Nick no llevó las
herramientas a la habitación, simplemente entró antes que Miley y se detuvo.
Observó la cama con dosel, la decoración del siglo diecinueve, los frascos de
perfumes en el tocador, la chimenea y los cristales de la ventana.
—No veo una sola tubería
—observó él.
—¿Estás seguro?
—Estoy seguro. Quizá si
apagaras la luz del techo podría ver mejor.
Ella apagó la luz del
techo, lo cual dejó sólo la tenue luz de la lámpara de cristal de la mesilla de
noche.
—¿Ves mejor ahora?
Nick no respondió. Su
mirada estaba fija en la bata de seda, en el pelo enmarañado y en la boca de su
vecina. Especialmente en su boca. Cielos, ¿por qué se le habrían secado los
labios de repente?
—Veamos, preciosa...
¿cuáles son tus pérfidas intenciones?
—Sólo Dios sabe por qué
he tardado tanto en decidirme, pero sí, tengo unas intenciones muy pérfidas.
—No quiero que estés
asustada.
—¿Y es por eso por lo
que estás dos últimas semanas has estado tan distante? —Miley fue a cerrar la
puerta de la habitación—. Por primera vez en mi vida podía hacer el amor... y
eso era maravilloso, Nick, pero tú comprendiste que de repente me daría cuenta
de que sería la primera vez. La primera vez que importa —se desató el cinturón
de la bata—. De ninguna manera me casaría con un hombre al que no pudiera
satisfacer en la cama. No le haría algo
así y jamás, jamás, te lo haría a ti.
—Amor mío.
Nick se calló cuando
ella se deslizó la bata hasta que la prenda de seda se cayó al suelo. Nick no
estaba viendo nada que no hubiera visto antes pero la expresión de los ojos de
él era, en cambio, nueva. Avidez, ansia, deseo, necesidad... Miley había visto
todo eso en él antes, pero no ansiedad. Nunca ansiedad.
—Dado el tiempo que tuve
para preocuparme por ello—dijo ella con suavidad—, pensaste que habría
convertido esa "primera vez" en una prueba... una prueba tan crucial
que estaría tensa; esa era una garantía segura de que todo saldría mal. Eso es
lo que creías, ¿verdad? De modo que procuraste que no tuviera tiempo de
preocuparme. Me dijiste de mil maneras diferentes estas últimas dos semanas que
el sexo no es lo más importante para ti.
Su voz se enronqueció,
se hizo más profunda, cuando lo vio avanzar hacia ella.
—El sexo no es lo más
importante. El amor sí, y lo digo con el corazón en la mano, Miley. No tenemos
que hacer esto esta noche, si tú no...
Ella le rodeó el cuello
con los brazos y le hizo callar dándole un beso. Nick era sensible, perceptivo
y maravilloso, pero esta vez estaba completamente equivocado. Tenían que hacer
el amor y no se trataba de una terrible prueba crítica. Miley siempre había
sabido cuáles podían ser los riesgos que correrían la primera vez que consumaran
su amor; podía perderlo.
Era física y
emocionalmente incapaz de no tener miedo esa noche... pero en ese preciso
momento sentía menos temor de lo que hubiera pensado. Nick había entrado en su
casa con una sonrisa perspicaz en los labios, pero ella también percibió que en
sus ojos se reflejaba ansiedad.
Nick era el único hombre
que Miley conocía que entendía los terribles temores internos de una mujer. ¿Cómo
pudo ella no darse cuenta de que él ocultaba sus propios miedos? En pocos
minutos recordaría sin duda sus inquietudes personales, pero por el momento
tenía un hombre de quien preocuparse. Con seductora suavidad, lo besó hasta que
él la rodeó con los brazos y luego le acarició el pelo tiernamente.
Nick apartó la boca un
momento, para susurrar:
—Amor mío, si no estás
completamente segura...
Ella lo empujó. El se
cayó. La caída fue amortiguada por media docena de mullidas almohadas. Tendido
allí, Nick parecía fuera de lugar. La luz de la lámpara de la mesilla se
reflejaba en su semblante varonil. El sonrió.
—Tu cuarto es muy
femenino. Y no me asombra —con el pulgar le trazó la línea de la mandíbula, sin
apartar un instante la mirada de su cara—. Empiezo a tener la sensación de que
estás dispuesta, cariño. De modo que al cuerno con las pruebas.
—Larson, he esperado
treinta y un años. No esto, sino a ti. Me estoy muriendo... ¿y tú quieres
hablar?
—Sólo intento
comprender. ¿Qué ha sido de tus inquietudes? ¿En dónde está mi dama anticuada?
¿En dónde están todas esas inhibiciones que conozco tan bien?
Miley sonrió, pero no por
mucho tiempo. El pulso de Nick era errático, los latidos de su corazón
tumultuosos y en sus ojos brillaba el deseo, pero la ansiedad seguía reflejada
allí. Nick no quería que ella supiera que también él se estaba sometiendo a prueba
esa noche. Tenía tanto miedo como ella. Adivinó que él temía hacerle daño y,
aún más, fallarle como amante y como hombre.
Miley se puso en cuclillas
a su lado. El único hombre a quien ella podría querer jamás tenía un problema:
un problema tan privado, tan íntimo, que suponía que no podía compartirlo con
nadie.
Esos eran los problemas
que los amantes compartían mejor. Nick le había enseñado eso, pero si Nick no
sabía que también podía aplicarse a su caso, lo sabría. Pronto. Con una
lentitud infinita ella le levantó la camiseta y le pasó las palmas con
sensualidad por su tibia piel desnuda. Nick se incorporó lo suficiente para
quitarse la prenda, pero cuando trató de abrazar a Miley, ella movió la cabeza.
—Me he preocupado tanto
por esto —susurró—. Y todo por razones equivocadas —sus dedos se deslizaron por
las costillas de él hasta llegar a la cremallera de sus pantalones. Miró a Nick
a los ojos y luego le bajó la cremallera—. Tenía pánico y, ¿para que? Nunca
hemos fallado en nada que importe realmente, porque nunca nos hemos fallado el
uno al otro. El amor siguió creciendo; no a pesar de, sino debido a lo que
tuvimos que compartir, así que, ¿cómo podía tener miedo de quererte? No lo
tengo. Ni siquiera temo decirte lo mucho que te deseo...
Sus palmas se deslizaron
debajo del pantalón de Nick. El llevaba los vaqueros muy ajustados. Tiró con
fuerza del pantalón, muy consciente de que Nick la había oído porque se suavizó
la expresión de sus ojos. El no respiraba con regularidad. Empezaba a tener
calor y ya no era ansiedad lo que tensaba sus músculos.
Pero Miley no había
terminado aún.
—He soñado contigo
—susurró—. Durante toda esta ola de calor, he soñado una y otra vez contigo...
y el calor...en una tormenta —tuvo que incorporarse para quitarle los
pantalones.
Al volverse a recostar,
sus dedos le rozaron las rodillas y los muslos. Cuando llegaron a los
calzoncillos, lo miró de forma sensual y desinhibida. A Nick le gustó esa
mirada. Se excitó y ella tuvo que proseguir:
—No eran sueños
agradables, Nick. Eran oscuros, eróticos, salvajes. Soñaba con que hacía el
amor contigo en medio de una tormenta, con la lluvia cayendo en una noche
cálida y tú estabas desnudo. Tan desnudo como lo estás ahora y yo sufría en ese
sueño. Sufría de deseo. Entonces me hacías tuya hasta volverme loca. La lluvia
seguía cayendo y tu cuerpo estaba caliente, mojado y resbaladizo...
—Espero que ya hayas
terminado de hablar, amor mío, porque si no serás testigo de una de esas
reacciones incontroladas tan comunes en los adolescentes ansiosos.
Miley notó un asomo de
exasperación en su voz. Sonrió y tiró el calzoncillo al otro lado de la cama.
Nick susurró algo y
luego alargó los brazos hacia ella. A lo lejos, se oyó un trueno. Las cortinas
se agitaron cuando entró una brusca corriente de aire fresco, pero Miley apenas
lo notó. De improviso se encontró entre sábanas perfumadas con Nick.
Se dio cuenta de que él
ya no sentía ansiedad. Nick también había perdido todo interés en charlar. Besó
a Miley en el estómago... y más abajo, luego su lengua reclamó la de ella, para
probar su dulzura. Se apoyó en un codo y le tomó con la mano un seno, le frotó
la punta hasta que se hinchó.
Miley había querido que él
se sintiera tan deseado que se olvidara de temer que algo saliera mal. La luz
de la lámpara bañaba de oro sus facciones firmes. Nick la besaba por todas
partes, hasta que la joven gritó de placer. Las manos del naviero eran mágicas,
su boca peligrosa.
¡Oh, Dios, cuánto lo
quería!
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