitaba, en qué partes del cuerpo era más sensible, qué le sucedía físicamente cuando tenía una relación íntima?
Nick sostenía que ningún tema era tabú entre amantes. Un cierto rubor estaba bien. Respuestas evasivas, no. Por desgracia él esperaba que su alumna supiera más sobre su cuerpo de lo que ella sabía en realidad. Por Dios, una mujer tenía cosas más importantes que hacer que analizar sus funciones corporales; ¿cómo podía saber ella si el tiempo o la música o ciertos perfumes influían en su respuesta sexual?
Era la conversación más incómoda y extraña que había tenido en su vida.
Eso pensó al principio. Pero luego comprendió con exactitud la razón por la que no pudo dejar de enamorarse de él. Lo que con nadie hubiera podido compartir, con Nick resultaba perfectamente natural. La parte vulnerable de su alma que con tanto cuidado había resguardado estaba a salvo con él.                                
Nick Larson era un hombre tierno, comprensivo, respetuoso, inteligente. Cuando él hizo una pausa, Miley levantó los ojos y lo miró; su pelo oscuro estaba ensortijado. Todavía estaba desnudo y su semblante tenía una expresión grave.
Ella alargó una mano para acariciarle la frente.
—¿Ha terminado ya el interrogatorio?
—No.
Pero Miley supo que por fin él ya no tenía más preguntas que hacer. Por eso parecía tan pensativo. Nick había pensado que sus preguntas le darían claves para resolver el problema.
—Tengo que decirte algo que no hemos comentado —dijo Miley con suavidad—. Algo... terriblemente personal, muy íntimo.
Captó la atención de su interlocutor, de lo cual se aprovechó.
—Eres el amante más exquisito que he podido jamás imaginar —dijo en tono sensual e íntimo—. No debes temer que me hayas fallado como amante, porque no es así. Parece que conoces más de la anatomía femenina que yo. No hay nada que hayas hecho que haya provocado mi reacción anormal.
Le puso un dedo en los labios cuando él intentó hablar.
—Cada vez que me tocas, me excitas. Me encanta lo que me haces, todo. El problema es mío y sólo mío y también la solución. Tengo que dejar de verte.
—Tonterías.
Pero ella cerró los ojos y suspiró profundamente.
—Es necesario.

La hirsuta cabeza blanca de Ed asomó por la puerta.
—Rithwald está al teléfono. Quiere saber cuando terminarás el presupuesto sobre la restauración Bickford.
—En mil novecientos noventa y nueve.
—Ah —Ed se aclaró la garganta—. Creo que contaba con que lo tendrías dentro de una semana.
—Dile lo que quieras —Ed desapareció.
Miley siguió leyendo la receta del Pastel Princesa que intentaba hacer. Echó un huevo, tres yemas y tres cuartas partes de una taza de azúcar en la batidora.Selena tarareaba una melodía muy triste. La batidora dio vueltas ruidosamente tres minutos. Cuando Miley la desenchufó, Selena seguía tarareando.
—¿Quieres dejar eso?
—¿Dejar qué?
—¡Dejar de canturrear esa estúpida canción!
—Pensé que iba de acuerdo con tu estado de ánimo —dijo Selena con voz mansa. Miró la masa que  Miley estaba batiendo—. Se supone que debes batirla simplemente, querida. No golpearla así... ¿crees que es la ola de calor lo que está afectando a tu humor últimamente?
—Si estás insinuando que es difícil trabajar conmigo...
—Creo que el calor te está afectando.
Miley levantó la cabeza y miró a su amiga.
—Lo siento —se disculpó con sinceridad—. Lo siento de verdad.
—Olvídalo. Tú has aguantado mis depresiones los últimos cinco años; ya era hora de que te devolviera el favor.
—No estoy deprimida.                                         
—No, por supuesto; no lo estás.
Exasperada, Miley volvió a enchufar la batidora para batir las claras de los huevos. Ed asomó de nuevo la cabeza por la puerta, miró a Miley con cautela y desapareció otra vez. La chica que atendía la tienda entró en la cocina y, cuando Selena movió la cabeza, salió de inmediato.

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Ola de Calor: Capitulo 32


Miley movió la cabeza, pero él no apartó la mano.
—Liam no era un idiota y las cosas no fueron así. Fui yo. Es culpa mía. Sé que debí ser sincera contigo desde el principio.
—Lo eres, cada vez que te toco, cada vez que respondes a mis caricias. Nunca he conocido a una mujer más sincera que tú, así que sigamos hablando del asunto —colocó una almohada detrás de sus cabezas—. Ya me has hablado de tu prometido, ¿quién más hubo antes? ¿Quizás alguien de quien te enamoraste locamente? ¿Alguien que te hizo sufrir? ¿Algo peor?
—No, por supuesto.
—Me dijiste que eras bastante ardiente de jovencita.
Miley levantó los ojos al cielo e hizo una mueca.
—También te dije que todo era una farsa. Un compañero trató de arrinconarme en el pasillo del colegio y lo tumbé de un bofetón. Ese es el único susto que me han dado en mi vida.
—Estamos hablando de sinceridad —había una advertencia en la voz de Nick.
—No puedo hablar. No sobre estas cosas —ella levantó la cabeza—. ¿No crees que deberíamos vestirnos? ¿Quieres una cerveza? ¿Qué te parece si hablamos de barcos?
Nick alzó una ceja.
—No estarás intentando volverte a levantar de esta cama, ¿verdad?
—Creo que sería sensato que habláramos de pie.
—Creo que ciertas conversaciones sólo pueden tener lugar si se está acostado.
—No hago nada bien estando acostada. Es lo que he estado tratando de decirte. No hay nada más que decir, aparte de que si yo fuera tú, me echaría por la borda. Piénsalo, Nick. Es un buen consejo.
Nick la rodeó con los brazos para impedirle que se moviera.
Miley, si tú tienes un problema, es evidente que tenemos un problema los dos.
—No. El problema es sólo mío.
—Te equivocas. Tú no tienes un problema; lo tenemos los dos. Porque así son las cosas cuando dos personas se quieren. ¿O no lo sabías acaso? ¿Es que no me quieres?
Miley tragó saliva. No podía mentirle.
—Sí, con toda mi alma.
—Y parece que tratas de darme a entender que no existe ningún trauma emocional que haya causado nuestro problema. Pero a menos que no haya interpretado bien cómo respondes a mis caricias, no falta el deseo en nuestra relación. Para decirlo con toda delicadeza de que soy capaz... —se aclaró la garganta—... me has dado suficientes razones para creer que te excito.
—Por Dios, Nick, ¿crees que habría llegado a esto si no fuera así? Ya sé que no es una excusa, pero cada vez que nos... —tragó saliva—. ¿Crees que no es engorroso que me excite sobremanera cada vez que tú...? —volvió a faltarle el aliento—. Por Dios, tengo treinta y un años y hace cinco que no tengo ninguna relación sentimental con nadie. ¿Crees que no sé lo que es controlarse? Tan sólo contigo... —extendió un brazo para tratar de expresar lo que no podía con palabras—. Ese es el problema, dejé que las cosas siguieran su curso sin decirte nada; me parecía difícil aceptar que las cosas saldrían mal estando contigo.
—Ya veo —Nick le rozó la sien con los labios—. Creo que acabas de halagarme, aunque no estoy muy seguro —sonreía pero había una expresión de seriedad en sus ojos cuando le volvió la cara para mirarla—. Yo también te deseo —dijo con suavidad—. De manera tan incontrolada, tan absoluta que me da miedo. Y como siento algo tan intenso, no me voy a dejar amedrentar por un simple problemilla.
Conmovida por la vehemencia de él, Miley dijo con voz constreñida:
—Pero esto no es un simple problemilla, es mucho más serio...
—Bien, bien, a eso vamos —suspiró Nick, no sin humor—. Creo que ya le hemos dado demasiados rodeos al asunto. ¿Alguna vez te han dado un sencillo curso de anatomía?
Miley no pareció divertirle la actitud de él.
—Vamos, Nick. Hace años que estudié todo eso de la reproducción de las abejas y las flores.
—Me parece perfecto, pero ahora tengo en mente una lección un poco más avanzada. Pero te lo advierto, Miley, nada de eufemismos ni rodeos. Llamaremos pan al pan y vino al vino. ¿De acuerdo?
—No.
—Claro que estás de acuerdo. Pensé que querías ser sincera conmigo, ¿no? —hizo una breve pausa—. Bien, tienes algo entre los muslos. ¿Por casualidad conoces el nombre de ese "algo"?
—¡Nick! —maldición, la estaba haciendo reír.
—¿Es una pregunta demasiado atrevida? No sufras. Este profesor está dispuesto a complacer a la clase —con el ceño arrugado como si estuviera muy concentrado, le trazó la forma del seno con el pulgar—. Ahora, esto. ¿Cómo se llama, Miley?
No había manera de controlar a ese descarado. Cuanto más desvergonzada era la pregunta, más implacable era la provocación. Si ella se atrevía a ruborizarse, recibía una fuerte reprimenda por su mojigatería anticuada... y otra pregunta.

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