Lo encontró apoyado en
la barandilla de la escalera en el tercer piso, con los hombros encogidos. De
repente toda la situación le pareció menos clara a la recién llegada. Quizás él
había encontrado una excusa para hacerla ir allí, pero sus ojeras y la tensión
que se reflejaban en su cara eran reales.
—¿No podrías hacerlas
entrar en razón?
—Nick, no se hace entrar
en razón a unas chicas que están celebrando una fiesta de pijamas.
—Chillan como monos
histéricos cada vez que bajo por la escalera. Incluso mi propia hija.
—Es lo normal gritar en
esa clase de fiestas. Lo mismo que alquilar películas de miedo y quedarse
despierta toda la noche.
—¿Has visto sus caras?
—Han estado haciendo
experimentos con pinturas. Eso también es una tradición.
—No para Angie. A ella
no le gusta pintarse y no soporta a los chicos, ¿pero sabes de qué han estado
hablando sin parar las últimas tres horas?
—De chicos.
—¿Sabes cuántos refrescos
pueden beber trece chicas?
—Muchísimos.
—Y se han comido diez
pizzas. Trece chicas. Más que chicas parecen marranos.
—Sí —convino Miley con
calma.
—Tienen encendidos todos
los aparatos de la casa: televisión radio, estéreo. No me digas que eso es normal
también.
—Nick, se están
divirtiendo de lo lindo.
—Sí, lo sé.
La voz de Nick fue
apenas un murmullo. Miley sintió la presión de sus dedos en el hombro izquierdo.
Recordaba haberse sentado junto a él en el último escalón, pero no el momento
exacto en el que él la colocó en sus rodillas.
—Estás muy tensa, muy
cansada, amor mío. ¿Y crees que me gusta verte esas ojeras?
El descansillo de la
escalera estaba en semipenumbra y Nick no podía verla bien. ¿De dónde había
sacado que tenía ojeras?
Pero a Miley no le importó. Nick le empujó con suavidad la cabeza hacia abajo y comenzó a darle un masaje
en el cuero cabelludo. Ella cerró los ojos y sintió que todos sus músculos se
relajaban. Los pulgares y las palmas de Nick frotaban y acariciaban, no como un
amante, pero sí con ternura suficiente para que fuera algo más que un simple
masaje. El conocía su cuerpo. Conocía dónde estaba tenso cada nervio, dónde
estaba contraído cada músculo.
—Hablando
hipotéticamente creo que vas a ser una madrastra terrible, Miley Finley —murmuró él
en tono distraído.
—¿Qué?
—No es lo que creen
ellas, sino yo. Tienes una idea bastante flexible de lo que es la disciplina y
nunca me vas a apoyar —parecía divertido—. Las secundas en todo lo que hacen.
Entiendes todo lo que hacen. Y te lo digo desde ahora, preciosa, no quiero que
cambies. Es probable que alguna vez riñamos por ello, pero no importa. Sigue
siendo como eres y... ¿Adonde vas?
Haciendo un gran
esfuerzo ella logró ponerse de pie.
—A casa —no sabía si era
el masaje o la charla hipotética sobre madrastra lo que había hecho que se
sintiera melancólica.
—Cariño, mírame.
Ella no se dio la
vuelta. La voz de Nick era muy suave y, Miley sintió que se le humedecían los
ojos. Se encaminó a toda prisa escalera abajo.
—No es lo que piensas, Miley. Trata de recordar que éramos amigos mucho antes que intentáramos ser
amantes.
Miley recordó eso la
siguiente semana. No sirvió de nada. Nick podría querer que su relación
volviera a ser de amistad, pero eso no era lo que sentía por él y nunca lo
sería.
Sola en su casa el
miércoles por la noche, se dio un baño caliente para serenarse. En vano.
Después, recorrió la casa envuelta en una toalla. Dio vueltas al caballito del
tiovivo, recorrió el vestíbulo y luego subió por la escalera. Se detuvo delante
de la ventana de su habitación y vio un relámpago dibujar un zigzag de plata en
el cielo. Vio... pero no en realidad.
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