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domingo, 6 de mayo de 2012

Ola de Calor: Capitulo 42


Lo encontró apoyado en la barandilla de la escalera en el tercer piso, con los hombros encogidos. De repente toda la situación le pareció menos clara a la recién llegada. Quizás él había encontrado una excusa para hacerla ir allí, pero sus ojeras y la tensión que se reflejaban en su cara eran reales.
—¿No podrías hacerlas entrar en razón?
—Nick, no se hace entrar en razón a unas chicas que están celebrando una fiesta de pijamas.
—Chillan como monos histéricos cada vez que bajo por la escalera. Incluso mi propia hija.
—Es lo normal gritar en esa clase de fiestas. Lo mismo que alquilar películas de miedo y quedarse despierta toda la noche.
—¿Has visto sus caras?
—Han estado haciendo experimentos con pinturas. Eso también es una tradición.              
—No para Angie. A ella no le gusta pintarse y no soporta a los chicos, ¿pero sabes de qué han estado hablando sin parar las últimas tres horas?
—De chicos.
—¿Sabes cuántos refrescos pueden beber trece chicas?
—Muchísimos.
—Y se han comido diez pizzas. Trece chicas. Más que chicas parecen marranos.
—Sí —convino Miley con calma.
—Tienen encendidos todos los aparatos de la casa: televisión radio, estéreo. No me digas que eso es normal también.
—Nick, se están divirtiendo de lo lindo.
—Sí, lo sé.
La voz de Nick fue apenas un murmullo. Miley sintió la presión de sus dedos en el hombro izquierdo. Recordaba haberse sentado junto a él en el último escalón, pero no el momento exacto en el que él la colocó en sus rodillas.
—Estás muy tensa, muy cansada, amor mío. ¿Y crees que me gusta verte esas ojeras?
El descansillo de la escalera estaba en semipenumbra y Nick no podía verla bien. ¿De dónde había sacado que tenía ojeras?
Pero a Miley no le importó. Nick le empujó con suavidad la cabeza hacia abajo y comenzó a darle un masaje en el cuero cabelludo. Ella cerró los ojos y sintió que todos sus músculos se relajaban. Los pulgares y las palmas de Nick frotaban y acariciaban, no como un amante, pero sí con ternura suficiente para que fuera algo más que un simple masaje. El conocía su cuerpo. Conocía dónde estaba tenso cada nervio, dónde estaba contraído cada músculo.
—Hablando hipotéticamente creo que vas a ser una madrastra terrible, Miley Finley —murmuró él en tono distraído.
—¿Qué?
—No es lo que creen ellas, sino yo. Tienes una idea bastante flexible de lo que es la disciplina y nunca me vas a apoyar —parecía divertido—. Las secundas en todo lo que hacen. Entiendes todo lo que hacen. Y te lo digo desde ahora, preciosa, no quiero que cambies. Es probable que alguna vez riñamos por ello, pero no importa. Sigue siendo como eres y... ¿Adonde vas?
Haciendo un gran esfuerzo ella logró ponerse de pie.
—A casa —no sabía si era el masaje o la charla hipotética sobre madrastra lo que había hecho que se sintiera melancólica.
—Cariño, mírame.
Ella no se dio la vuelta. La voz de Nick era muy suave y, Miley sintió que se le humedecían los ojos. Se encaminó a toda prisa escalera abajo.
—No es lo que piensas, Miley. Trata de recordar que éramos amigos mucho antes que intentáramos ser amantes.
Miley recordó eso la siguiente semana. No sirvió de nada. Nick podría querer que su relación volviera a ser de amistad, pero eso no era lo que sentía por él y nunca lo sería.
Sola en su casa el miércoles por la noche, se dio un baño caliente para serenarse. En vano. Después, recorrió la casa envuelta en una toalla. Dio vueltas al caballito del tiovivo, recorrió el vestíbulo y luego subió por la escalera. Se detuvo delante de la ventana de su habitación y vio un relámpago dibujar un zigzag de plata en el cielo. Vio... pero no en realidad.

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