El siguiente jueves por
la noche, Miley entró en su casa a las nueve después de haber jugado un partido
de tenis con sus tres vecinos, los Larson. Fue divertidísimo. Nick era el único
que sabía jugar; las tres mujeres no habían hecho más que correr detrás de las
pelotas. Todos se rieron de lo lindo, pero Miley no se reía mientras iba a la
ducha.
Si Nick estaba
intentando volverla loca, lo estaba logrando.
Esa noche jugaron tenis.
La noche anterior Miley había tenido que trabajar hasta tarde y toda la familia había
aparecido con comida que habían comprado en un restaurante para que ella no
tuviera que cocinar. El martes Nick le había pedido que lo acompañara a comprar
el regalo de cumpleaños de Angie y el lunes todos se habían subido al coche
para ir de compras al supermercado.
Ninguna de esas salidas
tenía nada de malo. Sin embargo, todas le recordaron a Miley lo inexorablemente
que las dos casas se estaban uniendo. Las chicas tenían desde hacía algún
tiempo llave de la casa de Miley. La marca favorita de té de Miley estaba en el
armario de la cocina de Nick; la llave inglesa de él estaba en la caja de
herramientas de Miley y su casa estaba llena de zapatos, suéteres y cintas de
música de las chicas.
Se dijo que semejante
estado de cosas era muy natural cuando los dos adultos en cuestión estaban a
punto de formar una alianza permanente. Esa semana apenas había tenido un
minuto libre para ella misma, no podía dudar que él estuviera pensando en casarse.
Una docena de veces ella se había dicho que no había cambiado nada, pero sí
había cambiado. ¡Oh, Dios, había cambiado!
De repente Nick se
comportaba como todo un caballero y como el mejor amigo de una mujer a la que
cuidaba y de la que se sentía responsable.
Y, sin embargo, se había
mantenido física y emocionalmente tan apartado como si ella tuviera una
enfermedad contagiosa.
Hacia medianoche, Miley seguía sin poder conciliar el sueño. Fue a servirse una copa de jerez, abrió la
puerta de su balcón y se sentó a contemplar la noche estrellada. La casa de sus
vecinos estaba a oscuras. Se dijo que el ambiente la invitaba a meditar y
soñar. El aire era caluroso y húmedo y olía a rosas. Nadie podría evitar
sentirse romántico en una noche así.
Melancólica, Miley le dio
un trago a su jerez.
—Hola, preciosa.
Sobresaltada, miró
al tercer piso de la casa de al lado. Sólo pudo ver la silueta recortada de su
vecino en su propio balcón. No sabía cuánto tiempo llevaría allí.
—¿No podías dormir?
—No —murmuró ella.
En ese momento se dio
cuenta de que desde su balcón él podía ver claramente la habitación de ella y
se preguntó cuántas veces se habría desnudado con la luz encendida pensando que
nadie la veía.
—Con frecuencia, querida
—dijo como leyéndole el pensamiento.
—¿Qué?
Nick charló un rato.
¿Sobre qué? Miley no tenía la menor idea. Lo que importaba era que él quería
charlar. Ella notó que su voz contenía una nota de ansiedad. Miley sólo llevaba
puesto un camisón. No le había parecido necesario ponerse una bata. Hacía
calor, estaba oscuro, era más de medianoche. El no podía verla, nadie podía verla,
pero sintió como si los ojos de él se clavaran en ella. Cuando hablaba era como
si la acariciara. Lo sentía muy cerca. Solitario en su cuarto del tercer piso.
—Nick —dijo ella de
repente, con suavidad—. Si hay algo que te preocupe, dímelo.
—¿Algo que me preocupe?
Miley aspiró a fondo.
—Algo de lo que quieras
hablar...
Nick vaciló.
—Hay algo.
Miley se dio ánimos para
aguantar el golpe. Estaba dispuesta a mostrarse comprensiva y tolerante cuando
él le dijera la verdadera razón por la que se estaba volviendo frío y distante
con ella.
—Estoy bastante confuso
sobre las retenciones de este mes. Tú llenas las mismas hojas de impuestos para
empresarios autónomos, ¿verdad?
Las cuerdas vocales de Miley tardaron un momento en funcionar.
—¿Impuestos? ¿Quieres
hablar de impuestos?
Así era y él habló del
asunto hasta casi las dos de la madrugada. Miley abrió la boca dos veces para
intentar cambiar de tema, pero no lo consiguió. ¿Cómo podía una mujer, después
de todo, preguntarle a un hombre cuál era la razón por la que había perdido
interés en mandarle camelias?
El agotamiento hizo
presa de ella el viernes. Se había quedado dormida en el sofá cuando el
teléfono, inclemente, sonó a las once.
—Tengo problemas,
preciosa.
Si hubiera hablado en
serio, ella habría acudido a toda prisa a ayudarle. Si la hubiera necesitado,
acudiría a él, pero la forma en la que pronunció la palabra
"preciosa" carecía por completo de seriedad. Miley no podía aguantar
más, no esa noche.
—Nick —dijo con
suavidad—. No.
—¿No qué?
—No juegues conmigo. Si
tu manera de apartarte de mí sin lastimarme es comportarte como un mero amigo,
preferiría...
—No entiendo
de qué estás hablando, pero no es hora de discutir. Tengo un problema de
verdad.
—Sí, claro
—repuso ella con ironía.
—Hay unas
trece chicas abajo. Me echaron al tercer piso en cuanto se pusieron los pijamas.
—No iré —declaró Miley con
firmeza.
—Pensé que se dormirían.
Pero nunca se dormirán. No sabes lo que parece mi cuarto de estar. Oh, cielos,
acabo de oír que se cayó una lámpara.
—Nick.
—Están armando un alboroto
increíble. Por el amor de Dios, preciosa, no puedo hacer frente a esto solo.
A Miley le pareció tan
convincente como la estrategia de ventas de un vendedor de coches usados, pero
cabía, después de todo, la posibilidad de que Nick necesitara ayuda de verdad.
Ella se puso unos vaqueros y una blusa y llamó a la puerta de su vecino unos
minutos después. Cuando Nick abrió vio que el revuelo que había descrito se
quedaba corto. Miley permaneció abajo el tiempo suficiente para comer papas
fritas, tomarse un refresco y conocer a las amigas de Angie. Luego, con
renuencia, fue a reunirse con Nick.
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ACA EMPIEZA EL CAMINO HACIA EL FINAL DE ESTA NOVE :D (fuaaa re tragica esa frase JAAJAJAJ) bueno en fin, espero que les guste. Besitos ♥
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