Miley se sentía muy
incómoda en la sala de exploración de la ginecóloga. Tenía frío. Los azulejos
del techo parecían estar sucios. Y la colección de guantes e instrumentos que
vio en una vitrina parecían destinados a aterrorizar a una mujer.
La puerta se abrió y Miley sintió que se le secaba la boca. La mujer que entró tenía los ojos azules, el
pelo castaño y una sonrisa espontánea en los labios.
—¿Miley? Soy Maggie
Krantz —extendió una mano—. Espero que te sientas tan a gusto como yo si nos
tuteamos. No me gustan las formalidades.
—Me parece bien —dijo Miley y durante los siguientes minutos sintió que su tensión decrecía. Había
planeado lo que iba a decir y no importaba quién cruzara esa puerta. Pero la
ayudó mucho que la doctora fuera amable y accesible—. Tengo entendido que Nick
te ha dado algunos datos de mi historial clínico por teléfono, Maggie, pero
debo confesar que estoy aquí por otros motivos.
—¿Sí? Yo creí que tenías
problemas de dispaurenia —la doctora sonrió al llevarse los audífonos del
estetoscopio a las orejas. Cuando terminaron los preliminares del examen,
continuó—: Sé que es penoso hablar de coito doloroso, pero debo decirte, Miley, que no eres un caso raro. Pocas mujeres no sufren alguna vez ese
problema en su vida sexual adulta. Muchas veces, hay una solución fácil.
Miley negó con la cabeza.
—Debo ser sincera
contigo...
—Por supuesto —Maggie
comenzó a hacer preguntas, cada cual más personal e íntima que la anterior.
Miley se asombró al descubrir
que no estaba abochornada y sin duda respondió más exhaustivamente de lo que la
doctora esperaba. No tenía la cabeza en
las preguntas sino en el asunto que importaba. Y en cuanto Maggie hizo una
pausa, volvió a ofrecerle su punto de vista.
—Desde antes de venir
aquí, era consciente de que no tengo ningún problema físico. Nick sabe que me
cuesta mucho trabajo hablar de esto y, por eso, supone que no le he prestado
suficiente atención a este problema. No es así. Tengo un médico de cabecera en
Charleston que me hace un chequeo todos los años. Hace cinco años solicité una
segunda opinión. No tengo ningún detecto físico.
—¿No? Recuéstate un
poco, Miley.
Miley lo hizo, cerró los
ojos y siguió hablando.
—Puesto que no había
ningún problema desde el punto de vista médico, la siguiente opción que se me
ocurrió fue buscar motivación psicológica. Hace tiempo fui a consultar a un
psicólogo... fue una gran farsa. Se pasó todo el rato analizando mis sueños y
tratando de sacar de mi subconsciente algún trauma escondido, pero fue en vano.
Nunca intentaron violarme, nadie trató de abusar de mí. Mis padres son unas
personas extraordinarias. No le tengo miedo a los hombres. El psicólogo sugirió
que podía hipnotizarme para hurgar mejor en mi subconsciente y descubrir mis
temores más ocultos. Lo hicimos.
—¿Y?
—Descubrí mi temor más
recóndito: me dan pánico las arañas.
—¿Las arañas? —Maggie
levantó la cabeza y miró a su paciente—. A mí también —y agregó, en tono más
apacible—: Estás menos tensa que antes. Esto terminará antes que te des cuenta.
Sigue hablando.
Miley aspiró hondo y
prosiguió:
—Lo que estoy tratando
de decir es que he venido aquí para complacer a Nick, no por voluntad propia.
Sé que no tengo ningún problema físico, pero él necesita pensar que sí. Y quizá
no esté bien desde el punto de vista de la ética profesional, Maggie, pero
quiero pedirte que inventes algo. Cualquier cosa. Se culpa por algo que es
problema mío y se niega a escucharme. Si tú inventas algún diagnóstico
convincente, te creería y dejaría de sentirse responsable y yo...
Su voz se desvaneció.
Nick pensó que la había
convencido para que acudiera a esa cita médica. Eso no era cierto. La verdad
era que ella no podía romper con él sin más y él lo sabía. Nick se daba cuenta
de que ella estaba enamorada de él como una colegiala.
Miley habría hecho
cualquier cosa por ese hombre. Cualquier cosa, porque lo quería. ¿Cómo podía no
quererlo? Nick le había robado el corazón. Era gentil, tierno, gracioso,
generoso y responsable.
También era atractivo.
Muy atractivo.
Y sólo un eunuco podría
haber soportado los problemas que ella tenía.
—Ya casi hemos
terminado, Miley.
—Bien —murmuró ella. Se
aclaró la garganta—. Maggie, te pagaré. El doble de tu tarifa o lo que me
pidas. No me importa si es ético o no. Tienes que decirle que soy yo, que él no
es en absoluto responsable.
—No hay inconveniente
—Maggie se incorporó y comenzó a quitarse los guantes que había estado
utilizando para examinarla.
Miley sintió un profundo
alivio.
—Gracias.
La sonrisa de Maggie fue
seca.
—No me des las gracias
por mentir, porque no lo haré.
—¿Cómo?
—No mentiré porque el
problema está en ti.
Miley se incorporó en la
camilla.
—¿Con cuánta frecuencia
has tenido que tomar antibióticos? —preguntó Maggie con calma.
—No sé. Quizás una vez
al año. Pero no entiendo...
—¿Por qué no te pones la
ropa mientras llevo esta muestra al laboratorio? Luego hablaremos en mi
oficina.
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ACA EMPIEZA EL MARATON, Y MAÑANA LES SUBO EL FINAL :D ESPERO QUE LES GUSTE. CAPAZ SI NO ME DA SUEÑO, SE LOS SUBO HOY, AUNQUE NO CREO JAJA, BESITOS ♥
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