Nick la vio en el
momento en que salió. Ella no fue directamente a la sala de espera sino que se
detuvo delante del mostrador de recepción y él notó que su grácil y elegante Miley parecía muy torpe en ese momento. Las manos le temblaban mientras buscaba
su libro de cheques y su bolígrafo dentro del bolso, al tiempo que intentaba
sostener entre los dedos una hoja de papel que cualquiera reconocería como una
receta médica.
Al ver esa
receta Nick supo en parte lo que necesitaba saber: la médico había encontrado
algo, una respuesta. Pero la expresión de Miley le dijo algo más. La
recepcionista estaba tratando de decirle a cuánto ascendía la cuenta. Miley no escuchaba. Recorría con la mirada
la sala de espera buscando a Nick.
No fue difícil
localizarlo. Era el hombre que tenía el semblante ansioso, pálido y las manos
sudorosas.
Sus ojos se encontraron
y Miley creyó que iba a desmayarse. Parecía un poco aturdida, desorientada...
como alguien a quien acaba de tocarle la lotería y no lo puede creer. El rubor tiñó
sus mejillas al ver que Nick la miraba intensamente. Lo que él veía en su cara
era inconfundible, tenía una expresión que sólo podía significar una cosa:
"Nick, puedo quererte".
Pero Nick también vio lo
que esperaba; lo que temía que vería. Había algo más que esperanza reflejada en
los ojos de Miley. Había timidez, una abrumadora vulnerabilidad e incertidumbre y Nick pensó: "Cuidado, mucho cuidado, Nick Larson".
A Miley podía haberle
tocado la lotería, pero todavía no había recibido el dinero del premio. Era
evidente que eso se le estaba ocurriendo a ella en ese momento.
Ya se le había ocurrido
a Nick, que avanzó hacia ella. Alguien tenía que ayudar a la recepcionista que
había dejado de hablar y movía una mano delante de la cara de Miley, tratando de
llamar su atención. Miley había soltado el bolígrafo, tenía el libro de cheques
al revés y la receta estaba a punto de caerse al suelo.
Nick tomó la receta y a los tres minutos, llevó a Miley a la soleada ciudad de Nueva Orleáns.
Afínales de agosto, en
Nueva Orleáns hacía un calor tan abrasador como en Charleston, pero dentro de
Galatoire’s hacía fresco. El bar estaba en Bourbon Street y, como el avión de Nick y Miley no saldría hasta la mañana siguiente, tenían el resto del día y la
noche para visitar el Barrio Francés. No podían haber encontrado un lugar mejor
para comenzar que el Galatoire’s. Tenía mucho ambiente. Nick ya había pedido
las especialidades de la casa: pámpano, berenjena rellena de carne y verduras.
Todo acompañado de champaña. La primera copa ya se le había subido a Miley a la
cabeza.
Nick, sentado enfrente
de ella, se había quitado la chaqueta. Su blanca camisa contrastaba con su tez
bronceada y acentuaba la amplitud de sus hombros. Había otros dos hombres
guapos en el salón. Pero ninguno tenía el aura de magnética virilidad de Nick;
nadie tenía esa sonrisa seductora. Nick trató de servirle otra copa de champaña.
—Si me tomo otra, saldré
de aquí haciendo eses —le advirtió ella.
—¿Después de comerte
todo eso?
—No podría comerme todo
esto. Has pedido comida suficiente para un batallón.
—Sé que tienes buen
apetito, pelirroja. Dejarás limpio el plato antes que yo me acabe el entremés.
"Ya ves", se
dijo Miley. "No hay ningún problema". Nick bromeaba con ella igual que
siempre. Le sonreía igual que siempre y parecía muy tranquilo y contento. Ni
siquiera había mencionado la visita a la ginecóloga.
Por alguna razón Miley estaba segura de que lo primero que hubiera querido saber era el diagnóstico.
Mientras
iban en taxi por la ciudad, Miley no había sabido qué decir ni cómo decirlo. En
ese momento, sin embargo, se sentía impaciente. Si había un ser humano con
quien podía hablar de cualquier cosa era Nick; él le había enseñado eso y quizá
ya era hora de demostrarle que había aprendido muy bien la lección.
—El problema se llama
Candida Albicans —anunció con toda naturalidad y de improviso.
Nick la miró fijamente
un momento. Luego sonrió con desparpajo.
—Parece una variedad
exótica de alguna planta.
Miley inclinó la cabeza
para comer.
—En realidad no es más
que una infección causada por unos hongos. Nada serio. Nada terrible. No hay
razones para suponer que siete días de medicación no acaben con ella; aunque
Maggie sugirió que consultara a su médico de cabecera sobre el tratamiento que
debo seguir después, según mi historial clínico —todavía le costaba trabajo
creerlo.
Siete días para
solucionar un problema que con el paso de los años había llegado a convertirse
para ella en un trauma emocional, le parecía demasiado poco tiempo. No era
posible que la solución fuera tan sencilla, que la curación durara tan poco
tiempo. Y le costaba trabajo creer también que no era un fracaso como amante.
Que no era mujer a medias.
El hombre que se había
encargado de empujarla a descubrir eso, partió en dos un trozo de pan y se lo
ofreció.
—Si es tan común...
—Lo es, pero Maggie dijo
que puede ser difícil de detectar. Muchas mujeres tienen síntomas muy precisos.
Yo nunca los tuve. Al menos nada que pudiera interpretar como un síntoma —se
movió con inquietud en su asiento.
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Y AHI ESTA EL PROBLEMA DE MILEY :D NADA SERIO NADA GRAVE... NO ERA FRÍGIDA JAJAJAJ ;) VEN QUE SOY BUENITA, NO LA HICE SUFRIR :)
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Y AHI ESTA EL PROBLEMA DE MILEY :D NADA SERIO NADA GRAVE... NO ERA FRÍGIDA JAJAJAJ ;) VEN QUE SOY BUENITA, NO LA HICE SUFRIR :)
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